Los clásicos también cantan, o ¡Bienvenidos a la resistencia!


Existe una tradición teatral hondamente arraigada en el corazón y los recuerdos de quienes nacieron hace ya algunas décadas. Esta tradición está formada por variopintos títulos y géneros, entre los que guardan un señalado lugar aquellos que pueden ser evocados por el oído. ¿Quién que tenga algunos años (se trata de un detalle importante) no ha tarareado en su mente, alguna vez, aquellos conocidos versos cantados respectivamente por Julián y la Susana?

"¿Dónde vas con mantón de manila?
¿Dónde vas con vestido chiné?

A lucirme y a ver la verbena,
y a meterme en la cama después."

O aquellos de otro de los populares cantables incluidos en esta conocida pieza:

"Por ser la Virgen
de la Paloma,
un mantón de la China-na,
China-na,
te voy a regalar."

En efecto, resulta imposible no recordar (salvo que se tenga, quizá, menos de cuarenta años) estos simpáticos y desenfadados versos escritos por Ricardo de la Vega, a los que dio vida musical el maestro Tomás Bretón, a finales del siglo XIX. Estrenada el 17 de febrero de 1894, en el emblemático Teatro Apolo de Madrid, La verbena de la Paloma es la obra cumbre del género chico español. Es tal su popularidad que supera en número de estrenos contemporáneos a muchos de los grandes títulos del repertorio clásico por excelencia en nuestros días, esto es, el del teatro del Siglo de Oro. Sin embargo, la pervivencia de la zarzuela (tanto en su formato de gran extensión como las piezas breves en un acto que constituyen el género chico) en los escenarios no ha sido fácil en las últimas décadas. La magnífica labor realizada desde el Teatro de la Zarzuela habría sido a todas luces insuficiente para mantener vivo el gusto por un género muy alejado de los intereses de nuestro tiempo y, en general, del público, de no haberse visto apoyada por distintas iniciativas personales nacidas del amor por unas formas escénicas de otro tiempo, de singular valor cultural, que los esforzados defensores de estas se han empeñado en sostener.

Entre estos quijotes de la "resistencia" escénica se encuentra Óscar Cabañas, quien, al frente de la compañía madrileña Ditirámbak, fundada en 1997, ha dedicado al teatro lírico toda su ya extensa vida artística. Actor, compositor, cantante y director con más de medio centenar de montajes a sus espaldas, Cabañas forma parte de esa legión de actores y directores que sobreviven día a día, haciendo aquello que más les gusta, trabajando en unas condiciones cuya realidad se halla muy lejos de las alfombras rojas y el glamur de la gloria. Para estos hombres y mujeres del teatro (no importa el género de que se trate) no hay mayor gloria que el contacto diario con el público, el brillo en los ojos de quienes los aplauden desde las primeras filas del local donde actúan (raras veces son grandes teatros) y el rítmico batir de unas palmas en forma de aplauso agradecido. Ese es su alimento y el aliento que los impulsa.

Desde que iniciara en 2007, en el Teatro Victoria de Madrid, un espectáculo de "pequeña gran zarzuela" donde recogió su primer montaje de La verbena de la Paloma, Ditirámbak se ha convertido en asidua de esta pequeña sala madrileña y en ella han visto la luz las diferentes zarzuelas estrenadas por el grupo en estos años (El dúo de la africana, La Gran Vía, La Revoltosa, Agua, azucarillos y aguardiente, La del manojo de rosas, La corte del faraón...), que vuelven a encontrarse con el público cada cierto tiempo. Precisamente estos días se alternan en la escena de este teatro algunas de las piezas citadas, entre las que se encuentra de nuevo la costumbrista historia de amor, celos y fiesta castiza protagonizada por Casta, Susana, Julián, la tía Antonia, don Hilarión, la señá Rita, don Sebastián, el tabernero y otros personajes de este sainete lírico que don Ricardo de la Vega bautizó con uno de esos títulos, tan frecuentes en la escena antigua, cuya explicitud daba cumplida cuenta del contenido de la historia representada en ellos: La verbena de la Paloma, o El boticario y las chulapas y Celos mal reprimidos.

Con una llamativa escasez de medios, Ditirámbak presentó el pasado 6 se septiembre (y volvió a repetir ayer) una divertida, sentida e inteligente versión del texto original, a la que el director y adaptador (Óscar Cabañas) añadió, de su propia cosecha, un preámbulo inicial (con un cantable incluido), perfectamente adaptado al conjunto, además de la inclusión del dúo de Felipe y Mari Pepa, de La Revoltosa, con la finalidad (confesada por don Sebastián, maestro de ceremonias de esta improvisada adenda) de añadir tiempo a la hora de duración de estas piezas breves que hicieron célebre el Teatro Apolo hace más de cien años. Los intérpretes defendieron con soltura un montaje que evidenciaba el rastro de la veteranía en cada detalle, no solo en las voces (algunas algo ajadas por el paso del tiempo) sino en cada rincón del escenario, decorado, utillería, vestuario... Un rancio sabor a cartón viejo y desdibujado se confundía con el brillo de unas mismas ropas planchadas tras demasiadas funciones, creando la imagen de un retablo escénico de otro tiempo, con aires entre cervantinos, teatrito de don Ramón y music-hall. Y por encima de este conjunto que resultaba, a nuestros ojos, estéticamente entrañable y enternecedor, se alzaba la excelente interpretación de unos actores que mostraron el sentimiento y la profesionalidad de las verdaderas gentes del teatro, que viven no solo de él (poco y mal) sino para él. Todos y cada uno de los ocho actores-cantantes que interpretaron la obra (cuyos nombres, a falta de un programa de mano que facilitara esa información, quedarán en el anonimato a nuestro pesar) se dejaron la piel en ella, como si fuera la primera vez que la representaban, disfrutando y haciendo disfrutar al público en cada una de sus escenas. Solo podemos nombrar a uno de ellos, el único que sí pudimos reconocer; el propio Óscar Cabañas, que asumió el papel de Julián en la representación a la que asistimos.

Al finalizar la función, en un gesto una vez más entrañable, pleno de cercanía y humildad, Cabañas se dirigió al público tras recoger sus aplausos, para pedirle su apoyo, invitándole a asistir a los otros espectáculos líricos que su compañía presenta en la misma sala en los próximos días. A buen seguro que lo haremos. Es la recompensa que merece el trabajo de este veterano grupo y el estímulo necesario para que iniciativas como esta se mantengan, sosteniendo y haciendo vivo un patrimonio cultural que es de todos. La verbena de la Paloma puede verse los jueves, a las siete de la tarde, en el Teatro Victoria.

José Luis G. Subías    

Entrada principal del Teatro Apolo, donde se estrenó La verbena de la Paloma en 1894

Comentarios

Entradas populares de este blog

"Romeo y Julieta despiertan..." para seguir durmiendo

Una "paradoja del comediante" tan necesaria y actual como hace doscientos años

"La ilusión conyugal", un comedia de enredo donde la verdad y la mentira se miran a los ojos