El poético maleficio del amor imposible



Confieso una adicción. Una adicción peligrosa, pues me invita a extender las alas y volar tras las palabras, las voces y los gestos de un grupo subversivo que se hace llamar Trece Gatos, y tiene la insana costumbre de emocionarme. Ya tuve ocasión, en mi anterior reseña sobre su Sueño de una noche de verano, de elogiar las muchas cualidades de esta joven compañía, encargada de dar vida a los montajes de su director, Carlos Manzanares, artífice, mentor y nigromante factótum de estos ingeniosos y entretenidos montajes cuyo principal acierto reside en la capacidad de conectar con el público. Y hacerlo, partiendo de textos canónicos, de un altísimo valor literario y enorme dificultad interpretativa, que Manzanares "deconstruye" para volver a construir y ofrecerlos rejuvenecidos, limpios de hojarasca innecesaria para sus fines, sin perder al mismo tiempo su pureza literaria.

Un grupo de curianitas en torno a la mariposa caída
(La "Argentinita") en 1920
Si hacer esto es sumamente difícil con Shakespeare, no me imaginaba cómo podría resolver el director (y también adaptador del texto) el reto de llevar a escena nada menos que El maleficio de la mariposa; ese admirable poema trágico que Federico García Lorca leyó ante Gregorio Martínez Sierra y la actriz Catalina Bárcena (que lloró al escucharlo), en el que una mariposa con un ala rota cae sobre un nido de cucarachas (curianas) que la acogen y cuidan; y un curianito muy especial, con espíritu de poeta, alimentará un amor imposible por ella que le conducirá a la muerte cuando esta, recuperada, eleve de nuevo sus alas al cielo. Fue tal la impresión que la lectura de Lorca produjo en quienes escucharon sus mágicas palabras, que el célebre empresario del madrileño Teatro Eslava no dudó en dar la oportunidad al poeta granadino de estrenar su primera obra teatral, en 1920, que obtuvo el más sonoro de los pateos. No podía ser de otro modo, imaginándose uno en escena a un grupo de negras cucarachas, con sus patas y antenas, tratando de emocionar al público.

Mucho han cambiado la sensibilidad y los gustos estéticos en los últimos cien años, y al público que el pasado sábado fue a ver, en el Teatro Arlequín Gran Vía, de Madrid, la nueva puesta en escena de este peculiar, vanguardista y atrevido juguete dramático, no le sorprendió ver curianos, gusanos y alacranes pululando tanto en el escenario como por los pasillos del patio de butacas. Las generaciones del cómic, los dibujos animados, las películas de ciencia ficción y los más arriesgados juegos de ordenador son capaces de aceptar, con total naturalidad, los líricos diálogos de un mundo de insectos cuyo comportamiento no difiere en nada del de los seres humanos. Superado este inconveniente, solo faltaba dar interés dramático y hacer amena una trama argumental excesivamente simple, construida sobre un maravilloso universo de palabras donde la belleza de la metáfora y la trascendencia del símbolo lo son todo. Y de nuevo Carlos Manzanares ha acertado, con una estética absolutamente cercana a la empleada asimismo en su adaptación del Sueño shakespeariano; con el que juega asimismo, haciendo que un silfo del bosque de las hadas cuente al público esta trágica historia, que viene a enmarcarse de este modo en el universo de la ensoñación, donde todo es posible; hasta que un curiano se enamore de una mariposa y muera de amor tras su marcha.

Resulta muy adecuada la utilización del espacio (y práctica, teniendo en cuenta que será el elemento escenográfico clave del montaje de la obra shakespeariana que se representa a continuación de esta), reducido a unos mínimos elementos y una simple elevación que recorre horizontalmente el escenario, al fondo del mismo, sobre el que estará presente en todo momento el silfo narrador (Carlos Vellisco), así como el polifacético Carlos Manzanares (autor asimismo de la música), que, como maestro de ceremonias, se encargará de dar comienzo a la función y acompañar en directo, a la guitarra, el curso de la acción y las palabras de los personajes (en varios de los mejores momentos del montaje, convertidas en canción). De nuevo recurre el director, en el vestuario y el atrezo, a una estética underground, sencilla y utilitaria, con emanaciones contemporáneas y clásicas a un tiempo, capaces de trasladarnos tanto al mundo punk como a las imágenes de los cuentos de Perrault o al universo de fantasías animadas de Disney.

Por último, no quisiera dejar de mencionar la entrega y el saber hacer de todo un equipo, destacando la labor de la docena de actores que intervienen en la ejecución del texto. Todos y cada uno de ellos supieron darle a su papel el tono necesario y arrancar del público espontáneas carcajadas, grabando en sus labios una permanente sonrisa, solo confundida con una emotiva atención en algunos de los momentos más dramáticos de la obra; entre los que me permito recordar, sin menoscabo de los restantes, la espléndida y sincera interpretación de Nini Dols en su papel de curianito enamorado, cuyas últimas palabras prenden una gota de rocío enlutado en el corazón de los presentes:

¿Quién me puso estos ojos que no quiero,
y estas manos que tratan
de prender un amor que no comprendo
y con mi vida acaba?
¿Quién me pierde entre sombras?
¿Quién me manda sufrir sin tener alas?

José Luis G. Subías  



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