El drama de una espera desesperada y la heroica dignidad de quien resiste, en "El coronel no tiene quien le escriba"


La dignidad y el amor se imponen en un mundo hostil donde la miseria es sombra de la virtud, en El coronel no tiene quien le escriba, adaptación teatral de la célebre novela del colombiano Gabriel García Márquez (1927-2017) realizada por Natalio Grueso para el montaje dirigido por Carlos Saura que, desde el 15 de mayo, se está representando en el Teatro Infanta Isabel de Madrid.

Mucha curiosidad teníamos por ver cómo había resuelto el conocido cineasta la puesta en escena de un texto cuya esencia literaria es esencialmente narrativa y cuya acción languidece en la monotonía de una espera angustiosa de la que pende la propia vida. Porque ese es el eje temático que sostiene la historia escrita por el fallecido Premio Nobel, hace más de medio siglo, la de un coronel que desfallece, junto con su esposa enferma -tanto como él mismo-, víctima del hambre y la necesidad, esperando la milagrosa carta de un gobierno que lo olvidó hace tiempo -nada menos que quince años-, en la que se le comunique la concesión de una pensión por sus pasados méritos militares. El uniforme del coronel (Imanol Arias) es el símbolo de una dignidad que el militar mantiene intacta, a pesar de las miserias que su mujer y él padecen. Su vana esperanza se mantiene firme, marcial, tanto como el amor que profesa a su esposa (Cristina de Inza) y la cresta del único bien que poseen, un gallo de pelea de su fallecido hijo, que esperan pueda reportarles alguna ganancia.

Saura ha diseñado un espacio y un vestuario de corte realista, acordes con el tono de la novela, sugerido en el primer caso mediante una escenografía consistente en un lugar único (la habitación del matrimonio) presidido por una mesa con dos sillas, una mecedora y una cama, junto con un espejo de cuerpo y un galán de noche donde reposa el uniforme del coronel. Unos sugerentes, elementales y efectivos dibujos (con un toque entre naïf y expresionista, de insinuación casi esperpéntica), obra del propio director, se proyectan sobre el fondo del escenario, recreando los espacios donde transcurren las diferentes escenas del texto: el cuarto de los esposos, la calle, un bar, el cementerio... Ambientación que se completa con algunas melodías que nos trasladan inevitablemente al universo del creador de Macondo, tan presente en una pieza donde las alusiones al coronel Aureliano Buendía y a "cien años de soledad" asoman en varios momentos.

Obra marcada por la intensidad emotiva, El coronel no tiene quien le escriba es un texto y un montaje que pone de manifiesto la existencia de un mundo injusto, y real, dominado por déspotas adinerados como don Sabas (Jorge Basanta) y abogados cuya verborrea se alimenta con la esperanza de los pobres y las propinas de aquellos, que es presentado por el autor con ojos críticos; pero también, y sobre todo, una loa al amor, a la dignidad y a la nobleza necesaria en las personas; que reconocemos no solo en el coronel y su esposa, sino también en el médico que los atiende (Fran Calvo). Aunque en alguna ocasión la sonrisa cómplice asoma a los labios ante algún momento distendido de la pieza, el tono general de esta y la sincera actuación de sus intérpretes -a los que debemos sumar el nombre de Marta Molina-, que realizan un excelente trabajo presidido por la naturalidad y el intimismo, trasladan al público un cúmulo de emociones que se mantienen cuando este abandona la sala, tras escuchar la eterna pregunta y la liberadora respuesta del coronel, que lo resume todo: "Dime, ¿qué comemos?"... "Mierda".
  
Hasta el 21 de julio volverá a repetirse todas las tardes, en el Teatro Infanta Isabel esta emotiva historia del paciente coronel que languidece junto a su esposa aguardando quien le escriba.

José Luis G. Subías

Fotografías: Sergio Parra

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