Los ridículos figurones de Rojas Zorrilla regresan al Teatro de la Comedia


El telón se alzó en varias ocasiones (habríamos dicho, de hallarnos en otro tiempo) ayer noche, en el Teatro de la Comedia, para responder a las rendidas ovaciones que el entregado público de abono que abarrotaba la sala ofreció a los actores que acababan de interpretar Entre bobos anda el juego, divertidísima comedia de enredo y "figurón" escrita por Francisco de Rojas Zorrilla en 1638.

Siempre es una sana y enriquecedora aventura acercarse a nuestros clásicos menos conocidos por el gran público. No todas las temporadas puede verse en escena un texto de este importante dramaturgo de la llamada "escuela de Calderón", al que, aun así, la Compañía Nacional de Teatro Clásico ha dedicado varios montajes en los últimos veinte años; desde aquel primer Entre bobos anda el juego dirigido por Gerardo Malla en 1999, a Del rey abajo, ninguno (2007), Los áspides de Cleopatra y Donde hay agravios no hay celos (2014). De todas las comedias del autor toledano ha sido sin duda la primera de las citadas la llevada en más ocasiones a los escenarios desde hace medio siglo, y esta es la que vuelve a subirse, veinte años después, a las tablas del Teatro de la Comedia, en una versión de Yolanda Pallín dirigida por Eduardo Vasco, coproducida por la CNTC y Noviembre Compañía de Teatro.

El planteamiento de la comedia de Rojas Zorrilla es muy simple, construido ex profeso para provocar el enredo y la diversión a partir de un característico juego de amores entrelazados, confusión de identidades y sigilosos deseos, donde el amor mantiene en todo momento con el interés un baile rijoso y desacralizado. Porque la sangre nunca llega al río en esta comedia en la que los sentimientos de los personajes resultan tan poco creíbles como ellos mismos, convertidos en fantoches de un retablo de marionetas al servicio de un único y doble fin: provocar la risa a través de la ridiculización de las situaciones y los individuos, y ridiculizar a estos haciendo uso del filtro cómico. Toda la acción se construye en torno a don Lucas del Cigarral, arquetipo, más que antiheroico, "esperpéntico", del modelo de personaje sobre el que se construye la llamada comedia de figurón, género característico del teatro barroco que tendrá una larga descendencia en el teatro posterior. Don Lucas ha concertado con el padre de doña Isabel (don Antonio) su matrimonio con esta, amparado en los seis mil ducados de renta que posee, mientras la joven ama en realidad a otro hombre, un caballero desconocido que la salvó de ser embestida por un toro y resultará ser don Pedro, primo de don Lucas quien, a falta de dinero, posee todos los atributos de que este carece. A la acción se añaden don Luis, pretendiente asimismo de la dama, casi tan melifluo como el figurón del Cigarral, la hermana de este último, doña Alfonsa, igualmente ridiculizada por el autor (en el montaje de Vasco, el papel lo realiza un hombre), y los respectivos criados de estos -Cabellera, Carranza y Andrea-, que adoptan el necesario e inconfundible papel de gracioso, especialmente en el caso del servidor de don Pedro.

Reconocemos en este nuevo montaje dirigido por Eduardo Vasco la mano del equipo artístico cuyo trabajo elogiábamos hace un año en El caballero de Olmedo: desde el elegante y rico vestuario ideado por Lorenzo Caprile, capaz de trasladarnos a un imaginario siglo XVII envuelto de color y fantasía novelesca, a la sobria y sugerente escenografía de Carolina González, destinada a favorecer el movimiento y el juego actoral en escena, dejando a la imaginación del público completar el cuadro escénico de lo que se ofrece a sus ojos. También repiten cartel todos los actores que conforman el reparto, con la excepción de un José Ramón Iglesias (don Lucas del Cigarral) cuya peculiar interpretación de su fatuo, ridículo e hinchado personaje determina en buena medida el tono del resto. Daniel Albadalejo (don Pedro), Isabel Rodes (doña Isabel) y Arturo Querejeta (Cabellera) repiten en sus respectivos papeles de galán, dama y criado-gracioso, con la soltura y seguridad que da moverse en un terreno conocido y frecuentado. Así sucede asimismo con José Vicente Ramos (don Antonio), en su papel de padre de la dama (nos sorprendió el alcance de su voz en las partes cantadas), y Fernando Sendino (don Luis) en su papel de caballero. Rafael Ortiz (Carranza) y Elena Rayos (Andrea) adoptan el papel de criados en esta ocasión, y Antonio de Cos transforma el atuendo de rey por el de una peculiar doña Alfonsa, hermana casadera de don Lucas, sin abandonar una guitarra que, al igual que en El caballero de Olmedo, cobra un especial protagonismo en este montaje cuya "música, canciones y ruidos" -obra de Eduardo Vasco- determinan el ritmo vital de la función y del propio texto.

En el programa de mano, Vasco confiesa haber apostado por hacer suya -de la compañía que la interpreta- esta comedia, "con algunas licencias que tendrán que disculparnos", asumiendo la posibilidad de haberse quizá "desmelenado un poco" (en ocasiones, el montaje llega a caer casi en la astracanada). Y a fe que su puesta en escena del texto de Rojas se aparta del modo en que tantas veces lo hemos vivido y recreado en nuestras propias lecturas. Pero no es menos cierto que la propuesta de este director "de la vieja escuela" está hecha desde el respeto y el amor por la obra, y su modo de acercarse a ella para ofrecérsela al público de nuestros días no solo es lícito, sino que funciona, a juzgar por las numerosas risas y aplausos surgidos de forma espontánea en mitad de la función, después de algunas de las canciones interlacaladas en el texto. Si como decíamos anteriormente, la finalidad de esta comedia es provocar la risa a través de la ridiculización de las situaciones y los individuos, a la par que ridiculizar a estos haciendo uso del filtro cómico, no cabe la menor duda de que Eduardo Vasco ha conseguido su propósito (creemos que también el del dramaturgo que la engendró).

Entre bobos anda el juego permanecerá en cartel, en el Teatro de la Comedia, hasta el próximo 3 de marzo.

José Luis G. Subías             
             
Fotos: Asís G. Ayerbe

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