La seriedad trágica calderoniana toma las tablas del Teatro de la Comedia con "La hija del aire"


Emparentada con las obras mitológicas del autor, los dramas históricos y filosóficos y sus autos sacramentales, La hija del aire (1653) es una de las piezas que componen el abundante teatro palaciego o cortesano escrito por Calderón de la Barca (Madrid, 1600-1680), astro rey de la escena barroca española. No es este uno de sus dramas más populares y representados, pero aun así, en los últimos cuarenta años la historia de Semíramis, mítica reina asiria que llevó a su esplendor a la ciudad de Babilonia, ha sido llevada a las tablas en varias ocasiones, desde la ya lejana producción del Centro Dramático Nacional protagonizada por Ana Belén, en 1981, a la mucho más reciente versión estrenada en el Teatro Español en diciembre de 2004, interpretada por Blanca Portillo. Dignos y elevados precedentes para Marta Poveda, la actriz encargada de dar vida al personaje en este nuevo montaje dirigido por Mario Gas, en versión de Benjamín Prado, que la Compañía Nacional de Teatro Clásico estrenó el pasado 7 de mayo en el Teatro de la Comedia y aún puede contemplarse en el templo de nuestra escena clásica.

La CNTC apuesta fuerte con un texto difícil, nunca antes puesto en escena por esta, representativo de una dramaturgia barroca que se aleja de la comicidad característica del teatro popular áureo para mostrarnos una vertiente escénica que tendría amplio cultivo en los siglos posteriores. Precedente, en muchos sentidos, de la comedia heroica dieciochesca, y afianzamiento de un tema, el del destino, prolongación de las inquietudes filosóficas vertidas por el autor en La vida es sueño -resulta inevitable la comparación entre Segismundo y Semíramis, dos desarrollos de una misma figura dramática- que será recogido y desarrollado más tarde en el Romanticismo, el personaje dramatizado por Calderón en La hija del aire ya había sido llevado a la escena con anterioridad por el trágico valenciano Cristóbal de Virués (La gran Semíramis) y sería ampliamente difundido en Europa a partir de la versión operística de Metastasio -y otras secuelas decimonónicas, como la de Rossini- y la tragedia de Voltaire.

Dividido en dos partes muy diferenciadas -a nuestros ojos, mucho más interesante, temática y escénicamente, la primera-, el texto de Calderón presenta un drama complejo centrado en la figura de Semíramis, personaje de alcance mítico-heroico, cuya arrebatadora belleza esconde una despiadada e impulsiva voluntad de ambición y poder marcada por un sino trágico anunciado desde el comienzo mismo de la historia. La irresistible fuerza de esta figura femenina se impone al deseo de unos hombres que caen rendidos ante el erótico y hechicero encanto de un poder que Marta Poveda encarna como pocas actrices pueden hacer. Impactante siempre en sus poderoras interpretaciones, Poveda aporta a sus personajes un vendaval de seductora energía que se transmite a través de su desgarrada voz y el narcotizante -y vigoroso- movimiento de su cuerpo. Es ahí donde la actriz muestra un esplendor que pasa desapercibido cuando adopta la figura de su hijo Nimias (Aleix Peña), en la última parte de la obra.

Semíramis robará el corazón de Menón (Juan Díaz) y la voluntad del rey Nino (Germán Torres), con quien se desposará y de quien heredará el trono. Convertida en reina, Semíramis iniciará un período de conquistas que llevarán al imperio asirio a un esplendor salpicado de enemigos, acechanzas y muerte. En la cúspide de su poder y de una voluntad ensoberbecida y tiránica, la reina conocerá la traición de quienes antes la encumbraron, y abandonará el gobierno de su imperio en manos de su hijo, al que más tarde mandará encerrar para ocupar su puesto haciéndose pasar por él; mientras las huestes de Irán (Jonás Alonso), hijo del otrora rey Lidoro (José Luis Alcobendas), a quien la reina ha mantenido cautivo, convertido en un perro domeñado, se dirige a Babilonia para presentar batalla. Toda la maquinaria bélica de las comedias heroicas se despliega en un montaje que resuelve el tumultuoso estruendo y la confusión de la guerra gracias al espléndido trabajo de videoescena realizado por Álvaro Luna, la ambientación musical y audioescenas de Orestes Gas y la iluminación de Fiammetta Baldiserri. Espléndida orquestación de unos recursos técnicos al servicio de una historia en la que su director, Mario Gas, ha vuelto a dejar su sello y a demostrar por qué su nombre, desde hace tiempo, es sinónimo de calidad en cualquier montaje escénico. Añádase a esto el excelente trabajo escenográfico de Ezio Frigerio y Riccardo Massironi, una obra de arte en sí mismo, que nos muestra un muro-montaña de piedra, practicable en dos alturas, capaz de sugerir los más variados lugares gracias a los recursos videoescénicos y lumínicos anteriormente mencionados, y por supuesto el impecable trabajo de un elenco de catorce actores a cuyos nombres ya citados debemos añadir los de Lander Iglesias (Lisías), Ricardo Moya (Tiresias), Marta Betriu (Irene/Flora), Pietro Olivera (Libio/Anteo), David Vert (Licas), José Luis Torrijo (Friso), Ariana Martínez (Astrea) y Silvana Navas (Libia).

Magnífico y necesario montaje, en definitiva, para una Compañía Nacional de Teatro Clásico que sigue ampliando un repertorio de riqueza incomparable, acostumbrándonos a ver con otros ojos la escena clásica y a conocer otras vertientes de esta, más allá del estro cómico. La hija del aire se mantendrá en escena, en el Teatro de la Comedia, hasta el próximo 23 de junio.

José Luis G. Subías

Fotografías: Laura Ortega

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