El "Shock" del buen teatro se instala en las tablas del Valle-Inclán


Hacía tiempo que no teníamos el placer de contemplar un montaje con tal cúmulo de detalles y aspectos dignos de encomio como el que hoy presentamos a nuestros lectores. Haciendo honor a su título, en estado de shock nos quedamos ante el despliegue de ingenio, talento y dominio del espacio y los recursos escénicos mostrado por Andrés Lima (Madrid, 1961) en la dirección de Shock (El Cóndor y el Puma), que desde el pasado 25 de abril se representa en el Teatro Valle-Inclán de Madrid. No tenemos la menor duda de que esta nueva producción del Centro Dramático Nacional (en colaboración con Check-in Producciones) será recordada como una de las apuestas más inteligentes y atractivas de la actual temporada teatral, digna merecedora, en nuestra opinión, de las más altas distinciones.

Solo un texto (en realidad, varios textos, magníficamente engarzados) con la calidad y el interés de los temas abordados en este, un planteamiento escénico excepcional y un elenco de actores de primerísimo orden, es capaz de mantener, en distendida tensión, la atención y el interés de un público que contempla extasiado un espectáculo de casi tres horas que fluyen con asombrosa rapidez; a lo que sin duda ayuda, no es menos cierto, el breve descanso de diez minutos ofrecido en mitad de la función, sana costumbre que esperamos vuelva a generalizarse en las salas en las representaciones de amplio formato. Con una dramaturgia firmada por el mismo Andrés Lima junto con Albert Boronat (Coma-ruga, 1977), Shock (El Cóndor y el Puma) es el brillante resultado de la fusión de cuatro piezas breves distintas, enmarcadas por un prólogo y un epílogo: La nada es bella, de Boronat (obra que contiene a su vez el texto Nixon-Helms-Kisinger-Elvis, de Juan Cavestany); El Golpe, de Boronat y Lima; El Cóndor y el Puma de Andrés Lima; y Muerte y resurrección, de nuevo de Lima y Boronat (que incluye Augusto y Margaret, de Juan Mayorga). Esta mixtura de manos y estilos dotan al conjunto de una amenidad -y riqueza- asombrosa que en ningún momento resulta disonante; como señalábamos, la diestra batuta de Andrés Lima orquesta con milimétrica precisión un ritmo escénico brillante, donde lo dramático da paso a la comedia con una continuidad sin fisuras, que oscila entre la delicadeza y el espasmo.

El mensaje del texto nos lleva a la reflexión, del mismo modo que una acción que equilibra con absoluto acierto el movimiento y la palabra es capaz de envolvernos en un vuelco emotivo que apunta al estómago y hace aflorar una contenida lágrima a nuestros ojos, nos zarandea con una permanente ruptura de la cuarta pared (si es que puede hablarse de paredes en un espacio circular donde el público se adentra, llegando a compartir parte de ese espacio) e invita a la desinhibida carcajada en otros momentos. Tan pronto nos sorprendemos moviendo nuestros pies al ritmo de Elvis como tarareando a Violeta Parra o alentando a Kempes al dar la victoria a su equipo en el mundial del 78. Asistimos a reuniones de altos dignatarios, conspiraciones secretas, sueños de libertad, golpes de estado y tortura... Una historia  de poder, manipulación y control se muestra ante nuestros ojos, que observarán atónitos, risueños y emocionados importantes y dolorosos acontecimientos de nuestra historia contemporánea, protagonizados por figuras tan destacadas como Jorge Rafael Videla, Salvador Allende, Augusto Pinochet, Elvis Presley (memorable la escena de su entrevista con el presidente Richard Nixon y los momentos previos a esta), Milton Friedman, Henry Kissinger, Margaret Thatcher (otro de los numerosos momentos cómicos del montaje), Víctor Jara o Marito Kempes (descomunal derroche de interpretación y energía por parte de Ernesto Alterio, que alterna este personaje con el del dictador Videla en una de las más trepidantes escenas de la noche).

Inspirada en La doctrina del shock (2007) de Naomi Klein, los textos presentados en este Shock teatral dan forma escénica a las ideas formuladas por la autora canadiense en su libro, donde explica la existencia de una conjura capitalista ultraliberal forjada en torno a las teorías económicas del futuro Premio Nobel Milton Friedman y su escuela de la Universidad de Chicago, que adoptaría como estrategia de acción la llamada "doctrina del choque" (inspirada en las terapias de choque empleadas por el psiquiatra Ewen Cameron en los años cincuenta, en connivencia con la CÍA), tras de la cual se hallarían algunos de los dramáticos acontecimientos que han marcado la historia de Sudamérica (y del resto del mundo) en el último medio siglo; entre ellos, el golpe militar chileno de Augusto Pinochet, que acabó con la vida de Salvador Allende en 1973; y el efectuado por Jorge Rafael Videla, tres años después, en Argentina.

Nos hallamos ante un verdadero espectáculo de buen teatro -excelente teatro-, cuya calidad y mérito afecta a todos los agentes del espectáculo; desde los impecables trabajos de dirección y dramaturgia, ya citados, a la escenografía y el vestuario de Beatriz San Juan, la iluminación de Pedro Yagüe, el trabajo de videocreación de Miquel Àngel Raió (que aporta un testimonio documental -y un sentido estético- necesario y justificado en el montaje) o la música y el espacio sonoro a cargo de Jaume Manresa. Pero el protagonismo de esta inolvidable puesta en escena recae, como no podía ser de otro modo, sobre un elenco de lujo que realizó un trabajo actoral simplemente perfecto. Cerca de cuarenta personajes llegan a dar vida Ernesto Alterio, Ramón Barea, Natalia Hernández, María Morales, Paco Ochoa y Juan Vinuesa, que además muestran sus dotes corales amenizando la escena con varios momentos musicales llenos de chispa, sin perder nunca una justa contención y elegancia. Mención especial merece la excelente interpretación al piano de Ernesto Alterio, encargado de dar vida asimismo a otros músicos, como Elvis Presley y Víctor Jara; personajes que alternará con otros absolutamente distintos, al igual que sus compañeros de reparto, quienes, durante cerca de tres horas, se transfiguran ante los ojos del espectador, que asiste, absorto y entregado, a una verdadera catarsis lúdica donde el teatro -sin abandonar en ningún momento el distanciamiento propio de un juego escénico- asume toda su potencialidad e invita a la reflexión, divierte, enseña, mueve y conmueve.

Resulta imprescindible ver un montaje que, a estas alturas del año, anunciamos como uno de los mejores espectáculos teatrales de la presente temporada. Shock (El Cóndor y el Puma) permanecerá en el Teatro Valle-Inclán de Madrid hasta el próximo 9 de junio.

José Luis G. Subías

Fotografías: marcosGpunto

Comentarios

Entradas populares de este blog

Una "paradoja del comediante" tan necesaria y actual como hace doscientos años

"Romeo y Julieta despiertan..." para seguir durmiendo

"La ilusión conyugal", un comedia de enredo donde la verdad y la mentira se miran a los ojos