Recordando al "Primer amor" a través de la mirada de Beckett


Acudir al teatro para ver y escuchar una obra de Beckett (máxime si esta se presenta en una versión de José Sanchis Sinisterra) predispone a adentrarse en una experiencia que suponemos ha de ser, cuando menos, singular, desconcertante, profunda e inteligente. Y a fe que el texto representado estos días en la Sala Francisco Nieva, del Teatro Valle-Inclán, ha cumplido nuestras expectativas. Creada en 1946, Primer amor es una obra del escritor irlandés Samuel Beckett (1906-1989) en la que se aprecia buena parte de los rasgos que marcan el estilo de quien pocos años más tarde se convertiría en un referente de la nueva dramaturgia europea por Esperando a Godot (1952), la pieza que llegaría a inmortalizarlo.

Miquel Górriz y Àlex Ollé, creadores de la puesta en escena de esta versión, a partir de una idea del tristemente fallecido Moisés Maicas (a quien se dedica el montaje) y Pere Arquillué, presentan un espacio único, casi vacío, presidido por un túmulo de mármol blanco cuya inmaculada luminosidad puede trasladarnos tanto a la mesa de operaciones de una sala quirúrgica como a un aséptico y futurista panteón donde reposa un cadáver sobre una losa. Sobre este frío lecho, que hace asimismo las veces de banco en el parque donde el personaje sin nombre que protagoniza la obra conoce a Lulú, se eleva una superficie plana, rectangular, cuya intensa luz (inicialmente blanca) ilumina la escena y la tiñe de diferentes tonos, acordes con las situaciones vividas y recreadas por el protagonista.

Pere Arquillué (Tarrasa, 1967) da vida a un muerto (pues no otra cosa es este anónimo personaje) que, desde el otro lado, recuerda y revive para nosotros, cómplice público al que dirige sus palabras, la historia de su primer y único (también fugaz, dicho sea de paso) amor. En una encomiable interpretación, este sólido y veterano actor es capaz de transmitir, con la cadencia de sus movimientos, la sensación de hallarnos ante un cadáver que trata de desperezar su cuerpo tras un largo reposo, sin llegar a recuperar en ningún momento (ni siquiera cuando se viste, tras alzarse de su sepulcro ataviado inicialmente con unos simples calzones) la definitiva movilidad de los vivos. La tesitura de una voz curtida y profunda, rica de intenciones y matices, modulada con maestría por Arquillué, nos guía por este periplo personal, narrado en un extenso monólogo donde la carga de una existencia marcada por la soledad y el desapego a los otros se viste de una sarcástica visión de la realidad, teñida de escepticismo y descreimiento. Un humor negro (a veces escatológico), descarnado, deshumanizado (o excesivamente humano), esboza en nosotros una sonrisa que no tarda en congelarse, para más tarde deshacerse ante la tristura de la tragedia que subyace bajo la peripecia vital de ese anónimo hombre con aspecto de fracasado y aires de vagabundo, cuya anodina vida lo convierte en el antihéroe que hay en cualquiera de nosotros; y, en su resignada aceptación, por interés, instinto de supervivencia, o quizá antídoto contra la soledad, de que la única ilusión de amor de su vida haya sido proyectada sobre una prostituta de cuyos ingresos él también vive.

No estamos aún ante el absurdo existencial, de fondo trágico, de Esperando a Godot, pero trágico es sin duda el fondo, y marcadamente existencial, de una pieza cuyo planteamiento es apropiado para convertirse en absurdo y anuncia un camino que no tardará en ser cultivado en toda Europa, constituyendo una de las líneas dramatúrgicas más interesantes y productivas de los últimos setenta años.

Estrenada el pasado viernes, Primer amor seguirá en escena hasta el próximo 25 de marzo. Una apuesta muy recomendable para los amantes de la interpretación y del teatro que indaga, a través de la palabra, en la complejidad del hombre-individuo y su siempre incompleta existencia.

José Luis G. Subías

      Fotografías: David Ruano

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