El mago Juan Mayorga en la Francisco Nieva del Teatro Valle-Inclán


El dramaturgo madrileño Juan Mayorga no necesita presentación alguna. Su obra teatral es, desde hace años, una de las más sólidas y brillantes de la escena nacional, y en su haber se cuentan algunos de los más importantes títulos de la dramaturgia española contemporánea. Desde la serenidad (no exenta de responsabilidad) que aporta la veteranía y el oficio adquirido en treinta años de profesión, Mayorga se permite afrontar la escritura y posterior puesta en escena de cada uno de sus nuevos textos con la libertad de quien se sabe poseedor del reconocimiento unánime de las gentes del teatro y la aquiescencia cariñosa del público. Quien hace ya tiempo demostró todo cuanto se está obligado a demostrar para alcanzar tal reconocimiento puede permitirse hoy lujos difícilmente asumibles en otras circunstancias, y probablemente impensables en otros dramaturgos no consolidados en la escena, muchas veces impelidos a buscar una originalidad vanguardista, quizá innecesaria, para distinguirse; como puede ser la aventura de lanzarse a escribir una comedia de intriga y enredo, con aires de vodevil, de factura absolutamente clásica, con una impoluta cuarta pared y un respeto absoluto a las unidades de espacio y tiempo (que el autor utiliza asimismo como elemento de su juego, en ocasiones metateatral). 

Destinada a entretener al espectador, sin dejar por ello de plantear algunos importantes conflictos en torno a la vida familiar de nuestro tiempo y a la insatisfacción personal de quien, encajonado en el papel asumido en aquella, desea volar y sentirse verdaderamente libre, El mago es el nuevo estreno teatral de este también ilusionista, pero de las palabras y de la realidad escénica, que es Juan Mayorga, que desde el pasado 23 de noviembre se representa en la Sala Francisco Nieva del Teatro Valle-Inclán.

El propio dramaturgo, que asume la dirección del montaje, explica que la idea de este texto le surgió tras asistir a un espectáculo de magia en el que fue rechazado como voluntario para participar en un ejercicio de hipnosis, situación sobre la que se vertebra el conflicto de la pieza que ahora nos ocupa: Nadia (Clara Sanchis) regresa a su casa tras haber asistido a uno de estos espectáculos, pero quien supuestamente acaba de entrar por la puerta del domicilio familiar no es en realidad esta, sino una proyección liberada por la mente de la verdadera Nadia, cuyo verdadero cuerpo se encuentra sobre el escenario donde la ha hipnotizado el mago al que ha ido a ver. Ante la incredulidad de Víctor, su marido (José Luis García-Pérez), su hija Dulce (Julia Piera) y su madre, Aranza (María Galiana), Nadia mostrará una conducta alejada por completo de la realidad, histriónica y antinatural, desconcertante, desinhibida y desvergonzada, en ocasiones semejante a una marioneta sin control. Este planteamiento, llevado por el autor hacia situaciones ridículamente cómicas, sitúa la acción en ese universo de la comedia frívola al que antes aludíamos, convirtiéndose la obra en un capricho o juguete cómico, un sainete que conjuga el realismo de los personajes y del espacio donde sucede todo (el salón de un piso en la actualidad) con lo irreal y casi absurdo de la situación. Absurdo y enredo aumentados con la aparición en escena de Lola (Ivana Heredia), vieja amiga de Víctor a la que el matrimonio ha invitado a cenar junto con su marido, que no acude (y del que aquel esperaba obtener un favor para Dulce), y Ludwig (Tomás Pozzi), estrambótico personaje que se ha presentado para hacer una oferta por la casa, que se halla en venta, y termina formando parte de este surrealista circo, tan disparatado como el conejo y la espada que Aranza ha traído en su bolso.

Resulta agradable volver a encontrar en el teatro escenografías que reproducen de forma realista el ambiente, el mobiliario, las paredes, ventanas y puertas de un salón familiar, al estilo de las clásicas comedias burguesas del pasado siglo; tarea que Curt Allen Wilmer, responsable asimismo de un vestuario acorde con el estilo, ha resuelto con solvencia. Como gratifica asimismo acudir a un teatro para disfrutar, sencillamente, con la historia imaginada por un dramaturgo dispuesto a jugar durante un tiempo con una trama y un enredo, y hacernos partícipes de ese juego, prestándonos voluntarios al ejercicio de hipnosis que supone abrir los ojos para adentrarnos en el sueño mágico que nos ofrece la escena y cerrarlos de nuevo para regresar a nuestras respectivas vidas. Buen trabajo el de los siete actores que conforman el reparto, cuya interpretación, oscilante entre el naturalismo y una actuación más exagerada en algunos casos, resulta coherente con el planteamiento general de un texto que juega consciente y descaradamente con los mecanismos de la realidad y la ficción.

El mago de Juan Mayorga se mantendrá en escena hasta el próximo 30 de diciembre, en la Sala Francisco Nieva del Teatro Valle-Inclán.

José Luis G. Subías

Fotografías: marcosGpunto

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