"La autora de Las Meninas", una distopía farsesca de Ernesto Caballero


Ernesto Caballero es, en los inicios de este siglo XXI que, sin apenas darnos cuenta, ha consumido ya casi su segunda década, una referencia indiscutible del teatro español contemporáneo. Mucho tiempo ha pasado desde que aquella incipiente generación de jóvenes dramaturgos de la que formó parte (a la que se denominó "Bradomín" por su relación con el prestigioso premio que lanzó a muchos de ellos al ruedo escénico) comenzara a darse a conocer a mediados de los ochenta; y durante los más de treinta años transcurridos, a estos veteranos protagonistas de la escena nacional les corresponde el honor, y la responsabilidad, de haber devuelto al teatro español la vitalidad, el prestigio y la aceptación social que unas salas llenas, noche tras noche, no hacen más que confirmar.

El teatro español goza hoy, sin duda alguna, de buena salud; y esta, como siempre ha ocurrido, desde los inicios mismos del arte dramático en la Grecia antigua, se encuentra directamente relacionada con la calidad de las obras escritas por los autores en cada momento. Ernesto Caballero cuenta con la ventaja añadida de ser no solo un magnífico escritor, de acentuada cultura y un talento especial para tomar el pulso a su tiempo y reproducirlo artísticamente, sino de ser un verdadero hombre de teatro, capaz de visualizar las capacidades escénicas de la palabra y dar vida sobre el escenario a los conflictos conceptuales. Las magníficas dotes del dramaturgo madrileño para la dirección escénica, reconocidas con importantes premios a lo largo de su carrera, se vierten de nuevo en este último montaje de un excepcional texto nacido asimismo de su mano, La autora de Las Meninas, estrenado el pasado 15 de diciembre de 2017 en el Teatro Valle-Inclán de Madrid, uno de los dos bastiones del Centro Dramático Nacional, dirigido por el propio Caballero desde 2012.

Como "fábula distópica" presenta el autor este divertimento cómico-bufo-satírico-burlesco con ribetes trágicos, cargado de intención crítica, en el que se reflexiona irónicamente sobre el sentido de la cultura y el arte en nuestro tiempo (entre otras muchas cosas). La posmodernidad democrática ha desvirtuado el carácter sagrado y elitista del arte para sustituirlo por otras formas de sacralización, masivas y populares, regidas por el principio del igualitarismo, que, desde el púlpito de las redes sociales y la manipulación de nuevos grupos de poder (encarnados en el populista y socializante partido Puebloenpie), han invertido los valores (también los culturales) de un mundo entendido ya como caduco (la acción de la obra se desarrolla en 2037). Representantes de ese mundo trasnochado, de esencia aristocrática y burguesa, son el propio Museo del Prado y los cuadros de Velázquez expuestos en la sala donde transcurre toda la acción, en la que una monja conocida por su destreza para imitar cuadros famosos recibe el encargo, de la directora del museo (cumpliendo órdenes del nuevo "Ministerio de participación, integración y estudios de género", que ha sustituido al de Cultura), de realizar una copia exacta del cuadro de Las Meninas, con la oculta intención de sustituirlo por el original, que va a ser vendido a una "petromonarquía árabe"; en el marco de una operación gubernamental destinada a liberalizar la venta de todo el patrimonio nacional, con la finalidad de obtener fondos para hacer frente a unos crecientes gastos sociables que el estado no puede asumir.

¿Qué es más importante, garantizar el bienestar social o la conservación del patrimonio artístico? Es la gran pregunta que plantea el texto. A la que se suma una reflexión sobre el concepto mismo del arte, como una peculiar forma de expresión humana ligada a la originalidad (manifestación intrínseca de la personalidad, única e irrepetible), cuya dimensión espiritual mantiene un difícil equilibrio con la vanidad ególatra. Esa dimensión sagrada de la obra artística, del genio creador (de esencia romántica), choca con los intereses de un activismo social dispuesto "a hacer que todos perdamos el alma"; lo que convierte la obra asimismo en un debate teológico en el que se enfrentan las fuerzas del bien y del mal. Sor Ángela, seducida y guiada por un mefistofélico vigilante nocturno, realizará un arriesgado viaje que la conducirá desde el laborioso y artesanal arte mimético a la performance más desaforada y radical, en un recorrido intelectual (nos hallamos ante un teatro de ideas, cuyo principal instrumento es la palabra) en el que se recuerda a algunas de las figuras más influyentes del pensamiento y el arte del mundo occidental, desde Mantegna o Santo Tomás a Kandinsky, Andy Warhol, Walter Benjamin o Eugeni d'Ors.


Con un lenguaje coloquial y distendido, en el que se vierten continuos guiños al público de hoy y alusiones al mundo de las anglófonas redes sociales (hashtag, trending topic...), Caballero vuelca en el texto su vasto conocimiento de la tradición teatral, planteándonos un conflicto de alcance calderoniano (de Calderón toma algunas intervenciones de los personajes) en el que el dramaturgo-director hace un magistral uso de algunos de los recursos más elementales (y de demostrada eficacia) del arte escénico: adecuada dosificación del ritmo dramático y de la extensión de las escenas, juego y movimiento, uso de la narratividad, ruptura de la cuarta pared y complicidad con el público, guiños, dobles sentidos, caricaturismo, elementos farsescos... Todo ello apoyado en el pilar básico sobre el que se asienta el arte dramático: la presencia sobre el escenario de un trío de actores que cumplen a la perfección sus respectivos papeles. Sobresaliente Mireia Aixalà, que realiza una interpretación de Alicia, la directora del museo, llena de intención y matices, cercanos a la parodia y en ocasiones con logrados ribetes cómicos, muy convincente y con registros hábilmente empleados; al igual que Francisco Reyes, en su papel de Adrián, cuya impresionante presencia escénica y su peculiar declamación dotan al vigilante nocturno de una personalidad absolutamente adecuada a su misterioso y ultramundano personaje. Por lo que respecta a Carmen Machi, como la monja copista sobre la que recae el peso de la obra, solo pueden aplicársele calificativos reservados a las grandes estrellas del escenario: su increíble capacidad histriónica, su facilidad para transformarse en un segundo, dando a su rostro, a su voz y su cuerpo todos los matices imaginables, desde el tono más angelical a la expresión demoníaca, desde la apocada y asexuada presencia corporal al desenvolvimiento físico de la sensualidad más desenfrenada, no hacen más que confirmar el merecido reconocimiento de que goza tan gran actriz.

Excelente asimismo el planteamiento escenográfico, plasmado por Paco Azorín, que reduce la sala a sus mínimos elementos y otorga todo el valor del espacio a los tres grandes marcos sobre los que se proyectan diferentes pinturas o sirven para expresar distintas situaciones que interaccionan con lo que sucede en cada momento en escena.

En la función de la pasada noche del 4 de enero, el público acompañó con sus risas buena parte del espectáculo, e incluso interrumpió con espontáneos aplausos la representación en un par de ocasiones, agradeciendo y valorando el trabajo de los actores; algo poco habitual en nuestro tiempo y que nos traslada a otras gloriosas épocas del arte teatral.

Brillante comienzo, en definitiva, de este nuevo año (entroncando con el anterior) para el Teatro Valle-Inclán, con una obra que todavía podrá disfrutarse hasta el próximo 28 de enero y, a buen seguro, será difícil olvidar durante mucho tiempo (al menos a quien les habla).

José Luis G. Subías

Fotografías de David Ruano

   

             

Comentarios

  1. Que Ernesto Caballero es,un caballero del Arte Teatral,puedo asegurarlo,por ser compañero de Arte Dramatico y por el esfuerzo y penalidades que se han pasado para continuar trabajando desde la Libertad del Actor,del autor,del Teatro,tanto desde el Arte español,como del Universal Patrimonio Humano.cuando el poder no es solo una demostracion de lo que la politica no consigue;desde la escuela de Libertad que es el Arte,Ernesto es,un miembro independiente de modestia y verdad autenticas.

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