Juicio a una sociedad a través del drama de Otelo


Desconfío por norma y prevención profiláctico-intelectual de los juicios sumarios ejecutados contra los grandes mitos del pasado; y en lo que viene al caso, de la historia teatral. Si don Juan ya ha sido enjuiciado en varias ocasiones, incluso sentenciado sin posibilidad de defensa en otras, nos temíamos lo peor (en el mejor de los sentidos) ante este nuevo juicio de un personaje cuyo recuerdo se halla inexorablemente unido al del uxoricidio por celos. Sin embargo, ¡cuán grata sorpresa tuvimos ayer al comprobar lo mucho que distaba la obra que fuimos a ver al Teatro Fernando Fernán Gómez de lo que prometía su título y de las equívocas palabras que, desde la página del Centro Cultural de la Villa, la definían como una revisión "agresiva, sexual, racial y feminista" del drama de Shakespeare, convertido en "una tragedia de género en el siglo XXI".

Anoche, gracias a la habilidad de un dramaturgo de raza, digno heredero de su abuelo Alfonso Paso y su bisabuelo Enrique Jardiel Poncela, pudimos contemplar toda una lección de dramaturgia en el Otelo a juicio escrito por Ramón Paso; una pieza que no solo constituye una original y actualizada versión del conocido drama shakespeariano (que percibimos y disfrutamos con toda su intensidad), sino una excelente trama seudopoliciaca, cercana al género negro, en la que el característico detective de estas obras y su destartalado despacho ha sido sustituido por el igualmente lóbrego bufete de una abogada ambiciosa y sin escrúpulos, capaz de salvar al mismo diablo con tal de obtener un beneficio personal. Mucho del criticismo social característico de estas piezas se manifiesta en el drama de Paso, quien, sin dejar de ofrecer la historia del moro de Venecia, asesino de su esposa Desdémona (Inés Kerzan), inserta en el recuerdo y el relato de un Otelo (Francisco Rojas) que acude al despacho de Silvia (Ana Azorín) en busca no de salvación (se siente culpable y le devora el dolor del asesinato cometido), sino de tiempo para vengarse del mefistofélico Yago (Jorge Machín), a quien culpa de haberle impulsado a cometer su crimen, nos ofrece un ingenioso entramado escénico que sitúa la acción poco después del asesinato de Desdémona (se supone que esta yace aún muerta en su dormitorio), solo que en un siglo XXI muy alejado del tiempo en que Shakespeare sitúa su historia.

La escenografía del montaje se limita a una fría y metálica mesa de despacho, unas sillas del mismo material, un archivador y un perchero, con los que Ramón Paso, director asimismo de su obra, logra recrear el bufete de la abogada donde transcurre la acción "real" de la historia; mientras que cede a la imaginación del público, con la ayuda del vestuario utilizado por los personajes del relato shakespeariano y los cambios de luz, la responsabilidad de percibir ese otro mundo (el de Otelo) inserto en este. A pesar de los diferentes planos de ficción que se entremezclan en escena, la unidad y verosimilitud de la historia planteada por el dramaturgo se mantiene en todo momento y se sigue con interés. Todo cuanto sucede en el escenario resulta lógico y creíble (teatralmente hablando), y aceptamos el entrechocar de espadas y puñales con la misma naturalidad con que contemplamos a Silvia hablando por teléfono, o se alterna el grandilocuente y poético discurso del universo shakespeariano (no exento asimismo de procacidad) con el lenguaraz lenguaje de la abogada. Desde un posicionamiento respetuoso con la dramaturgia clásica, tanto desde el punto de vista escénico como textual, Paso es capaz de transmitir una sensación de modernidad no impostada en su Otelo, que nos permite escuchar y aceptar, como una lógica banda sonora de cuanto sucede en escena, el Knockin'on Heaven's Door de Bob Dylan (al fin y al cabo, todo un Nobel de Literatura).

Siendo el minimalismo la tónica escenográfica del montaje, el director de este ha cedido todo el protagonismo de cuanto sucede en escena, junto con el texto, a unos actores que cumplen a la perfección su cometido. Tan cerca se halla el público de estos en la sala Jardiel Poncela, del Fernán Gómez, que la intensidad de su interpretación se percibe aún con mayor nitidez y detalle, haciéndole aún más partícipe, si cabe, del juego teatral que se desarrolla ante sus ojos. Soberbios Francisco Rojas con esa profunda voz que sobrecoge y fascina, intensa y real; Ana Azorín, con una fuerza y un desparpajo que la hacen dueña de cuanto sucede en escena; Jorge Machín, seguro y seductor en su papel, perfecta su dicción y poseedor de un instrumento vocal igualmente intenso y convincente; o Ángela Peirat, que crece en su figura de secretaria y construye un personaje creíble y lleno de matices; como dignos de aplauso son asimismo Inés Kerzan, que da vida a la inocente Desdémona, Felipe Andrés (Rodrigo) y Jordi Millán (Casio).

Decíamos al comienzo de este artículo que Ramón Paso no había utilizado el nombre ni el drama de Shakespeare para, adaptándolo a las necesidades de nuestro tiempo, reducirlo a un simple (en términos literarios y artísticos) caso de violencia de género. La obra de Paso encierra eso y mucho más. En ella aparecen, en efecto, temas como la violencia, el sexo, el racismo, el machismo y el feminismo; pero también la envidia, los celos, la duda, el odio, el amor, la inocencia, la culpa, el arrepentimiento, la hipocresía... Toda una amalgama de emociones, instintos y deseos se dan cita en una obra que, en el marco de una intriga teatral perfectamente pergeñada, pretende indagar en los mecanismos del comportamiento humano y sus intenciones, con la finalidad de desnudar y cuestionar los fundamentos de su moralidad (a veces doble moralidad), muchas veces construidos a partir de prejuicios, juicios sin juicio o, simplemente, amparados en lo políticamente correcto. A quien se enjuicia en esta obra, en realidad, no es a Otelo, sino a toda una sociedad.

Una buena obra teatral, en definitiva, que consideramos puede gustar tanto a los amantes del teatro clásico como de la dramaturgia contemporánea; y, en cualquier caso, sin etiquetas de ningún tipo, a los amantes, simplemente, del buen teatro. Hasta el próximo domingo, 14 de octubre, en la sala Jardiel Poncela del Teatro Fernán Gómez.

José Luis G. Subías

Fotografías: Lucía Lera

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