"Tres sombreros de copa" regresa al María Guerrero bajo la dirección de Natalia Menéndez


Desde el pasado 17 de mayo, Miguel Mihura (Madrid, 1905-1977), uno de los más grandes comediógrafos del pasado siglo, se ha instalado en las tablas del Teatro María Guerrero, templo de la escena española donde tantos éxitos cosechó el autor, con su texto más conocido y emblemático: Tres sombreros de copa. El más lejano recuerdo que conserva, quien les habla, de esta obra de 1932 que compendia todos los aciertos del teatro cómico español engendrado en las vanguardias, y que encontró en un humor del absurdo emparentado con los aciertos del cine de los Hermanos Marx en Estados Unidos su expresión más genuina, se remonta al montaje de Gustavo Pérez Puig estrenado en el Teatro Español en 1992. Muchos lo precedieron antes, desde aquel recordado estreno del TEU en 1952 -dirigido también por Pérez Puig, y en el mismo teatro-; entre ellos, el dirigido por José Luis Alonso para el Teatro María Guerrero en 1983; y otros vinieron más tarde, adentrándose en este nuevo siglo en el que el maestro Puig, que tan bien conocía la obra, quiso volver a montarla en 2005, pocos años antes de su muerte.

Casi noventa años después de su creación, Tres sombreros de copa continúa siendo un reclamo para un público que, a pesar de la distancia y los muy diferentes códigos humorísticos y morales imperantes en nuestra sociedad, continúa riendo en muchos casos, con la misma espontaneidad, los chistes y el ingenioso desparpajo de un humorista metido a dramaturgo o un dramaturgo con vocación de humorista, que empleó la risa para adentrarse en las complejas relaciones humanas de su tiempo, fuertemente marcadas por unas reglas y condicionamientos sociales que el autor no dudó en cuestionar; no siempre de forma tan evidente como en esta comedia, que no por capricho tardaría veinte años en ser estrenada.

La historia del gris y anodino Dionisio (Pablo Gómez-Pando) en su noche previa a su boda con Margarita, meliflua representante de la más alta clase burguesa, a la que describe su padre don Sacramento (Arturo Querejeta) con una "Sonatina" que la emparenta con la más célebre princesa de Rubén Darío, es lo bastante conocida como para no necesitar mucha presentación. Baste recordar que los planes del novio están a punto de arruinarse por la repentina irrupción en su habitación de un mundo desconocido para él, que lo arrollará y arrastrará, trastocando su existencia y haciéndole cuestionar su próximo e "inevitable" futuro. Tan solo en unas horas, Dionisio -obsérvese el carácter simbólico del nombre y la inclinación a que este apunta- experimentará los placeres de una libertad sin freno y ataduras, el gusto de dejarse vencer por los deseos más pueriles, abandonarse al juego y entregarse al amor puro e instintivo que ha despertado en él Paula (Laia Manzanares); una joven bailarina perteneciente a una compañía de tercera, tras cuya indecorosa vida brilla un corazón lleno de virtud y desprendimiento. Tanto que no duda en dejar marchar a Dionisio, asegurándole un porvenir negado, por su condición, para ella.

El poso agridulce de un texto que encierra mucho más que un mero entretenimiento se muestra con claridad en este nuevo montaje dirigido por Natalia Menéndez, que ha sabido respetar un sabor de época que apreciamos -y juzgamos necesario para situar las palabras del autor en su justo contexto-, convirtiendo al mismo tiempo la escena en un espacio funcional e imaginativo, capaz de hacernos vivir las variadas situaciones y momentos de una historia que transcurre en la misma habitación como si nos halláramos en espacios distintos. La idea de trasladar la cama de Dionisio, ubicándola en diferentes ángulos del escenario, permite ofrecer otras perspectivas visuales que amplían las limitaciones del lugar donde sucede todo, aportando a la vez mayor dinamismo y variedad a la acción; y el tono circense y lúdico presente en esta, apoyado por la escenografía de Alfonso Barajas y algunos momentos musicales y coreográficos puestos en pie, respectivamente, por Mariano Marín y Mónica Runde, otorgan al conjunto la ambientación necesaria para seguir con atención la historia de Paula y Dionisio.

Muchos otros son los personajes que intervienen en esta, cerca de una veintena en total; los mismos que actores conforman un extenso reparto del que no podemos dar cuenta en su totalidad, pero entre los que resulta necesario -y es justo- destacar algunos nombres, en representación al menos de un trabajo conjunto que nos pareció intachable y en función de la relevancia del papel representado. Sin menoscabo de los restantes, no podemos dejar de mencionar la interpretación realizada por algunos veteranos intérpretes como Roger ÁlvarezArturo Querejeta Mariano Llorente, en sus respectivos papeles de don Rosario, don Sacramento y El Odioso Señor; lo mismo que el singular Buby representado por Malcolm T. Sitté; o el grupo de bailarinas encabezado por María Besant como Fanny, El Anciano Militar (Chema Pizarro) que termina entregando todas sus medallas a esta, o los cómicos y extravagantes movimientos de El Cazador Astuto (César Camino); y, por supuesto, el excelente trabajo de una Laia Manzanares que creó una Paula de cuento, singular, entrañable y distinta, y un Pablo Gómez-Pando que, tras haberlo conocido como Hamlet y Sancho Ortiz de las Roelas, vemos ahora convertido en un sencillo y apocado Dionisio que nos encandiló.

Producida por el Centro Dramático NacionalTres sombreros de copa, de Miguel Mihura, se mantendrá en escena en el Teatro María Guerrero, hasta el 7 de julio de 2019.

José Luis G. Subías

Fotografías: marcosGpunto

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