La divertida propuesta de "El lindo don Diego" de Morboria Teatro deja su huella en el Teatro de la Comedia


Entre las compañías invitadas por la CNTC en la presente temporada, dentro del ciclo "Clásicos en Compañía", se encuentra Morboria Teatro, una sólida aventura teatral iniciada por Eva del Palacio y Fernado Aguado hace treinta y cinco años, y que ha ofrecido en su larga trayectoria (su fundación es anterior a la Compañía Nacional de Teatro Clásico), decenas de espectáculos marcados por el deseo de ofrecer al público productos escénicos de una marcada intencionalidad estética que aglutinen sobre el escenario el mayor número de elementos significativos posible, para convertir a este en una verdadera caja mágica donde todo cuanto suceda tenga una dimensión artística que lo aleje conscientemente del mundo donde transita la realidad (la otra realidad). 

Un estallido de teatro asalta los sentidos del espectador que se dispone a presenciar El lindo don Diego de Agustín Moreto, un clásico del repertorio de Morboria que, durante cuatro días, ha podido disfrutar el público de Madrid, y sus visitantes, en el Teatro de la Comedia. Nada más adentrarnos en el patio de butacas, nos recibe la música de un piano, que permanecerá en escena de forma permanente, acompañada de una batería que marca un pegadizo ritmo a cuyo son una joven, vestida de años veinte, baila entregada en lo que se supone es un club nocturno (el programa de mano nos informa de que se trata del Morboria Club, famoso en un Madrid de herencias aún modernistas, que reconocemos, por ejemplo, en el atuendo de los personajes), en el que el color rojo se impone tanto en las mesas como en el tono general y la iluminación de la sala. La representación se inicia realmente con la actuación de Tórtola Valencia, la bailarina de los pies desnudos que inspiró y sedujo con la embriagadora sensualidad de sus movimientos a la plana mayor de los artistas de principios de siglo (Rubén Darío, Valle-Inclán, Pío Baroja, Zuloaga, Benavente) que acudían a verla. El homenaje a esta sicalíptica artista se mantendrá a lo largo del espectáculo, donde se intercalarán algunos otros momentos protagonizados por tan singular bailarina (interpretada por una espectacular Virginia Sánchez), integrados armónicamente en el conjunto de la comedia, que aportarán un valor añadido más al montaje.

Y es en este club donde se inicia la acción de la comedia de Moreto, que Eva del Palacio, adaptadora del texto y directora del espetáculo, traslada del siglo XVII a unos locos años veinte del pasado siglo que, desde el irrealismo creador que aporta la directora a esta colorida puesta en escena, se adecuan perfectamente al distanciamiento humorístico de la comedia de figurón escrita por Moreto. El expresionismo farsesco que domina la estética del montaje no es esperpéntico (no hay crítica corrosiva en la intención ), sino que enlaza con la tradición del teatro frívolo y desenfadado, de la farsa sin hierro y punzón. Ni siquiera el personaje creado por Moreto hace siglos, ese lindo don Diego que tiene más de lindo que de Diego, es aquí ridiculizado con las fáciles y engoladas galas rosáceas de un afeminamiento que Fernando Aguado, en una magistral interpretación del personaje, ha sabido eliminar. Fatuo, engreído, petulante, ingenuo en su presunción, y con su punto ridículo, sin duda lo es, pero no recuerdo haber visto nunca un figurón tan atractivamente seductor para un público a quien rindió como un Tenorio nada más salir a escena. Todo en Aguado recuerda a las grandes figuras del arte de la interpretación de nuestra historia teatral, aquellos grandes primeros actores que dirigían las compañías en el siglo pasado. Una voz profunda y potente, de trabajada dicción, una actitud corporal sobre las tablas tan desenvuelta como la de quien se halla cómodamente en el salón de su casa (y, de hecho, es que lo está), y tal cantidad de matices e intenciones visibles en cada uno de sus gestos y la expresividad de su rostro, que lo convierten en la figura del donaire por excelencia. No hay exageración alguna en su forma de afrontar el personaje, ni meliflua impostación, sino una natural exuberancia que, sin llegar a ser excesiva -aun siéndolo- resulta siempre creíble. Al igual que su vestimenta, nacida de la misma ingeniosa concepción colorista y farsesca (casi circense) que preside el montaje, visible tanto en la escenografía como en el vestuario, el maquillaje y la caracterización de los personajes en general, donde siempre ha estado presente Eva del Palacio, entre otros miembros de la compañía.

El lindo don Diego que ayer se despidió de su breve visita al Teatro de la Comedia tiene, a nuestros ojos, la virtud de hacernos olvidar que estamos viendo y disfrutando con una obra de teatro clásico español, en verso y con todas las dificultades lingüísticas que entraña la literatura barroca para el oído (y las mentes) del siglo XXI, para arrastrarnos, con total naturalidad, al universo de una comedia intemporal y de siempre. Muy pronto olvidamos que íbamos a ver a Moreto, para adentrarnos en una comedia que podía haber sido escrita tanto por Molière como por Goldoni, Bretón de los Herreros o Jacinto Benavente. Nos hallábamos ante una comedia, sin más, muy divertida, que provocó un indudable interés entre el público, que siguió una insustancial trama previsible y repetida hasta la saciedad en nuestra literatura dramática, con final feliz. No había nada más que pedir ni que exigir; deseábamos ese final "feliz" como también relajarnos para disfrutar de un momento distendido (incluso yo, a pesar de mi actitud siempre analítica ante los espectáculos, no tardé en hacerlo) que también nos aportase un poco de "felicidad". Y a fe que Morboria lo consiguió, a juzgar por los espontáneos aplausos en mitad de las escenas y las frecuentes carcajadas en palcos y butacas. Por un momento, creímos hallarnos en mitad de una sala en un teatro del siglo pasado o del XIX, rodeados de ese denostado público burgués sin el cual la industria teatral no habría existido. Me emocionaron las risas de las personas de avanzada edad que me rodeaban y habían decidido, en lugar de quedarse frente al televisor, pasar la tarde disfrutando de un arte vivo que conocieron sus padres y abuelos, al que acudían para reírse y emocionarse con las historias representadas en escena, sin prejuicios intelectuales ni grandes pretensiones artísticas. Teatro, solo teatro. Y nos parecieron estériles y ridículas las discusiones sobre la finalidad del teatro y la dicotómica y destructiva oposición entre el arte y la industria, entre el teatro comercial y el de los cultos, entre la tradición y la modernidad...

Lo que vimos ayer en el Teatro de la Comedia era una comedia tradicional, construida desde una concepción tradicional de la puesta en escena, pero lo bastante atrevida como para hacer bailar un charleston a los personajes de Moreto, transformar al criado Mosquito en Mosquita e incluir textos de Lope en mitad de la acción, convertidos en canciones. Teatro comercial en su planteamiento e intención es este, sin duda, pero también teatro artístico. Y el resultado final, sin entrar en matices puntillosos que no harían más que ensombrecer un trabajo que nos resulta a todas luces encomiable, nos dejó muy satisfechos, nos divirtió y nos hizo sentir cómodos en el teatro (sin duda no es este un teatro contra el público, ni falta que hace).

No podemos más que finalizar aplaudiendo el trabajo de la docena de intérpretes (entre ellos el pianista, Miguel Barón, encargado de la dirección musical de la obra) que se dieron cita en el escenario. Junto a una Eva del Palacio que asumió con soltura y dominio de las tablas el importante papel de Mosquita, el ya citado Fernando Aguado, que levantaba al público en cada una de sus intervenciones, y la espectacular actuación de Virginia Sánchez como Tórtola Valencia, completaron el reparto Diego Morales, Ana Belén Serrano, Jorge Corrales, Eduardo Tovar, Alejandra Lorente, Vicente Aguado, Trajano del Palacio y Luna Aguado.

José Luis G. Subías

Comentarios

  1. Una preciosidad de espectáculo, sin duda

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  2. Pedro Lorenzo de castro14 de abril de 2019, 15:24

    Un curro complejo y muy elaborado. Enhorabuena.

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