¡Abrid paso al teatro! La magia teatral de Arlecchino, a través de los ojos de Goldoni y Giorgio Strehler


¡Abrid paso al teatro! Así debiera anunciar su presencia, por donde fuera, el Piccolo Teatro di Milano, que estos días, tras una larga ausencia de veinte años, visita de nuevo España en su periplo permanente por todo el mundo, con una de las obras más representativas de la comedia italiana: Arlecchino, servitore di due padroni, de Carlo Goldoni (Venecia, 1707-París, 1793). Los agraciados que hemos podido disfrutar de alguna de las cuatro únicas funciones ofrecidas en el Teatro de la Comedia, a buen seguro, no olvidaremos esta experiencia, que quedará almacenada en nuestra memoria teatral.

Resulta difícil condensar en unas líneas los valores y detalles de un texto y una puesta en escena únicos e inconfundibles. Todo es sublime en un teatro que resuena, para el amante del arte escénico, a algo esperable y conocido. Asistimos al arquetipo de un tipo de teatro clásico; y, como tal, a la quintaesencia de un ideal corporeizado que ha sabido fijar y conservar una tradición, enriquecida día a día, pero fiel a sus principios, que se ha convertido, desde la fundación en 1947 del primer teatro estable italiano, por Giorgio StrehlerPaolo Grassi y Nina Vinchi, en una seña de identidad de su país y en patrimonio cultural de Europa.   

Reconocemos como algo propio la presencia de aquellos personajes creados por la Commedia dell'arte en el siglo XVI, a quienes tantas veces hemos visto en nuestra imaginación, gracias a las innumerables recreaciones de sus característicos atuendos y maneras en todas las manifestaciones visuales de la cultura. Pero también percibimos, en el teatro de Goldoni, las huellas de una larga tradición teatral que nos remontan a la comedia plautina, a Torres Naharro, los entremeses cervantinos o el universo del teatro clásico español. La obra del dramaturgo veneciano despliega toda su fuerza a partir del enredo permanente, fuente de las continuas situaciones cómicas que suceden en escena, y del adecuado tratamiento de las pasiones y las relaciones humanas, tras las que se perfila, con un sí es no es crítico, un lúdico e inteligente retrato de la sociedad dieciochesca europea.

La trama de esta divertida comedia gira en torno a los enredos de Arlecchino, cuando, en su afán por saciar sus necesidades alimenticias básicas, termina sirviendo a dos amos a un mismo tiempo, lo que generará multitud de confusiones y malentendidos, plenos de comicidad. La casualidad (esto es, la intención del autor) hace que estos dos amos no sean otros que Beatrice, una turinesa llegada a Venecia vestida de hombre, en busca de su amado Florindo, haciéndose pasar por su hermano Federico Rasponi, a quien aquel ha dado muerte, y el propio Florindo; quienes, para mayor tensión y divertimento, se alojarán en la misma posada. La llegada de Federico-Beatrice a casa de Pantalone, donde se prepara la boda de Clarice, su hija, y Silvio, hijo a su vez del doctor Lombardi, desata el conflicto de la pieza, al reclamar el recién llegado (a quien se creía muerto) la palabra de matrimonio previa que Pantalone le había otorgado sobre Clarice. El enredo está servido, y este no defraudará a lo largo de tres vertiginosos actos llenos de peripecias, bailes, canciones, intervalos mímicos y permanente juego escénico del que se hará partícipe en todo momento al público, a quien van dirigidas todas las intervenciones, desde una conciencia previa, y permanente (la obra se plantea como una representación teatral dentro de otra), de estar haciendo teatro para este.

Inmejorable escenario para unos actores de una capacidad técnica excepcional, sin mácula, con un dominio de los recursos escénicos e interpretativos simplemente perfecto. Dueños del arte de la proyección vocal y el uso del cuerpo en escena, los dieciocho intérpretes que poblaron anoche las tablas del Teatro de la Comedia ofrecieron una lección de arte teatral en cada uno de sus papeles y tareas, en una labor, tanto individual como de conjunto, donde todo funcionó como un mecanismo de relojería perfectamente orquestado por Ferruccio Soleri y Stefano de Luca, quienes perpetúan el montaje concebido por Giorgio Strehler (1921-1997) hace ya más de sesenta años, y que hoy funciona con la misma frescura y belleza plástica que entonces. Un montaje tradicional, que reproduce los ropajes característicos de aquel siglo XVIII en que fue escrita la obra, con una escenografía igualmente artesanal y de época, donde los espacios se recrean con unos telares pintados tras los personajes y una utilería mínima, de enorme efectividad, tanto funcional como estética. No podemos finalizar esta "no-crítica", como diría Josep Lluís Sirera, sin mencionar al menos el nombre de los actores que ocuparon el grueso del protagonismo en la función de ayer: Giorgio Bongiovanni (Pantaleón), Annamaria Rossano (Clarice), Tommaso Minniti (doctor Lombardi), Stefano Onofri (Silvio), Georgia Senesi (Beatrice), Sergio Leone (Florindo), Stefano Guizzi (Brighella), Alessandra Gigli (Smeraldina), Francesco Cordella (camarero) y el nuevo Arlecchino, Enrico Bonavera, que perpetúa la tradición iniciada con Marcello Moretti, seguida magistralmente por Ferruccio Soleri, con quien Bonavera comenzó a alternarse en el papel desde el año 2000.

Esta tarde-noche, Arlecchino volverá a mostrar su traje multicolor y su máscara de gato en el Teatro de la Comedia, en la última de las cuatro únicas funciones con que el Piccolo Teatro di Milano-Teatro d'Europa nos ha agraciado a los pocos afortunados que hemos tenido el placer de asistir a alguna de ellas. Arlecchino, servitore di due padroni, dejará en nosotros el recuerdo de lo vivido y la esperanza de encontrarlo de nuevo, algún día, sobre las tablas de un teatro.

José Luis G. Subías

Fotografías: Masiar Pasquali

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