Una "Estrella" áurea shakespeariana con sabor a drama romántico


Extraordinario cierre, en el Teatro de la Comedia, del ciclo de "Clásicos en compañía" celebrado a lo largo de lo que llevamos de este mes de abril, con la representación, en la sala principal de la sede de la CNTC, de La estrella de Sevilla de Lope de Vega, a cargo de la compañía Teatro Clásico de Sevilla.

No es la primera vez que este clásico de la dramaturgia áurea visita la calle del Príncipe. Ya lo hizo en 1998, dirigido por Miguel Narros, en una producción de la Compañía Nacional de Teatro Clásico; que volvería a montar el texto en 2009, esta vez bajo la dirección de Eduardo Vasco. La versión que ayer presenciamos de este drama tardío de la producción lopesca, también atribuido a Andrés de Claramonte, fue estrenada hace ya algunos años, el 27 de julio de 2013, en el Festival de Teatro y Danza de Niebla, con el mismo elenco con que se ha presentado ahora en el Teatro de la Comedia, casi seis años después, avalada por un recorrido intachable a lo largo del cual ha recogido numerosos galardones, entre ellos los premios ADE 2015 a la dirección de Alfonso Zurro y la escenografía de Curt Allen Wilmer. Unos premios que juzgamos más que merecidos, tras apreciar la belleza plástica de una puesta en escena de rotunda originalidad, exquisita muestra de cómo unos recursos escenográficos de gusto tradicional (como tal juzgamos el empleo de unos largos palos que, trasladados por los actores de un lugar a otro del escenario, y ajustados al suelo gracias a una superficie metálica enrejada, son capaces de sugerir los más variados espacios), utilizados con imaginación y estilo (preciosos los cambios de luz proyectados sobre la superficie blanca -siempre teñida de color- del fondo del escenario, que acompañaban y recreaban tanto las sensaciones de los momentos vividos en escena como contribuían a crear los espacios donde transcurre la acción), pueden convertirse en verdaderas obras de arte. Excelente asimismo el vestuario diseñado por el propio Allen Wilmer, cuya sofisticada mixtura entre lo clásico y un futurismo intemporal de aire cinematográfico, acorde con la escenografía, es otro de los muchos atractivos de este montaje.

Un espectáculo teatral redondo, impecable, justo lo que necesita un texto clásico de estas características, es lo que Alfonso Zurro, adaptador y director de la obra, presenta en un montaje no exento de analogías contemporáneas, concebido desde una perspectiva actual pero respetando el sentido y el espíritu de la dramaturgia clásica, en el que los ecos de un barniz shakespeariano (que tan bien conoce el director) trasladan la estética de la representación a un Romanticismo tan afecto al dramaturgo inglés como al teatro áureo. No resulta extraño que el texto de Lope fuera resucitado en los albores de este movimiento, con una refundición de Cándido María Trigueros a la que tituló Sancho Ortiz de las Roelas (1800), y en 1852 Juan Eugenio Hartzenbusch hiciera lo propio con una nueva versión homónima de la pieza. Alfonso Zurro ha sabido captar esta potencialidad trágica de la obra para ofrecernos lo que, perfectamente, podría haber sido el montaje de un drama histórico romántico.

Es La estrella de Sevilla una obra de madurez, en la que Lope (aceptemos la atribución tradicional, que al fin y al cabo no afecta al valor del texto) ha trocado el optimismo vital de sus comedias de enredo por la seriedad barroca de un drama cuya solución feliz es imposible, como sucederá en El castigo sin venganza. Ambientada en el reinado de Sancho IV (s. XIII), hijo de Alfonso X, la acción nos traslada a Sevilla, donde el rey "Bravo", llegado por primera vez a esta ciudad, queda prendado de la belleza de Estrella Tavera (Rebeca Torres), hermana del regente de la ciudad, Busto Tavera (Moncho Sánchez-Diezma), y prometida de Sancho Ortiz de las Roelas (Pablo Gómez-Pando). Obsesionado por gozar a la joven, el Rey (Manuel Monteagudo) se comportará como un vulgar tenorio caprichoso, capaz de recurrir a las más viles trazas con tal de alcanzar el objeto de su deseo. No es fácil encontrar una imagen tan degradada de la realeza en las obras de nuestro teatro barroco, en las que el papel negativo y despótico del poderoso suele adjudicarse a un noble, mientras que el monarca se presenta normalmente como representante de una alta justicia que viene a restablecer el orden social en escena. Los elementos negativos de Sancho el Bravo son conscientemente resaltados en la versión llevada a escena por Alfonso Zurro, quien interpreta la obra  en clave "política", como una crítica a la monarquía absolutista. Tan solo un personaje, en contraste con la acentuada dignidad y elevado sentido del honor de los sevillanos, manifiesta una actitud equiparable a la del Rey: don Arias (Antonio Campos), su cómplice y fiel confidente, que se arrastra a su sombra.

Los deseos del monarca chocarán con la vigilante voluntad de Busto de proteger su honor. No queremos desvelar (para quien aún no lo conozca) el desarrollo de un conflicto de difícil solución y de trágicas consecuencias. No hay concesión alguna a la comedia en un texto en el que ni siquiera aparece la figura del gracioso, y la única criada que interviene en la acción, Natilde (Alicia Moruno), tiene un final bastante luctuoso, inconcebible en la comedia lopesca. Nos encontramos ante una historia de amor imposible y oposición a la tiranía (de ahí su tono romántico), que el adaptador del montaje plantea (en una acertadísimo trabajo de dirección) como el relato de un corifeo (Manuel Rodríguez), al que acompaña un permanente coro que evoluciona con la acción y del que, en un oportuno distanciamiento épico de corte brechtiano, surgen los personajes que se van incorporando a la historia para representarla. Excelentes, todos y cada uno de los intérpretes del reparto, cuyo trabajo ya tuvimos ocasión de elogiar con motivo de la representación de Hamlet el pasado año; a quienes debemos añadir la actuación de una Alicia Moruno, ausente en aquel montaje, que no se queda a la zaga.

Brillante, en definitiva, el trabajo de la compañía Teatro Clásico de Sevilla, con el que culmina un ciclo de "Clásicos en compañía" que consideramos un completo éxito y finaliza hoy con la última representación de La estrella de Sevilla. Una iniciativa más de las muchas incorporadas por Helena Pimenta durante su fructífera etapa al frente de la Compañía Nacional de Teatro Clásico y que esperamos se mantenga en el incierto futuro que aguarda a nuestro teatro clásico a partir de la próxima temporada.

José Luis G. Subías

Fotos: Luis Castilla
     

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