"Cecilia Valdés", zarzuela cubana de amor, traición y celos en una rígida sociedad clasista


Son muy escasas las ocasiones en que La última bambalina se ha acercado al teatro musical para informar y ofrecer su punto de vista a los lectores que tienen la amabilidad de seguirnos. La prudencia nos guía para no adentrarnos demasiado en un terreno al que estamos poco habituados. Aun así, debemos confesar que, cuando lo hacemos, salimos encantados de la experiencia.

La zarzuela es un género que hace tiempo nos ganó para su causa. Sea por su nacimiento en un siglo XIX por el que sentimos una especial predilección, sea por su gusto a sabores y aromas de una tradición que reconocemos y a la que sentimos pertenecer, o simplemente, por lo grandioso de sus puestas en escena y el atractivo de unos bailes y una música en vivo que nos envuelven y emocionan, lo cierto es que cada visita que hacemos al templo de nuestro arte lírico, de aquella ópera española que nuestros antepasados decimonónicos quisieron crear -y, en cierto modo, lo lograron-, a la que llamamos zarzuela, nunca nos defrauda. Este género peculiarmente nuestro es una de esas joyas de nuestra corona dramática que debemos seguir cuidando con mimo.

Desde el pasado 24 de enero se representa, en el Teatro de la Zarzuela, Cecilia Valdés, comedia lírica en un prólogo, dos actos, un epílogo y una apoteosis, escrita por Agustín Rodríguez y José Sánchez-Arcilla, a partir de la novela homónima del escritor cubano Cirilo Villaverde (1812-1894), con música compuesta por el maestro Gonzalo Roig. Estrenada en el Teatro Martí de La Habana, el 26 de marzo de 1932, la obra se considerada hoy el título más representativo del teatro lírico cubano.

Es esta la primera ocasión en que una zarzuela cubana sube a las tablas del teatro de la madrileña calle de Jovellanos, y no podía haberlo hecho de mejor modo. Carlos Wagner, director de la puesta en escena, ha realizado un magnífico trabajo; respetuoso con el texto, el sentido y el estilo de una obra -especialmente la novela que la engendró- inserta en el más puro romanticismo antillano. Apoyado en una realista y sugerente escenografía, obra de Rifail Ajdarpasic -a la que completa y da forma definitiva el vestuario de Christophe Ouvard-, capaz de transmitir el esplendor de la sociedad criolla y las inhumanas condiciones de vida a las que se ven sometidos los negros y mulatos representantes de una esclavitud heredada, Wagner ha creado un montaje rico y colorido, ambientado en los años cincuenta del pasado siglo, muy claro en su argumento -muy útil e ingenioso el recurso a los rótulos escritos del cine mudo, donde se sigue con facilidad el contenido de la historia-, en el que no ha descuidado el trabajo actoral, tanto de las partes declamadas como líricas, que se engarzan sin disonancias y con una naturalidad no siempre fácil de conseguir en este tipo de teatro. Excelente también el trabajo de un cuerpo de baile, coreografiado por Nuria Castejón, que aporta gran parte de su atractivo al conjunto.     
      
Pero, como no podía ser de otro modo, corresponde a la parte musical de esta gran pieza lírica brillar con luz propia. Una luz dirigida por Óliver Díaz, que se pone al frente de la orquesta de la Comunidad de Madrid para ofrecernos una ejecución impecable. El trabajo de los coros -a cargo del coro titular del Teatro de la Zarzuela- envuelve y completa la interpretación vocal de los protagonistas de la historia: Cecilia Valdés, la joven mulata bastarda, hija del hacendado Cándido Gamboa, interpretada este día por la soprano Elisabeth Caballero, en un papel al que supo dar la fuerza y emotividad necesarias y cuya voz nos cautivó en muchos momentos; Leonardo Gamboa, su amante -y hermanastro, sin saberlo-, a quien puso voz el tenor Martín Nusspaumer en una interpretación, tanto vocal como anímica, sincera y veraz; José Dolores Pimenta, el celoso mulato enamorado de Cecilia, quien quita la vida a Leonardo el día de su boda, a cargo en esta ocasión del barítono Homero Pérez-Miranda; Isabel Ilincheta, la rica criolla por la que Leonardo abandona a Cecilia, interpretada por la mezzosoprano Cristina Faus; y la esclava liberada Dolores Santa Cruz, a la que Linda Mirabal da forma en algunos de los momentos más memorables de la pieza.

Buen trabajo el del nutrido grupo de actores, junto a bailarines y cantantes, que conforman el reparto; entre los que destacan, por la importancia y solvencia de sus intervenciones, Alberto Vázquez, que interpreta al rico y poderoso hacendado don Cándido Gamboa, padre secreto de Cecilia; Isabel Cámara, como esposa de este y madre de Leonardo, que presta a la hacendada criolla la distinción y el porte que exige su papel; Paloma Córdoba, su otra hija; y Eduardo Carranza, mayordomo de la casa de Gamboa. Completan el reparto Yusniel Estrada, Lilián Pallarés, Amparo Depestre, Rosario Beholi, Olga Moreno, Juan Matute, Ileana Wilson, Nacho Almeid, Dayana Contreras, Giraldo Moisés de Cárdenas y Georbis Martínez.

Cecilia Valdés, una historia de amor, traición y celos en una férrea e indestructible sociedad clasista, se mantendrá en escena, en el Teatro de la Zarzuela, hasta el próximo 9 de febrero.

José Luis González Subías

Fotografías: Javier del Real

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