De maestros, República, Guerra Civil y otras historias de nuestro pasado... muy presentes


No he de callar por más que con el dedo,
ya tocando la boca o ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo.

(Francisco de Quevedo)

Contrariamente a lo que pueda parecer, a juzgar por el tono laudatorio de la mayoría de mis críticas o reseñas, no todo el teatro que veo me gusta. Siempre procuro destacar los mejores aspectos de cada función a la que asisto, eso sí, sabedor del enorme esfuerzo que hay detrás de cada montaje escénico, respetuoso siempre con el trabajo de tantos y, por regla general, abnegados profesionales; y amante, en fin, de un oficio y un arte al que me siento vinculado por formación y estudio desde hace más de treinta años. No me considero un crítico teatral al uso, no recibo prestación pecuniaria alguna por el tiempo y trabajo que dedico a esta actividad, así que tampoco me veo en la necesidad de menospreciar y descalificar la obra del prójimo (ni de insuflar elogios inmerecidos), aunque en alguna ocasión haya tenido motivos para ello. Sin embargo, por respeto a la cultura y al teatro mismo, no puedo callar ni disimular esta vez lo que me parece una utilización torticera de la escena, que por desgracia se haya instalada como marca de la casa, en nuestro mundo teatral (y allende nuestras fronteras), ab multos annos.

Nunca me ha gustado la utilización del teatro como instrumento político, en ninguna circunstancia. Que el teatro se ha hallado siempre impregnado de ideología, qué duda cabe (toda manifestación humana de alcance social lo está); que la escena ha sido una plataforma privilegiada desde la que se han difundido valores (no necesariamente con dicha intención), resulta innegable y lógico; pero el uso adoctrinador de la misma, ya sea para catequizar o para difundir otro tipo de semillas entre el público, siempre me ha resultado indigesto y, desde el punto de vista artístico, si se me permite, reduccionista y pobre.

El recuerdo de la última guerra civil española se ha avivado con tal interés, a lo largo de los últimos cuarenta años, que vivimos hoy aquel lejano conflicto con una sorprendente (y anacrónica) intensidad, a pesar de la lejanía del mismo. Es como si, en 1918, todavía trataran de ajustarse cuentas sobre lo sucedido entre españoles durante la primera guerra carlista. Y con ella, la visión nostálgica de una Edad Dorada, denominada República, instalada en la memoria colectiva de gran parte del pueblo español como una arcadia feliz, truncada por las hordas de la represión, a la que se ansía regresar.


La esfera que nos contiene responde, a la perfección, a este tipo de creaciones aleccionadoras, que tratan de ajustar las cuentas a un pasado que algunos se obstinan en hacer muy presente. Planteada como un recorrido sesgado por la España del siglo XX, a través de momentos clave en la vida de diferentes personajes relacionados entre sí, tomando como eje central la historia de dos maestros de la República, este texto de Carmen Losa, directora asimismo del montaje, pretende no solo rendir un justo recuerdo a tan dignos héroes anónimos, cuyas penurias económicas y dificultades en el desempeño de su noble tarea fueron proverbiales desde el siglo XIX y durante buena parte de la pasada centuria, sino hacer apología de aquel período de la historia de España y ajustar cuentas de nuevo contra quienes acabaron con él (representados en la obra por el falangista, el cardenal y las fuerzas vivas de esa localidad donde los dos maestros tratan de ejercer su magisterio), cercenando las posibilidades de progreso del país y sumiendo al pueblo en la barbarie y la ignorancia.

Desde un planteamiento absolutamente maniqueo, la autora del texto presenta a los citados maestros republicanos como un dechado de virtudes, vertiendo, al mismo tiempo, duras acusaciones contra la hegemonía ejercida hasta entonces por la Iglesia en el control del patrimonio cultural y educativo del país. Cabría preguntarse, sin embargo, si tales afirmaciones no pecan del mismo sectarismo adoctrinador del que son acusadas en la obra tanto la escuela pre-republicana como la franquista. Dudo que Carmen Losa piense realmente que los maestros anteriores a la República o los que ejercieron su magisterio durante el Franquismo (todo español con más de cincuenta años, incluso menos, estudió con estos últimos) eran unos inútiles incompetentes o meros instrumentos propagandísticos al servicio del poder.  

Apoyando su alegato en una serie de imágenes fílmicas y fotografiadas, así como documentación sonora, de aquel periodo, Losa hace uso de elementos característicos del más puro teatro épico brechtiano, practicando un tipo de teatro-documento muy adecuado para sus fines, en el que los dos únicos actores que intervienen en el montaje (Leyre Abadía e Ion Iraizoz; en mi opinión, lo mejor del mismo) intercalan fragmentos narrativos y dramatizados, con interpolaciones directas al auditorio receptor de sus proclamas. Las diferentes situaciones se recrean a partir de la luz y los mínimos cambios de mobiliario imprescindibles, cobrando especial relevancia la permanente presencia en escena de una mesa y dos sillas, con las que se juega y son utilizadas según se requiere. 

La esfera que nos contiene es obra de largo recorrido ya. Estrenada en la Casa de Cultura de Villava (Navarra), el 30 de octubre de 2015, su puesta de largo tuvo lugar hace ahora un año, en la Sala de la Princesa del Teatro María Guerrero; y ha sido distinguida con importantes reconocimientos desde entonces, como su candidatura a los Premios Max (2017) y el segundo premio concedido a la mejor dirección, en el XX Certamen Nacional de Teatro para Directoras de Escena "Ciudad de Torrejón". Presentada ahora de nuevo en Madrid, en la Sala Mirador, este emblemático espacio teatral alternativo de la capital, a cuyo lema ("Cuando el parlamento es un teatro, los teatros deben ser parlamentos") responde por completo la obra estrenada anoche en su escenario, los madrileños que lo deseen podrán discernir a su gusto, hasta el próximo 4 de marzo, el alcance y validez de la opinión que este observador (el último y más humilde de los observadores) ha vertido sobre ella.

José Luis G. Subías





Comentarios

  1. Crítica muy plausible y respetuosa. No he visto la obra, pero coincido con aquel que dijo que el arte es siempre pedagógico; pero cuando se manipula para que lo sea deja de ser arte para convertirse en panfleto.

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