José Sacristán o el arte de los grandes actores, en "Muñeca de porcelana", de David Mamet

 

No es la primera vez que desde estas páginas reseñamos un texto de David Mamet (Chicago, 1947), uno de los dramaturgos estadounidenses más importantes de las últimas décadas, cuyo nombre se halla asimismo detrás de grandes estrenos cinematográficos (El cartero siempre llama dos veces, Los intocables de Eliot Ness, La cortina de humo, Hannibal...), en su calidad de guionista. El teatro de Mamet ahonda en la psicología humana y en los mecanismos que intervienen en las relaciones con los otros, nacidas de principios tan elementales como la ambición, el instinto de supervivencia, los deseos y el poder. 

Escrita para Al Pacino, China Doll fue estrenada en el Gerald Schoenfeld de Nueva York, el 4 de diciembre de 2015; y no tardaría siquiera tres meses en hacerlo en España, en el Teatro Lope de Vega, de Sevilla, con el título de Muñeca de porcelana. Esta versión del texto de Mamet, escrita por Bernabé Rico y dirigida por Juan Carlos Rubio (quien ya había estrenado en 2010 una anterior pieza del autor, Razas), es la que ahora mismo puede disfrutarse en el Teatro Bellas Artes de Madrid, tras su exitoso periplo por diferentes teatros durante más de dos años.

La acción de este texto protagonizado por dos únicos personajes se desarrolla en el despacho del archimillonario Mickey Ross, al que acompaña en todo momento Carson, su hombre de confianza, fiel sirviente y aprendiz. Ross, que acaba de comprar un lujoso avión para su novia, una bella y joven inmigrante con la que se va a casar, y a quien triplica en edad, recibe una llamada telefónica donde le anuncian que el aparato está retenido en Canadá, a causa de un problema con el fisco estadounidense. Este, en apariencia, pequeño inconveniente, de fácil solución para un todopoderoso e influyente hombre de negocios que ha sido capaz, durante toda su vida, de encumbrar gobernantes y hundir a rivales sin pestañear, irá descubriendo paulatinamente una compleja intriga urdida en torno a Ross, que adquirirá dramáticas consecuencias. En esta trama en torno a la corrupción, la política y el poder, la frágil y valiosa Muñeca de porcelana que es para Ross su novia se convertirá en el instrumento utilizado por los enemigos del magnate, encabezados por el joven gobernador del estado, para acabar con él.  

José Sacristán y Javier Godino son los los actores que dan vida a los dos únicos personajes que intervienen en escena, ofreciendo una lección magistral de lo que es el arte de la interpretación. Godino, en su papel de Carson, abnegado servidor del despótico millonario Mickey Ross que permanece a su sombra y lo acompaña en todo momento, para finalmente rebelarse ante él, en el momento de su caída. El actor madrileño realiza un brillante ejercicio de parteneire, con la habilidad suficiente como para otorgar el peso de la obra a su compañero de escenario, pero haciendo sentir la importancia de su presencia, que percibimos y agradecemos como necesaria para completar la genial interpretación y el derroche de señorío escénico que muestra José Sacristán desde su aparición misma, al comienzo de la obra, hasta su mutis de despedida, antes de hacerse el oscuro final.

Ver y escuchar a José Sacristán sobre un escenario es reencontrarse con la mejor escuela de actores que ha tenido este país en el siglo XX, a quienes aún tenemos el privilegio de poder admirar y gozar en un nuevo siglo en el que deberían servir de estímulo y guía para los nuevos herederos del arte dramático. Actores que lo han hecho todo tanto en el cine como en teatro, cuya sola presencia habla, transmite, emociona... Todo cuanto hace y dice Sacristán sobre el escenario resulta teatralmente natural; nos creemos sus palabras, con una dicción envidiable que permite entender hasta la última de las preposiciones de su texto y una fuerza vocal capaz de ofrecer los más extremos matices, desde el grito al susurro. Jamás hemos visto a nadie utilizar el teléfono en escena con tanta naturalidad y soltura, hasta el punto de convertir lo que a todas luces en un extenso monólogo, apenas interrumpido por las intervenciones secundarias de Carson (magníficamente intercaladas por Godino), en un permanente diálogo, de múltiples y ricos matices, con otros personajes cuya intervención en cuanto está sucediendo se percibe como si estuvieran presentes.

La escenografía (diseño de Curt Allen Wilmer), basada en el empleo de un mobiliario realista que nos traslada al confortable despacho donde se desarrolla la acción y una ingeniosa pared de fondo oscuro, integrada por diferentes paneles que se abren para mostrar tanto la puerta de entrada a la sala como diferentes compartimentos que manifiestan la opulencia en que vive el personaje, se encuentra al servicio de la interpretación de los actores y del texto; al igual que la acertada dirección de Juan Carlos Rubio, que potencia las virtudes del conjunto y deja el foco fijo sobre Sacristán, el único y verdadero protagonista de una pieza escrita ex profeso para el lucimiento de un gran actor.

Una obra maestra, en definitiva, es lo que contemplamos ayer en el Bellas Artes, tanto por la calidad dramática del texto de Mamet como por esa lección interpretativa de un actor de la vieja escuela que ningún amante del teatro debería perderse. La obra permanecerá en cartel hasta el próximo 27 de mayo.

José Luis G. Subías

Fotografías: Sergio Parra

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