La capacidad artística del teatro político, en manos de Laila Ripoll y Mariano Llorente


Donde el bosque se espesa, la nueva producción de Micomicón Teatro que estos días puede verse en el Teatro Español, de Madrid (fue estrenada en junio de 2017, en el Teatro del Bosque de Móstoles), es parte de un proyecto que excede lo meramente teatral, para incluirse en una amplia investigación en la que participan diferentes universidades y museos europeos, así como el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, en España, destinada a honrar y guardar la memoria de los millones de víctimas producidas en las guerras que han asolado a los pueblos de Europa y fomentar su cohesión y sentido de hermandad. Partiendo de esta premisa, la dimensión política de este texto teatral, ajustado a los criterios del compromiso sartriano, queda plenamente justificada.

Y teatro político es, si duda, una obra dirigida contra el fascismo y sus secuelas, en la que se percibe la herencia de Piscator y está muy presente la huella de Bertold Brecht. Como lo están el cabaret, tan ligado a la estética alemana y a la subversión política, el surrealismo y otras varias manifestaciones artísticas, fusionadas en un conjunto de gran belleza plástica y hondo significado. La parodia, el humor, la violencia, el sexo y la muerte se intercalan en una trama con tintes policiacos, que da unidad argumental a la acción y mantiene el interés por una historia en la que se mezclan diferentes planos de ficción, y donde vivos y muertos conviven en una especie de realismo mágico capaz de trasladarnos, en un instante, desde una insustancial conversación de fútbol donde se alaba a Messi, a escenas de una violencia desgarradora o profundas y poéticas reflexiones de una alta calidad literaria.

La habilidad dramatúrgica de Laila Ripoll y Mariano Llorente, autores del texto, así como la excelente labor de la primera, en su calidad de directora del montaje, permiten salvar el escollo del inevitable tono discursivo y panfletario de este tipo de piezas (en el que, no obstante, llega a caerse en algún momento), gracias a la acertada conjunción de los elementos ya citados y al empleo de un ritmo escénico envidiable. La escenografía de Arturo Martín Burgos, potenciada por la iluminación de Luis Perdiguero, es otro de los grandes atractivos del espectáculo, que incluye asimismo una videoescena de Álvaro Luna (sin duda una de las grandes novedades de la última temporada, cuyo trabajo hemos visto ya en otras dos ocasiones, tan solo en el mes pasado) y bellos acompañamientos musicales realzados por el acordeón de Néstor Ballesteros.

El espacio central de esta onírica fantasmagoría lo constituye una misteriosa taberna, donde una atractiva y desvergonzada anfitriona (¿la muerte?) invita y recibe a unos huéspedes, cuyo número, como consecuencia de las guerras que han asolado Europa en el siglo XX, no ha dejado de crecer. Muchos de los mejores momentos de la obra se deben a este personaje, interpretado magistralmente por Mélida Molina, en un derroche de sensualidad corporal y vocal que inunda la escena; así como al importante grupo de actrices sobre las que recae el grueso de la acción: Puchi Lagarde, como Isabel (también Emiliana e Irena), una impresionante Carolina Herrera (Ana y la abuela Antonia) que atrapa y encandila con su simpática ingenuidad provocadora y su indudable talento actoral, Arantxa Aranguren en su papel de Antonia, y Aurora Herrero, encargada de dar vida a otros de los numerosos personajes femeninos que aparecen en escena. Todas ellas realizan un trabajo impecable; al igual que los actores que completan el reparto: Juanjo Cucalón, Antonio Sarrió y Carlos Jiménez-Alfaro.

Una obra de más de dos horas de duración, escrita para remover conciencias, desde un compromiso no solo ideológico, sino estético, cuyo resultado cumple todas las expectativas, y que podrá disfrutarse en el Teatro Español hasta el próximo 13 de mayo.

José Luis G. Subías
                     


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