"Copenhague", de Michael Frayn, literatura dramática en estado puro


La literatura inglesa está plagada de grandes dramaturgos, y esta rica y arraigada tradición se ha mantenido viva hasta nuestros días en la figura de autores como el que hoy nos ocupa, el veterano Michael Frayn (Londres, 1933), que, a sus setenta y cinco años, estrenó en el National Theatre de Londres Copenhagen, uno de los textos más premiados y elogiados del escritor, llevado también al cine en una película de Howard Davies de 2002, el mismo año que se estrenó en España  bajo la dirección de Ramón Calleja, interpretado por Fernando Delgado, Sonsoles Benedicto y Juan Gea.

Solo autores de raza y talla semejante pueden poner en pie una obra con la complejidad de Copenhague, que desde el pasado 23 de mayo se exhibe en el Teatro de La Abadía, en una nueva adaptación del texto dirigida por Claudio Tolcachir (Buenos Aires, 1975), en un montaje de sobria y cálida factura que hace recaer el peso del espectáculo sobre el excepcional trabajo interpretativo realizado por otras tres grandes figuras de la escena: Malena Gutiérrez, Emilio Gutiérrez Caba y Carlos Hipólito, capaces de hacer vivo, real e intenso un drama con la sutileza, intensidad y hondura psicológica del presentado. La acción de la obra gira en torno al encuentro que tuvo lugar en 1941, en plena Segunda Guerra Mundial y en la Copenhague ocupada por los nazis, entre dos importantes físicos: el danés Niels Bohr (Gutiérrez Caba) y su exalumno y antiguo ayudante, el alemán Werner Heisenberg (Carlos Hipólito). En este tenso y emotivo encuentro entre ambos sucedió algo, una conversación cuyo contenido se nos veda pero que intuimos o perfilamos en el transcurso de una historia donde los saltos en el tiempo nos trasladan a un relato onírico poblado de fantasmas ya fallecidos que tratan de justificar su comportamiento pasado, buscar respuestas o expiar sus culpas.

La densidad de unos diálogos cargados de alusiones técnicas al mundo de la física nuclear nos adentra asimismo en el de la ética filosófica, en un texto que se desea leer después de haberlo escuchado. En el debate planteado entre Bohr y Heisenberg, al que aporta en ocasiones una nota más distendida la esposa del primero, Margrethe (Malena Gutiérrez), silenciada ayudante asimismo de este que mecanografió todos sus escritos, nos adentramos en un debate íntimo y personal, de tipo moral y alcance humanista: ¿es lícito el uso de la ciencia para destruir vidas? ¿Dónde se hallan los límites morales de la guerra? Una pregunta focalizada en la construcción y posterior uso de la bomba atómica, pero que sería aplicable a cualquier otra bomba; incluso a cualquier arma. Lo que se cuestiona, en realidad, es un problema de trasfondo weberiano: la difícil relación entre la ética y la ciencia, cuando esta puede utilizarse para cualquier fin. Y más allá, la opción personal de elegir, al margen de cualquier fundamento, causa o idea, entre la destrucción y la vida.

Las cartas están echadas; las preguntas, formuladas... Teatro de palabra y de reflexión es lo que se nos ofrece en una pieza de tono realista vestida por Elisa Sanz con una escenografía de gran belleza, a la que la iluminación de Juan Gómez Cornejo aporta toda su potencialidad, capaz de hacernos percibir con nitidez la ensoñación del recuerdo y los fantasmas de la conciencia. La herencia de la mejor literatura dramática del siglo XX sostiene los cimientos de Copenhague, al igual que encontramos la tradición de la mejor escuela de interpretación española en el soberbio trabajo de Malena Gutiérrez, Emilio Gutiérrez Caba y Carlos Hipólito, inmensos en sus respectivos papeles, donde la verdad y la emoción contenida afloran en cada matiz, cada palabra, cada gesto...

El éxito obtenido por un drama que podemos incluir ya entre los mejores de este fructífero 2019 lo corrobora la prolongación de sus representaciones durante dos semanas más de las previstas; por lo que quienes aún no hayan tenido la oportunidad de disfrutar esta lección de literatura dramática en estado puro podrán hacerlo hasta el 14 de julio, en el Teatro de La Abadía.

José Luis G. Subías

Fotografías: Sergio Parra

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