"El precio", de Arthur Miller, un texto que mantiene su vigencia e interés después de cincuenta años


Estrenada en Nueva York, en 1968, El precio es un clásico de la dramaturgia estadounidense, obra de uno de los autores más importantes y característicos del realismo escénico que dominó la escena de este país en los años centrales del pasado siglo: el neoyorquino Arthur Miller (1915-2005). La versión que en los dos últimos meses ha podido disfrutarse en el El Pavón Teatro Kamikaze, en una traducción de Cristina Genebat, viene a sumarse a las presentadas con anterioridad en nuestro país desde aquel primer estreno de 1970 dirigido por Narciso Ibáñez Menta y las últimas versiones estrenadas en 2003 previas a esta, entre las que destaca la dirigida por Jorge Eines.

Ese nuevo montaje, bajo la dirección de Sílvia Munt, pone de manifiesto la atracción por un texto que mantiene su vigencia e interés después de cincuenta años, sin perder por ello un sabor clásico y añejo, que acentúa aún más, a nuestros ojos, su atractivo. La directora barcelonesa ha sabido dar al texto de Miller la ambientación y el ritmo propios de una dramaturgia cercana al lenguaje del naturalismo cinematográfico (medio al que ha dedicado una buena parte de su actividad profesional), creando un espacio interior acentuadamente realista (y algo claustrofóbico), apoyado tanto en la escenografía de Enric Planas como en el vestuario de Antonio Belart, en el que el verismo de los diálogos del dramaturgo estadounidense se potencia con una magistral interpretación de los cuatro actores que conforman el reparto, cuya naturalidad interpretativa es dosificada a lo largo del relato escénico con una intensidad de matices capaces de conducirnos desde el intimismo psicológico más sutil al explosivo desgarro de las emociones contenidas.

La acción, que respeta escrupulosamente las unidades clásicas de espacio y tiempo, así como una cuarta pared que nos convierte en verdaderos espectadores de una historia que contemplamos desde la distancia (aunque tan cercana), transcurre en una humilde vivienda de un edificio que va a ser demolido, en la que se acumulan numerosos objetos y muebles que forman parte del pasado de Víctor (Tristán Ulloa), un policía de Nueva York frustrado personalmente y hastiado de su trabajo, y de su hermano Walter (Gonzalo de Castro), cirujano de éxito con el que lleva sin hablarse dieciséis años. Víctor, acompañado de su esposa Esther (Elisabet Gelabert), cuya frustración es aún mayor que la de aquel tras toda una vida de sacrificios y estrecheces económicas para poder ayudar a su fallecido suegro, al que el crack de 1929 arruinó anímica y económicamente, se dispone a vender todos esos enseres a Solomon (Eduardo Blanco), un nonagenario y usurero comprador de muebles viejos, cuando aparece Walter en la vivienda. El reencuentro de ambos hermanos, unido a la insatisfacción que sufren Víctor y Esther en sus vidas, construidas sobre autoengaños, frustraciones, silencios y esperanzas incumplidas, provocará una tensa y conflictiva situación en escena, donde los recuerdos del pasado y los reproches callados aflorarán, para adueñarse de un presente marcado indefectiblemente por aquel.

Todo un deleite para los amantes de la buena literatura dramática es este texto, al que una muy acertada dirección escénica y la soberbia interpretación de cuatro actores de raza convierten en un verdadero ejercicio de buen teatro del que todavía podrá disfrutarse en Madrid, hasta el próximo 6 de enero, en El Pavón Teatro Kamikaze.

José Luis G. Subías

Fotografías: Javier Naval

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