La savia de la que se nutre el teatro, y el "corazón roto" de Esther Berzal


Día tras día, al margen de la fastuosidad y la vida de los grandes escenarios, aunque probablemente con el deseo y la ilusión puestos en ellos, cientos de jóvenes cultivan una pasión a la que se entregan con la inocencia y la fuerza de Ícaros dispuestos a alcanzar sus sueños. Detrás de cada mirada, de cada sonrisa, se acumulan años de ensayo y estudio, de permanente formación y aprendizaje; un rico bagaje cuyo contenido atesora, en la misma medida, temores, dudas, ilusiones y anhelos; pero, sobre todo, mucho amor; amor a una actividad, una profesión, un arte, un tipo de vida y una forma de entender esta, que constituye la savia de la que se nutre el TEATRO y la que le da su fuerza.

En nuestro afán por conocer lo mejor posible la vida teatral de Madrid, en este nuevo siglo en que las artes escénicas parecen haber superado los malos presagios de un tiempo, no tan lejano, en que su razón de ser y su propia existencia se habían visto gravemente amenazadas, recalamos anoche en la Sala Bululú, un espacio de teatro independiente ubicado en el distrito de la Arganzuela, no lejos de otras salas semejantes a las que ya hemos dedicado otros espacios en La última bambalina. Se ofrecía en ella la última representación de Antes de agosto, un montaje de una jovencísima Esther Berzal (Segovia, 1998), sobre un texto de su autoría premiado en el II Festival de Teatro Breve Tarambana-Carabanchel, que sorprende por la madurez, seriedad e inteligencia de su planteamiento. Estrenada el pasado mes de mayo, la obra ha recorrido diferentes salas alternativas madrileñas desde entonces (El Esconditeatro, Musical Impro, El Montacargas, Tarambana), hasta su reciente puesta en escena, durante el mes de noviembre, en la Sala Bululú.  

No es habitual encontrar sobre el escenario una propuesta de estas características. La obra, cuya duración no sobrepasa los veinte minutos, está concebida como un lamento desgarrador e íntimo más propio del lenguaje lírico que del dramático; una purificación-salvación personal y sanación catárquica a través del teatro, convertido en plataforma o ventana abierta al mundo (el público) que la contempla y desde la que la autora muestra, con toda su intensidad, el proceso del dolor pasional adolescente (tan conocido y compartido) que sufre un corazón (su corazón) roto.

El foco de atención permanente en escena son las tres actrices que dan vida a la única protagonista (la voz de la autora), que asumen asimismo el valor simbólico de la alegoría al representar respectivamente a la Añoranza (interpretada en esta ocasión por la propia Esther Berzal), el Amor Ciego (Paula Alegría) y la Realidad (Alicia Villora). Ataviadas con un aséptico camisón blanco, que las uniforma y ofrece una imagen de irrealidad onírica (a la que también contribuye el minimalista y simbólico espacio escénico creado por la autora) que podría recordarnos, por sus diferentes y compulsivos comportamientos, tanto a la estancia de un pabellón psiquiátrico como al esquizofrénico mundo interior de una mente atormentada, las actrices evolucionan, junto con el texto, llegando a despojarse de tal atuendo para ofrecernos la pulcra y sincera desnudez de sus cuerpos en una suerte de tierna fragilidad infantil que muestra al "personaje" más vulnerable aún, pero también iniciando el proceso de sanación que supone el renacer tras haber descendido a los infiernos.

El referente último del reproche emanado de esta voz doliente se halla siempre presente en escena, oculto tras un inteligente juego que permite adivinar su nombre en la reiterada y obsesiva enumeración que se produce, en un momento determinante de la obra, de los meses del año, pasando de junio a agosto sin mencionar el mes intermedio. El conjuro de la purificación se cumple y concluye con estas últimas palabras, con que finaliza asimismo la obra, pronunciadas al unísono por los tres personajes:

Esta es la manera en que yo me manifiesto.
Y la última vez que te convierto en centro de mi arte.

Aplaudimos el trabajo de Esther Berzal y las actrices que la han acompañado en su aventura (Paula Alegría, Clara Toledo, Alicia Villora y Paula García), intercambiando con frecuencia sus papeles, así como al resto del equipo (el vestuario de Inmaculada Sáiz y la iluminación y espacio sonoro de Marta Herrero). La juventud de estas nuevas mujeres del teatro son muestra de ese imparable empuje del que hablábamos al inicio de nuestro artículo, y de la fuerza de esa savia que nutre el noble arte de un oficio cuya continuidad, no tenemos la menor duda, está asegurada.

José Luis G. Subías


Comentarios

Entradas populares de este blog

"Romeo y Julieta despiertan..." para seguir durmiendo

Una "paradoja del comediante" tan necesaria y actual como hace doscientos años

"La ilusión conyugal", un comedia de enredo donde la verdad y la mentira se miran a los ojos