"La Patética", una propuesta escénica de elevada intensidad conceptual y alto valor estético, escrita y dirigida por Miguel del Arco
Reconozco que me encanta aprender. Y lo hago cada vez que un autor o director español pone en escena un texto que me obliga a buscar información sobre algunas referencias alejadas de mi bagaje cultural, lo que me ayuda a incorporarlas a este y añadir un nuevo conocimiento a una formación siempre incompleta a lo largo de la vida. No me refiero a Chaikovski, que afortunadamente forma parte de mi trayectoria vital, al igual que Montaigne; tampoco a Putin, a quien uno conoce aunque no quiera. Que un dramaturgo se inspire remotamente para escribir su texto -según confiesa- en una novela del escritor austriaco Arhur Schitzler, que incluya en él fragmentos de cartas y diarios del célebre músico ruso cuya alma impregna la obra que hoy nos ocupa, además de una carta de otro escritor austriaco, Hugo von Hofmannsthal, coetáneo de Schitzler, y utilice la palabra del filósofo rumano Emil Cioran y del pensador francés renacentista Michael de Montaigne, nos habla de un creador de intencionalidad manifiestamente culta, al igual que su obra; aunque se permita incluir en ella guiños coloquiales y cercanos que pretenden compensar y quitar hierro a la profundidad del tono sobre el que esta se construye.
La Patética, de Miguel del Arco, es un texto de elevados vuelos, donde se aborda la relación de un director de orquesta al borde de la muerte tanto con su propia obra artística -la grabación de la Sinfonía N.º 6 de Chaikovski, en la que se halla inmerso-, que no desea dejar inacabada, como con su entorno más cercano, profesional -la crítica y su deseo de completar su sueño artístico, incluso a cambio de dirigir la orquesta de Moscú ante el presidente Putin- y personal, donde afloran los temores y celos por perder a su marido, los recuerdos de un origen humilde y popular, de barrio, en el que no era fácil mostrar su condición homosexual, y los conflictos a los que ha debido enfrentarse -y se enfrenta- a causa de ello, también ante sus padres.
En su delirio, el director Pedro Berriel (Israel Elejalde) ve y conversa en todo momento con el propio Chaikovski (Jesús Noguero), quien lo acompaña en su desesperado intento de seguir vivo y dar forma a su creación, en un agónico peregrinaje que tiene algo de andadura quijotesca o esperpéntico viaje valleinclanesco con tintes tragicómicos, visible en los contrastes introducidos por Del Arco en un montaje, dirigido por él mismo, que rompe la profundidad y seriedad del tono con que principia la obra para trasladarnos a escenas decididamente farsescas, incluso vodevilescas, con momentos cercanos casi al surrealismo y, en general, un marcado tono expresionista que se adueña del conjunto.
Una muy interesante propuesta que abarca multitud de lenguajes y envía tantas señales significativas al receptor que a veces estas pueden perderse, al quedar quizá algo deshilvanadas en el conjunto, corriendo el peligro de convertirse en meros añadidos que, sin embargo, no afectan a la unidad de una estética global que se percibe y mantiene en todo momento. No hay duda de que se trata de una propuesta de gran valor, belleza artística y riqueza conceptual.
La dirección de Miguel del Arco resulta impecable, al igual que el trabajo del equipo artístico que lo acompaña. Nada menos que Paco Azorín, en una escenografía de un esteticismo acorde con la funcionalidad, capaz de sugerir y recrear multitud de situaciones y lugares, partiendo de un espacio inicial triangulado cuyos límites recrean las paredes insonorizadas de un estudio de grabación que bien pudieran recordar asimismo las de un centro psiquiátrico; David Picazo, que consigue dar a la iluminación un valor equiparable en protagonismo a la mencionada escenografía; Ana Garay en el vestuario; Sandra Vicente, a cargo del sonido; o Arnau Vilà, en la composición musical.
Fantástica coproducción del CDN con Teatro Kamikaze, cuyo sello distintivo está presente en un espectáculo que cuenta no solo con la puesta en escena de Miguel del Arco sino con la figura de Israel Elejalde al frente de un reparto de lujo. Acompañan a este sobre el escenario Jimmy Castro (Jon), Inma Cuevas (Anna, Madre, Irina, Loli y La Gloria), Jesús Noguero (Chaikovski), Juan Paños (Putin, Padre, Muerte, Samu), Manuel Pico (Músico, Montaigne, Kali y Comercial) y Francisco Reyes (Crítico y Doctor), que ofrecen, junto al citado Elejalde, un verdadero festival interpretativo, lleno de matices, fuerza y verdad. Simplemente perfectos.
Es La Patética, para concluir, una excelente propuesta escénica, seria y de calidad, que permite disfrutar de momentos de gran teatro y mantiene el interés por lo que sucede en escena durante dos horas de representación que, quizá, podrían haberse acortado un poco. Aun así, el resultado final es sobresaliente; probablemente una de las mejores propuestas teatrales de la temporada, que aconsejamos no perderse. Hasta el 22 de junio, en el Teatro Valle-Inclán.
José Luis González Subías
Fotografías: Bárbara Sánchez Palomero
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