Una hormiga llamada Juan



Basta asomarse ligeramente a la cartelera de la capital española, en estos días de apacible estío, para darse cuenta de que la ausencia de madrileños no disminuye la aparición de interesantes propuestas teatrales con las que satisfacer y deleitar nuestro apetito escénico. En esta ocasión, nuestros pasos nos han llevado a un discreto, aunque acogedor, local situado en el castizo barrio de Embajadores: La Usina; una de esas salas alternativas de nuestra geografía teatral, herederas del espíritu que animó en el siglo pasado el llamado por entonces teatro independiente de nuestro país.

En este espacio destinado al aprendizaje, la investigación y experimentación con el lenguaje escénico y a la representación de montajes destinados a públicos reducidos (la sala puede albergar poco más de cincuenta personas), tuvimos anoche la oportunidad de disfrutar de un espectáculo ideado, escrito y dirigido por Francisco de los Ríos, al frente de su Compañía "Teatro del Sótano", cuyo sugerente título, ¿Por qué las hormigas no hacen huelga?, predisponía el ánimo a encontrarse con un texto, cuando menos, provocador.


A la luz de este título y del cartel que acompaña a la obra, donde se presenta al "ciudadano Juan" que parece ser el protagonista de la historia que se desarrollará en escena, con el puño en alto, en revolucionario ademán, nos disponíamos a ver una representación teatral a lo Piscator. Y algo hay del combativo director alemán creador del "Teatro Político" (un teatro entendido como instrumento propagandístico y didáctico al servicio del proletariado), tanto en el contenido de un texto destinado a denunciar la explotación y enajenación de las clases trabajadoras, como en el empleo de recursos escénicos introducidos por este en sus montajes. Me refiero a esa proyección cinematográfica que vertebra, y enmarca de algún modo, los sucesos que tendrán lugar ante nuestros ojos; en la que un excéntrico científico (al que da vida Paco Ríos), salido de una película surrealista de los años veinte (el envejecimiento de los fotogramas contribuye a transmitir esa imagen), relata de manera un tanto extravagante, con tintes bufos, sus estudios sobre las hormigas, su comportamiento y hábitos de vida.


De manera paralela a esta caótica exposición (desearíamos leer el texto para comprobar el verdadero alcance del discurso de ese profesor chiflado) se desarrolla en escena la auténtica representación; la historia dramatizada de un ciudadano anodino, vulgar, un buen hombre, que por pararse un momento a contemplar el cielo, desencadena una reacción ridícula y desorbitada en el pequeño universo de Laporinia (país imaginario donde se desarrolla la acción), que lo conducirá a la cárcel y a ser utilizado, por una organización secreta que controla el mundo, para sus propios fines; convirtiéndolo primero en un hombre distinto y, después, en un mártir.

La enajenación del ser humano, la falta de libertad y del control de la propia vida; el sinsentido kafkiano de una frágil existencia sometida a los arbitrios de un poder sin rostro que maneja al hombre a su antojo, utilizando a su servicio tanto una justicia ciega y totalmente parcial como unos medios de comunicación vendidos a la mentira; el márketing, la apariencia, el engaño... Este es el retrato que trasciende de una comedia de intención crítica y rostro bufo, en la que, con una admirable economía de medios (tan solo un par de sillas, algunos cambios de ropa, unas máscaras y un mínimo atrezo), tres actores darán vida a Juan (Javier Lago) y al resto de personajes en los que Jennifer Baldoria y Francisco Ríos se desdoblan, para recrear la parodia de una sociedad perfectamente reconocible por el espectador. Destaca sobremanera la actuación de Paco Ríos en este montaje, al que presta toda la experiencia adquirida en el mundo de los títeres (claramente visible en ese juez que preside el juicio contra Juan) y su dominio de las técnicas teatrales heredadas de Jacques Lecoq; desde su condición de clown, al empleo de las máscaras y la influencia, en algunos de los personajes planteados, del mundo de la Comedia del Arte y de los bufones. Su interpretación, en un continuo coqueteo con el público, al que seduce y guía en todo momento, contrasta con la de un excelente asimismo, sobrio y naturalista, Javier Lago, que aporta a la representación la contención realista necesaria para transmitir la emoción y la seriedad del mensaje que subyace en el texto. Entre ambos modelos interpretativos, sirviendo de nexo de unión entre ambos, se mueve Jennifer Baldoria, capaz de dar vida tanto a la ridícula esposa de Juan como a la maquiavélica asesora de imagen que lo transforma en un hombre nuevo, en una adecuada actuación a caballo entre el naturalismo y el distanciamiento farsesco.

Esta interesante pieza, en la que, además de reflexionar, el público que asiste a la representación pasa una hora sumamente entretenida (no faltan las carcajadas) y se hace, en un momento determinado, partícipe de la historia, volverá a representarse el próximo día 28 de julio en la misma sala. Sin duda, una buena opción para seguir sacando provecho a este mes que se nos va.

José Luis G. Subías

 


 

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