"Celia en la revolución", una necesaria mirada a una guerra que se resiste al olvido


Celia en la revolución... un título lo bastante elocuente y expresivo como para provocar interés y, quizá, determinadas expectativas respeto a un contenido que, por la misma razón, puede conducir al (des)engaño a quien trate de encontrar en esta historia transcurrida durante la Guerra Civil una reafirmación de sus ideas y un montaje al uso de nuestros días, donde la memoria se empeña en diseñar la realidad a la altura de sus deseos. Y es la memoria, en cualquier caso -una memoria muy cercana a los hechos rememorados, lo que le da cierta garantía de verismo-, desde donde Elena Fortún (Madrid, 1886-1952) construyó esta nueva novela centrada en el personaje que le había dado su fama como la gran escritora de literatura infantil que era ya cuando estalla la guerra en 1936.

El principal atractivo, a nuestros ojos, de esta obra póstuma de la autora madrileña fechada en 1943, pero inédita hasta 1987, reside en la diferente visión que ofrece de la contienda civil y fratricida que desangró a España hace más de ochenta años, cuyas cenizas no dejan de avivarse, alejada del maniqueísmo oficial -y oficioso- imperante, dueño y difusor de una verdad absoluta bendecida por la opinión de las mayorías. ¿Por qué denominó Fortún a su borrador Celia en la revolución? ¿A qué revolución se refiere y cuál es la perspectiva que se ofrece sobre lo sucedido en esta versión teatral de Alba Quintas, dirigida por María Folguera? Ambiente revolucionario es el que se vive en las calles y hogares de Madrid recordados por la escritora en un texto donde, a través de los ojos y las palabras de la joven Celia, recuerda experiencias que los suyos conocieron en prima persona durante su permanencia en Madrid entre 1936 y 1939: las checas, los "paseos" y fusilamientos, los asaltos a domicilios particulares, los rencores, las delaciones, el miedo, los bombardeos, el hambre y la miseria, la muerte cercana, el exilio...

Si bien Madrid se constituye en el espacio fundamental donde transcurren los sucesos -su valor simbólico y testimonial en torno a la guerra y su desarrollo determina el transcurso de los acontecimientos en la obra-, Celia, siguiendo los pasos de sus hermanas pequeñas, deberá realizar sola un periplo -un viaje de madurez- que la llevará por diferentes ciudades de la zona republicana -Albacete, Valencia, Barcelona-, mostrándonos el día a día de quienes se encontraban en esta tratando de llevar una imposible normalidad a sus vidas. Celia, y buena parte de las gentes con quienes se cruza, constituyen eso que se ha llamado en alguna ocasión "la tercera España"; la de las víctimas inocentes de una guerra en la que no decidieron ni combatieron; la de quienes no fueron ni fascistas ni comunistas, pero sufrieron las consecuencias del odio entre ambos extremos y de la sinrazón humana llevada a su más visceral animalidad; incluso la de quienes, llevados por unos ideales, se dejaron arrastrar por la locura colectiva que se adueña de la voluntad individual en cualquier guerra.

Y precisamente esta visión que desnuda a unos y otros, mostrando, desde la mirada inocente de una joven que aún no ha abandonado definitivamente la niñez, no solo la permanente amenaza de un enemigo invisible, pero muy real, representado por las tropas de Franco y sus bombas, junto a esos falangistas que al finalizar la guerra fusilan a su abuelo por haber facilitado armas a los milicianos, sino también los horrores cometidos por quienes se erigieron en salvaguardas de la república y de una revolución que sembró el terror entre quienes consideró sus enemigos, es lo que aporta a este montaje -por lo que respecta al contenido- su singularidad y principal valor. Un valor que, desde el punto de vista artístico, ofrece muchos otros atractivos.

Alba Quintas, autora de esta adaptación teatral, y María Folguera, directora del montaje, han sabido extraer el sentido de una novela llena de detalles y de personajes, sintetizados con gran acierto en un bello e intenso espectáculo de más de dos horas de duración que mantiene el interés y transcurre de forma fluida, sin apenas altibajos rítmicos, gracias a una excelente labor de síntesis y elaboración dramatúrgica por parte de Quintas, junto con un acertado sentido de la composición y el ritmo escénicos que Folguera ha sabido aportar al conjunto, con la ayuda de un espacio sonoro (a cargo de Javier Almena) y una ambientación escenográfica -plataformas, transparencias, niveles, diferentes superficies, enseres ruinosos- de gran efectividad dramática y belleza plástica, obra de Mónica Teijeiro, diseñadora también del vestuario. Digna es asimismo de destacar la inclusión de fragmentos de canciones de Mala Rodríguez entre las diferentes escenas del montaje, que aportan a este dinamismo, frescura y un aire de rebelde modernidad acorde con el tono urbano, incluso revolucionario, en que se desarrolla la acción.

No podemos concluir nuestra reseña sin valorar y elogiar el trabajo conjunto realizado por un generoso reparto de diez actores -Chema Adeva, Tábata Cerezo, Pedro G. de las Heras, Trigo Gómez, Andrea Hermoso, Ione Irazabal, Isabel Madolell, Ramiro Melgar, Julia Monje y Rosa Savoini-, encargados de dar vida a más de sesenta personajes, en su mayoría figurantes de un universo capaz de albergar y reproducir la España de 1936 a 1939. De todos ellos, tan solo Tábata Cerezo realiza un único papel, interpretando con solvencia y corrección a la adolescente Celia. Sin menoscabo de los restantes miembros del elenco, quisiéramos destacar asimismo el papel de Trigo Gómez como Jorge, la naturalidad de Chema Adeva en su calidad de padre de Celia, la versatilidad de Ione Irazabal y su divertida escena como Amalia Isaura, la apacible y venerable presencia de Pedro G. de las Heras sobre el escenario o la prestancia de Rosa Savoini como doña Clara, entre otros posibles aspectos, momentos e intérpretes dignos de mención.

Celia en la revolución es una obra digna de ver, que sin duda cumple su objetivo de presentar con una mirada distinta, no empañada por el rencor, un período de la historia de España marcado por el odio. Una mirada que es hoy tan necesaria como cuando Elena Fortún escribió su texto, hace más de setenta y cinco años. La obra se mantendrá en cartel, hasta el próximo 24 de noviembre, en el Teatro Valle-Inclán de Madrid.

José Luis González Subías

Fotografías: marcosGpunto

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