La duda, la venganza y la muerte se dan cita en el Teatro Fígaro de Madrid, con la vuelta de "Hamlet"
Cuando uno acude al teatro para contemplar el montaje de una obra maestra de la literatura dramática, lo hace con una extraña mezcla de confianza, temor y curiosidad; confianza en la calidad del texto que va a ver representado, y temor ante la dificultad que entraña la recreación de una historia y unos personajes que la mayor parte del público ya tiene prefijados en su mente y la posibilidad de que estos hayan sido manoseados de tal modo, en su "puesta al día", que la pieza haya quedado irreconocible; y curiosidad por ver cuál es el resultado de este combate entre el miedo y la esperanza. Debemos confesar, satisfechos, que en esta ocasión los temores no tardaron en ser derrotados, ante la belleza estética y la fuerza dramática de la versión de Hamlet que ayer inició sus representaciones en el Teatro Fígaro-Adolfo Marsillach de Madrid.
No es este un estreno absoluto (aunque cada día lo es para el actor que sube al escenario frente a un público). El montaje ya ha realizado un largo recorrido desde que fuera puesto en escena, por primera vez, en el Festival de Teatro Clásico de Almagro, en 2015; a lo largo del cual ha recogido numerosos reconocimientos y premios; el último de ellos, el Premio Max 2017 a la escenografía ideada por Curt Allen Wilmer; una obra maestra del diseño escenográfico, basada en el empleo de unos espejos, con aire de dolmen, que rodean el escenario formando un sugerente semicírculo en torno a cuanto sucede en escena, ampliando sus perspectivas, y una ingeniosísima serie de capas superpuestas sobre el suelo del escenario, de diferentes materiales y colores, que acompañan el devenir de la acción a media que se van descubriendo.

Uno de los grandes aciertos de este excelente montaje es el manejo del ritmo escénico por parte de su director, que ha sabido imprimir a un texto complejo, que podría resultar algo lento y farragoso en ocasiones para nuestro tiempo, un dinamismo capaz de transformar los 140 minutos que dura la representación en un viaje dramático en absoluto fatigoso para el público, donde las escenas se suceden, impulsadas por unas transiciones sonoras con ritmos actuales y contundentes que parecen empujar la acción hasta su desenlace definitivo.
Mucho teatro, y buen teatro, es el que la compañía Teatro Clásico de Sevilla nos ofrece en la producción de un texto que sin duda es un reto, hoy y siempre, para todo director y todo actor que quiera enfrentarse al Teatro con mayúsculas. Felicitamos (junto al resto de la compañía) a Alfonso Zurro por su elección y excelente trabajo al frente de este montaje, y a Pablo Gómez-Pando, que ha tenido la fortuna de interpretar, con notable solvencia y un naturalismo convertido en sello personal de su carácter, un personaje anhelado por todo actor que se precie de serlo. Y nos felicitamos por haber podido disfrutar de nuevo escuchando las irónicas, contumaces, a veces irreverentes, filosóficas y siempre profundas e inteligentes palabras de Hamlet, ese príncipe danés inmortalizado por William Shakespeare. La obra se mantendrá en cartel, hasta el próximo 26 de agosto, en el Teatro Fígaro-Adolfo Marsillach de Madrid.
José Luis G. Subías
![]() |
Fotografías: Luis Castilla |
Comentarios
Publicar un comentario