La magia shakespeariana de un sueño de verano



Me despierto esta mañana con la sensación, acrecentada por un sueño salteado de impresiones difusas, vagas imágenes y palabras inconexas, de haber vivido anoche un gran momento; uno de esos instantes que recordamos después esbozando una sonrisa y que idealizamos en el laboratorio de nuestra imaginación. De todas esas palabras, que han comenzado a desvanecerse absorbidas por la luz del día, tan solo queda ya una, que se resiste a morir, insistente, machacona... MAGIA. Y, a través de esta, como en un hechizo que apaga a mi alrededor los destellos de una realidad excesivamente ruidosa, nuevas palabras comienzan a cobrar vida para construir oraciones y cadencias que cobran todo su sentido: "En el mundo ordinario, la única salvación es la ficción"... "Al final todo saldrá bien; y, si no sale bien, es que no es el final"... 

Con este esperanzado mensaje y una invitación a trasladarnos a esa otra orilla donde habita la fantasía, ese mágico lugar donde convivimos con lo extraordinario y lo imposible se hace posible, comenzó y finalizó anoche el Sueño de una noche de verano ofrecido en las tablas del madrileño Teatro Arlequín Gran Vía. Un espectáculo de la compañía madrileña Trece Gatos, estrenado en febrero de 2015, presentado ahora por segunda vez en este teatro (hasta el 26 de agosto) tras el éxito obtenido en el verano de 2016.

Afrontar la puesta en escena de una de las comedias más conocidas, y también más complejas y difíciles, del repertorio shakespeariano, es una tarea apta solo para quienes están dispuestos a asumir retos y tienen el talento y los recursos necesarios para hacerlo. Y con todo ello cuenta el dramaturgo y director teatral Carlos Manzanares (Madrid, 1972), que en su solvente trayectoria, iniciada a principios de los noventa, ha dirigido más de medio centenar de obras de autores tan variopintos y alejados en el tiempo como Aristófanes y Shakespeare, Pirandello o García May. La capacidad dramatúrgica del director de este peculiar, fresco y original Sueño de una noche de verano se manifiesta en la ingeniosa y muy acertada adaptación del texto que el propio Manzanares ha realizado; descargándolo de buena parte de su retórica poética y sus complicados juegos conceptuales (sin perder por ello el texto su poeticidad ni presencia los conceptos), incluso eliminando a la compañía de actores sobre la que descansa, en el original, ese componente metateatral al que Shakespeare era tan aficionado, para ofrecernos una historia más simplificada donde la metateatralidad se mantiene, a la que se suma incluso una ingeniosa (en absoluto gratuita o baladí) introducción del cine en el montaje, incorporado a la historia como un elemento más con el que interaccionan los personajes. Se trata, en nuestra opinión, de todo un logro por parte del director-adaptador; un hallazgo que sirve a este para vertebrar y estructurar su versión, otorgando al conjunto una perfecta y armoniosa coherencia. Los mensajes vertidos en esos trozos de películas clásicas, en blanco y negro, con que principia la acción (lo que aporta una mayor sensación de distanciamiento ensoñador en la sala), que se van repitiendo puntualmente sin que resulten en absoluto chocantes, sino incluso necesarios, confluyen de manera natural en un final sorprendente, vivo, actual y muy cercano al espectador. La película de los actores que juegan ante la cámara, en esa despedida bufonesca sobre una pantalla en la que los que los movimientos y el recargado maquillaje de los personajes recuerdan los viejos fotogramas de las películas del cine mudo, es, simplemente, genial.


Un elenco de más de una docena de comediantes, en los que se conjuga la veteranía con la juventud, se juntan en escena para dar vida a ese reino de las hadas donde se desarrolla toda la acción de esta versión, en un escenario con los mínimos elementos imprescindibles, al que se saca todo su partido. El negro es el color dominante de esta escenografía que remite a la oscuridad de la noche donde se desarrolla la historia, y al mundo del sueño al que esta pertenece; lo que justifica la utilización de un vestuario de corte gótico (muy actual e intemporal a un tiempo), en el que la única nota discordante, armónicamente discordante, será el blanco de las camisas de Lisandro y Demetrio, y el rojo presente en los atuendos de Puck, Oberón y Tinania; los artífices del enredo amoroso que los humanos llegados al bosque vivirán esa noche. Con una interpretación alejada del naturalismo, en una búsqueda consciente de la convención más histriónicamente teatral, coherente con la irrealidad de cuanto sucede en el escenario, todos los actores que intervienen en el montaje (en su mayoría femeninos) forman un conjunto compacto y homogéneo en el que resulta inútil, además de injusto, destacar individualmente a unos respecto a otros.

No quisiera dejar de mencionar en este recuerdo, que comienza lentamente a diluirse, la importancia de la ambientación musical en el montaje, que acompaña a la acción haciéndose partícipe de la misma; al igual que la iluminación, el vestuario y los mínimos efectos especiales empleados, entre los que destaca ese humo (no por manido y fácil, menos efectivo) empleado en la escena del hechizo último de las dos parejas de enamorados mortales.

El público agradeció (agradecimos) el trabajo de los actores con unos estentóreos y sinceros aplausos que trataban de devolverles el buen rato que nos habían hecho pasar en esa hora y media en la que nos habían trasladado a la otra orilla, haciéndonos recordar que aquellos que creen en la magia están destinados a encontrarla.

José Luis G. Subías


Comentarios

  1. Escribes magníficamente. La vista se desliza por los renglones, con la misma facilidad que se desliza la mano sobre una piel suave. ¡Enhorabuena, und Vorwärts!

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    1. ¡Muchísimas gracias, Manuel! Todo un honor, viniendo de quien viene el elogio.

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