"El perro del hortelano" o el noble arte de hacer vivo a Lope en el siglo XXI


Nuestra Compañía Nacional de Teatro Clásico y el formidable elenco de actores que la componen, bajo la sutil y experta dirección de Helena Pimenta, ha vuelto enamorarnos. Aún no habíamos tenido ocasión de ver el montaje de este popular clásico de Lope de Vega, que ha realizado un largo periplo por los teatros de España desde su estreno en la pasada temporada, hace ya más de un año, y ansiábamos este encuentro, que, como presumíamos, ha satisfecho nuestras expectativas.

Desenfado, humor, refinamiento, sutileza y un profundo conocimiento de las pasiones del alma humana se dan cita en esta comedia palaciega y de enredo, que, después de cuatrocientos años, sigue manteniendo la frescura y cercanía del mejor teatro lopesco. Construida a partir de un popular refrán, siguiendo una costumbre extendida entre nuestros clásicos y habitual en Lope, asistimos en El perro del hortelano al vaivén emocional de una mujer de alta alcurnia (Diana, la condesa de Belflor), cuya inclinación amorosa por su secretario Teodoro se convierte en explosiva chispa al conocer la relación de este con una de sus criadas (Marcela), lo que arrastrará a ambos a un endiablado tira y afloja que propiciará las más divertidas escenas sobre las tablas. Solo el ingenio de Tristán, fiel servidor y amigo de Teodoro, que asume el papel de ese gracioso imprescindible en nuestro teatro áureo, será capaz de dar solución feliz a un conflicto insalvable en la sociedad barroca, el de la desigualdad de clases.

La directora del montaje, Helena Pimenta, ha plasmado esta distinción estamental entre nobles y plebeyos, pero matizándola con el tono distanciador de lo bufo y disfrazándola de un aire dieciochesco que acerca ligeramente la obra a nuestro mundo, sin perder por ello su sabor a "capa y espada". Ese aspecto rococó, prerromántico en algún momento, se adecua a la perfección al conflicto presentado en escena y al comportamiento de esta dinámica, independiente, pasional y arrolladora mujer que es la condesa, personaje sobre el que se vertebra la obra. Destacable acierto de dirección es la introducción corpórea de la fuerza del Amor, personificada en una figura inexistente en la comedia original, que interactúa con los dos personajes protagonistas como poderosa deidad fantasmal que aparenta mover los hilos de la trama. Como reconocemos el buen gusto de la directora de la CNTC y el magnífico trabajo del equipo técnico y de creadores que la acompaña en el planteamiento de una elemental escenografía, muy eficaz, que juega con la profundidad del escenario a partir de diferentes puertas que se abren o cierran para mostrar al fondo otras partes del palacio de la condesa; en la calidad de los matices lumínicos que acompañan los diferentes momentos de la acción, variando su intensidad y sus colores, o proyectando una alargada sombra sobre la pared para simbolizar las desmedidas aspiraciones del secretario; en la belleza y adecuación del vestuario elegido y del acompañamiento musical de fondo pianístico; o en la introducción de dosificados elementos coreográficos, muy oportunos, que amenizan algunas escenas.

Dejamos en último lugar nuestra valoración sobre el conjunto actoral que da vida a los versos y las palabras de Lope; unas palabras filtradas con destreza por Álvaro Tato, respetuoso con el maestro, a quien siempre sentimos y no dejamos de escuchar. Porque la dicción del verso clásico es uno de los mayores aciertos de esta compañía nacional que hace honor a su nombre y al oficio encomendado. La enorme dificultad de "decir" los octosílabos y endecasílabos que enmarcan los, en ocasiones, intrincados conceptos de Lope, o esos sonetos que, por sí solos, constituyen una obra de arte, parece  ejercicio nimio en boca de unos grandes actores capaces de hacer fácil lo difícil y transmitir la sensación de estar disfrutando y divirtiéndose en todo momento con lo que hacen, sin perder por ello la verosimilitud de cada uno de su actos. Esperamos con anhelo y una sonrisa cómplice las intervenciones de la inigualable Marta Poveda (Diana), capaz de convertir a una condesa en una mujer cercana a nuestro tiempo, con su personal y arrebatadora manera de interpretar a las damas del teatro clásico; o al siempre elegante Rafa Castejón (Teodoro), un Julián Romea de nuestro tiempo a quien nos gustaría ver algún día interpretando alguno de los papeles de ese otro teatro clásico nuestro que fue el romántico; a Joaquín Notario (Tristán), Álvaro de Juan (Fabio y Lirano), Natalia Huarte (Marcela), Paco Rojas (marqués Ricardo), Nuria Gallardo (Anarda) y un amplio número de intérpretes, no menos importantes, a quienes agrupamos con un simplificador etcétera que alcanza la suma de catorce nombres; entre los que nos gustaría destacar, no obstante, la presencia en las últimas escenas del veterano actor Fernando Conde, tan ligado a esta casa.

El perro del hortelano, de nuevo en escena desde el pasado 13 de enero, podrá seguir disfrutándose en el Teatro de la Comedia hasta el próximo 18 de febrero.

José Luis G. Subías      


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