El juego trágico de "La puta de las mil noches"


En enero de 2011, Juana Escabias, una de las dramaturgas más representativas de la generación teatral que se dio a conocer a finales del siglo pasado y que ha protagonizado el despegue de la dramaturgia española contemporánea en la dos últimas décadas, donde la voz femenina ha alcanzado una singular y destacada presencia, se alzó con el V Premio El Espectáculo Teatral de Ediciones Irreverentes por su obra Apología del amor. Este ñaque dramático protagonizado por dos únicos actores, práctica habitual en la escena contemporánea que permite dar al actor y al texto todo el protagonismo (y poder disfrutar, en este caso, de dos grandes de la interpretación como Natalia Dicenta y Ramón Langa), es el que estos días se representa en la sala Margarita Xirgu del Teatro Español, en Madrid, con el título de La puta de las mil noches.

Mucho más efectivo y comercial, pero también más "clarificador" sobre la situación planteada en este drama con estructura de thriller es el nuevo título elegido para el texto y su montaje, en el que no resulta difícil percibir el guiño lanzado a las mil y una noches que Sherezade hubo de pasar entreteniendo y provocando el interés del sultán Schazamán en un juego de astucia e inteligencia (y poder) muy presente asimismo en la obra que la escritora nos muestra, a partir de una puesta en escena dirigida por Juan Estelrich cuyo planteamiento nos ha parecido muy atractivo, sugerente y acertado. 

Todo sucede en una única noche, en la moderna y, presumimos, lujosa casa de un hombre poderoso y adinerado, cuyo nombre desconocemos (representa a un tipo social, humano y genérico), a la que acude una prostituta (tampoco importa su nombre, pues representa a otro tipo social y humano, también genérico) para prestar sus servicios a aquel. Desde el primer instante, en que, tras una presentación marcadamente cinematográfica donde se proyecta, sobre la gran pantalla que constituye el fondo del escenario, el nombre de los dos intérpretes de la obra, de su autora y su director, así como el título de la misma, se da paso a unos fragmentos escogidos de la censurada en su momento película El mundo sigue (1965), producida por el padre del propio Juan Estelrich, donde Fernando Fernán Gómez protagoniza junto con Lina Canalejas (su esposa en el film) un par de duras escenas de violencia de género, percibimos el tono, el fondo y el sentido de la historia que vamos a presenciar. Esta influencia del cine, actividad prioritaria de Esterlich, se muestra a lo largo de todo el montaje. Al cine remiten las escenas que tienen lugar en el exterior de la casa, en lo que se supone su jardín (con la espléndida y sugerente imagen nocturna e invernal de una neoyorquina ciudad al fondo, en la que reinan los rascacielos), que contemplamos como a través de un inmenso ventanal o, llegado el caso, como una pantalla donde se proyecta cuanto sucede en tan importante lugar; como cinematográfico es el sonido de los tacones de la prostituta mientras se adentra en la casa, fuera de la escena, o se aleja de la sala donde se desarrollará la acción. Y cinematográfico es el ritmo, la cadencia del discurso de los protagonistas, el hilo argumental de la historia y su desenlace, que nos traslada a otras importantes historias fílmicas como La huella (1972) de Mankiewicz (también protagonizada por dos únicos actores y donde se establece un juego de dimensiones trágicas, aunque con un sentido muy distinto a la intención pretendida por Escabias para su texto). Pero también se trata de una obra profundamente teatral. Tanto el planteamiento dramático, basado en la intriga y el juego establecido a partir del reto que un hombre sin escrúpulos y tintes de sadismo psicológico le propone a una mujer dispuesta a todo por dinero, así como los diferentes temas que se plantean en el texto (sexo, violencia, maltrato, alcohol, drogas, prostitución, abuso de poder, violación, estupro...), nos recuerdan a algunos quizá hoy ya olvidados textos de Alfonso Sastre, como su otrora impactante Oficio de tinieblas (1967); pero también al Alfonso Paso menos conocido de Dos sin tres (1967) o de Nerón-Paso (1969), o incluso aquel Juegos de sociedad (1970) de Juan José Alonso Millán, no tan lejos del planteamiento dramático de La puta de las mil noches.


Estas múltiples relaciones del texto de Juana Escabias con la tradición teatral y cinematográfica nos hablan de una obra de calidad, escrita desde un profundo conocimiento del hecho escénico (en el elemento fílmico tiene mucho que decir, o todo, Juan Estelrich) y del sentido de la pièce bien faite, lo que hace de esta un drama serio (con alguna leve concesión al humor negro) cuya intriga tiene valor e interés en sí mismo. Tanto, como el privilegio de ver y escuchar en escena a dos actores que lo llenan todo con su sola presencia. Un verdadero lujo. No podemos perder de vista, en cualquier caso, el mensaje que la autora pretender verter (y vierte) a lo largo del permanente discurso (se trata de un teatro basado prioritariamente en la palabra) de los dos únicos personajes que se enfrentan en escena: la denuncia de la violencia de género, del maltrato del hombre a la mujer; y, en definitiva, del poderoso hacia el indefenso.

No desvelaremos nada más del contenido de esta pieza cuyo desenlace invitamos a descubrir, junto con el resto de cuanto esconde (o muestra abiertamente), atravesando las puertas de la sala Margarita Xirgu del Teatro Español, donde La puta de las mil noches seguirá esperando, a quien quiera acompañarla, hasta el próximo 23 de diciembre.

José Luis G. Subías

Fotografías: Leticia Hueda

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