El sueño de la imaginación en los monstruos de Francisco J. de los Ríos


La obra de Francisco J. de los Ríos como dramaturgo y director teatral está marcada por el sello distintivo de la coherencia y la autenticidad. Todos los trabajos que hemos tenido la oportunidad de contemplar de este todoterreno de la escena han tenido como marco el reducido, aunque acogedor, espacio de La Usina, esa sala alternativa madrileña donde hace tiempo nuestro hombre aposentó su reino. Ningún lugar más a propósito para su Teatro del Sótano que este oasis de teatro íntimo, alejado de la parafernalia comercial del teatro superventas, donde el público puede asistir a espectáculos exclusivos y verdaderamente irrepetibles, dada la negativa de su autor a querer ofrecer sus palabras a la imprenta. Si el teatro es, por su esencia, una ceremonia viva, directa, en tiempo presente, el rito teatral que Francisco J. de los Ríos nos ofrece en cada uno de sus montajes sabemos, por su propio planteamiento efímero, que lo es aún más. Y así lo saben también los actores que han trabajado con él, que, contagiados de su personal manera de entender el teatro, quedan marcados por su empática personalidad e imbuidos por la contagiosa fuerza de sus sueños.

La sombra del monstruo, nuevo título presentado por el director y dramaturgo el pasado domingo, 2 de septiembre, conecta con ese universo gótico que tan bien supo plasmar en su anterior montaje, La habitación, estrenado en esta misma sala a principios de año, cuyo éxito ha permitido que aún hoy se mantenga en escena; y viene a mostrar el interés por un género normalmente ausente en la cartelera teatral de nuestros días, ligado a una literatura de misterio y terror decimonónicos cuya estética y efectos, no solo en la literatura o el cine, siempre han ejercido una atractiva fascinación en el público. Si hace doscientos años, los dramas góticos proliferaban en la escena, en el Madrid de comienzos del siglo XXI Francisco J. de los Ríos sueña y recrea la legendaria reunión que tuvo lugar el 17 de junio 1816 en la Villa Diodati, alquilada por Lord Byron, donde aquella noche en que se gestaron los dos grandes mitos de la literatura de terror (el Vampiro y Frankestein), Mary y Percy Shelley, junto con Clair Clairmont, hermanastra de aquella, y el doctor Polidori, acompañante y émulo de Byron, por el que se sintió continuamente vejado y humillado, vivieron unos sucesos que jamas olvidarían... O, al menos, no lo haremos nosotros.

El ambiente, en apariencia festivo, que preside el reducido espacio de la sala donde se encuentran los cinco personajes de la historia se tornará asfixiante y enfermizo por momentos; y en el estrecho marco de tiempo en que se desarrolla la acción (la obra respeta las unidades clásicas de tiempo y lugar), las conversaciones sostenidas entre los diferentes personajes, su comportamiento, sus delirios y excentricidades, fruto del alcohol o del opio, sus juegos de sociedad, la egolatría, el deseo, la frustración y los fantasmas más recónditos del alma servirán para mostrarnos los más crueles y monstruosos instintos del ser humano.

Sobre una puesta en escena sobria, donde el tono dominante es el negro, reducida a un mínimo mobiliario, vestuario y utillería que permiten recrear el lugar y la época en que nos encontramos, y unos necesarios efectos de sonido ambiental y lumínicos, que colaboran en el desarrollo de la acción, el director ha organizado correctamente el interés de la trama, dando a cada personaje el protagonismo requerido en cada momento, jugando con los ritmos escénicos y emocionales, y conduciendo la intriga hasta el momento culminante de la pieza, que tiene como principal protagonista a Lord Byron, y a su ayudante y contrapunto, Polidori. Byron es, a nuestros ojos, el personaje más atractivo y de mayor interés en la pieza, erigiéndose en centro y eje de atención de todos (no olvidemos que es también su anfitrión), y maestro de ceremonias de tan extraña velada: su hermafroditismo entre dionisiaco y apolíneo, su porte de ángel caído, de dandy luciferino, hacen de él, en la soberbia interpretación de Alejandro Dorado, el alma (diabólica) de la fiesta.

El resto de los personajes reaccionan y giran en la dirección que Lord Byron indica; salvo Mary Shelley (en realidad, Mary Wollstonecraft Godwin, pues aún no se había casado con el poeta), cuya inteligencia y personalidad compiten con la de Byron y se muestra la única capaz de hacerle frente. Personalidad que una actriz como Jennifer Baldoria, capaz de adentrarse en las más recónditas aristas del estro trágico, transmite con una serenidad y convicción interpretativa encomiables. Por su parte, Germán García construye un Percy Shelley convincente y poderoso, que se impone en escena gracias a la soltura con que el actor viste su personaje y a la privilegiada voz con que lo adorna. En un sutil sotto voce, capaz de trasmitir el dolorido sentir del personaje que interpreta, Mattis de la Fuente crea un doctor Polidori que responde a la idea que la historia nos ha trasmitido del personaje; alguien apocado frente al ser a quien admira, quien lo desprecia y humilla ante todos. En cuanto a Esther González, le corresponde dar vida, y lo consigue con suficiente solvencia y credibilidad, al segundo personaje femenino del reparto, Clair Clairmont, hermanastra de Mary, acomplejada frente al talento de esta, que trata de sentirse parte del grupo haciendo uso de los únicos atributos que posee, los de una sexualidad que ofrece a Byron a cambio de su aceptación.

Excelente reparto para unos personajes de lujo que, estamos seguros, volverán a reunirse aún muchas noches en La Usina; como también lo estamos de que cuanto suceda en esa reunión, atrapará al amante del teatro y de la literatura gótico-romántica.

José Luis G. Subías


Comentarios

  1. Estupenda crítica. Como siempre. Creo que captas lo esencial de las obras. Un gusto leerte. Saludos.

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    1. Mi capacidad crítica creo que camina en sentido inverso (eso espero) a mi torpe habilidad con la tecnología. Acabo de descubrir que tenía desconfigurado el "botón" de los comentarios, y no he podido leer el tuyo hasta ahora mismo, ¡más de un mes después de que lo escribieras! Ya lo he solucionado. ¡Muchas gracias por tus amables palabras, Mariel!

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