"Espejo de víctima", de Ignacio del Moral: un debate en torno a las relaciones de poder y el victimismo


Dos historias diferentes, pero tan semejantes y contrarias como los objetos que se miran frente a frente en un espejo. ELLA, una atractiva e inteligente periodista, con aire de distanciada contención, entre tímida y seductora, dispuesta a entrevistarlo a ÉL, un político de éxito a punto de alcanzar la cumbre de su carrera, cuya distendida posición de poder no tardará en verse amenazada por los errores de un pasado no tan intachable como la imagen que este nuevo triunfador de amplia sonrisa e impoluta presencia desea vender a sus electores. Él, un anónimo HOMBRE que irrumpe en el despacho de una MUJER de éxito en las redes, soberbia y desinhibida, que luce las taras de su condición de víctima del terrorismo con una altivez enojosa para ese hombre que observa su vida como un juez inquisidor dispuesto a castigar su concupiscente y provocador exhibicionismo. En ambas situaciones asistimos a relaciones de poder, aún más significativas dramáticamente por el hecho de personificarse tanto en un hombre como en una mujer, lo que permite al autor plantearse y plantear preguntas de plena actualidad, que ponen el dedo en la llaga sobre el comportamiento humano y los a veces difusos límites entre lo correcto y lo incorrecto, lo moral e inmoral; en definitiva, entre el bien y el mal. ¿Quiénes son las víctimas y quiénes los verdugos en este tablero donde las piezas blancas y negras no son tan blancas ni tan negras como las reglas del juego parecen dar a entender?

Con este complejo y profundo planteamiento ha construido Ignacio del Moral (San Sebastián, 1957) uno de los textos (en realidad dos, cada uno con su propio título, el segundo de los cuales fue creado ante la imposibilidad de extender una obra redonda, perfecta en su confección y dimensiones) más logrados, literaria y dramáticamente, de la actual temporada teatral, a la medida de quien es, desde hace años, una referencia en la dramaturgia española contemporánea. Tanto en La lástima como en La odiosa, las dos piezas breves que conforman Espejo de víctima, una situación en apariencia relajada e inocente (aunque sostenida por una permanente tensión solapada), en la que hay cabida para la insinuación sensual, el coqueteo, la seducción y el debate inteligente, adquirirá bruscamente un tono muy distinto, a partir de un violento coup de force que llevará el conflicto a su punto álgido, dejando al descubierto las más elementales y primitivas pasiones y miserias del hombre... y la mujer.

Ignacio del Moral ha puesto sobre la escena dos dramas interconectados tanto en su fondo como en su forma, insertos estéticamente en un realismo tradicional de corte clásico (ambas historias respetan escrupulosamente las unidades aristotélicas) y urbano, en el que asoman los ecos de la más característica dramaturgia norteamericana del siglo XX y ese gusto por los conflictos llevados a escena por David Mamet, siempre polémicos y de absoluta actualidad. El peso de una palabra en la que reside toda la fuerza y el interés de la acción se ve reforzado, en el montaje que estos días se representa en la Sala de la Princesa del Teatro María Guerrero, por la acertada dirección de Eduardo Vasco, que ha sabido extraer todas las posibilidades escénicas de tan brillantes textos, formando un fabuloso tándem con un autor con quien no trabajaba desde aquel Rey negro estrenado en la Sala Olimpia hace más de veinte años.

Un mobiliario moderno y funcional, formado por una mesa con superficie de cristal, dos elegantes sillas de tijera y otra de despacho, con ruedas, más algún mínimo elemento de utilería, es cuanto necesita el director para dar vida a los dos espacios donde se desarrollan ambas historias, cuya escenografía ha corrido a cargo de Carolina González, colaboradora habitual en los montajes de Vasco, al igual que Lorenzo Caprile, diseñador del vestuario. Muy adecuado asimismo el espacio sonoro, ideado por el propio Eduardo Vasco, que nos traslada a las ambientaciones sonoras del lenguaje fílmico.

Y hemos querido dejar para el final de esta reseña la mención a los dos actores que hacen vivo, emocionante y creíble el universo dramático creados por el autor y el director de escena. Lo hacemos, más allá del orden habitual seguido en nuestras reseñas, para destacar el extraordinario trabajo realizado por ambos; porque solo dos actores de la talla de Eva Rufo y Jesús Noguero pueden transmitir la fuerza y la verdad de unos textos cargados de matices e intenciones, marcadamente naturalistas. Ductilidad, elegancia, sutileza, pasión, energía, sensualidad, furia, violencia... todo el espectro de la complejidad humana, sus instintos, razones y sinrazones afloran en dos interpretaciones simplemente soberbias a las que este montaje debe, en buena medida, su extraordinario resultado.

Espejo de víctima, una producción del Centro Dramático Nacional, seguirá representándose en la Sala de la Princesa del Teatro María Guerrero hasta el próximo 21 de abril. Una cita obligada (y necesaria) para los amantes del teatro que permanezcan en Madrid, o visiten nuestra ciudad, esta Semana Santa.

José Luis G. Subías

Fotos: marcosGpunto

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