Una tragedia clásica y actual en la "Antígona" propuesta por Miguel del Arco




Una esfera que todo lo contempla y recoge desde lo alto de un escenario sobrio y elemental, desnudo, donde el negro de las bambalinas y bastidores se confunde con el gris atuendo de los personajes, es lo primero que percibe el espectador de esta sorprendente y creativa escenografía sobre la que se reconstruye la trágica historia de Antígona, a la que Sófocles dio vida (y muerte) hace 2.500 años y Miguel del Arco versiona y dirige en este espectáculo estrenado ya en 2015, en el madrileño Teatro de la Abadía, representado ahora de nuevo en el Teatro Pavón por la compañía Kamikaze.

Dos son los aspectos fundamentales que han determinado, en nuestra opinión, el éxito de esta tragedia, dentro del rico y variado panorama teatral que hemos tenido ocasión de disfrutar este verano en Madrid: un montaje moderno, planteado desde una estética actual (incluso futurista), pero a la vez muy respetuoso con el espíritu de la tragedia original y su lenguaje, que en todo momento percibimos en la adaptación del director; y el espectacular trabajo corporal, vocal e interpretativo de unos actores cuya presencia en escena es casi continua, gracias a la efectiva utilización de un original coro del que todos llegan a formar parte en algún momento.   

El conflicto sobre el que se construye la conocida obra del gran trágico griego parte de la imposición de una ley injusta y antinatural, fruto del deseo de Creonte, nuevo rey de Tebas, de devolver el orden y la disciplina a un reino que acaba de sufrir una cruenta guerra a causa del enfrentamiento entre Eteocles y Polinices por ocupar el trono de su padre, Edipo. La orden de dejar insepulto el cuerpo sin vida de Polinices, sin honra alguna, es quebrantada por Antígona, una de sus dos hermanas, que será castigada sin piedad por su tío Creonte encerrándola en una cueva donde esta se quitará la vida. Aunque, atemorizado por las palabras del adivino Tiresias, el rey tratará de rectificar su cruel comportamiento, será demasiado tarde, y deberá pagar el castigo de su soberbia con el suicidio de su hijo Hemón tras encontrar muerta a su prometida.

Del Arco ha suprimido en su versión la figura de Eurídice, mujer de Creonte, que poco aporta a la acción en el original y habría entorpecido la claridad argumental pretendida (y conseguida) por el director; ha aligerado algunos de los numerosos largos parlamentos del texto primigenio, dejando apenas los imprescindibles, favoreciendo el dinamismo de una obra cuyo ritmo e interés no decrece en ningún momento; y se ha permitido, incluso, alguna salida de ese austero y respetuoso "tono" que hemos elogiado como uno de sus mayores aciertos, al incluir un mensajero más propio de la comedia áurea (las espontáneas risas del respetable así lo confirmaron), que rompe con la seriedad del momento, o un conato de baile "disco" protagonizado por el coro, en la sola ocasión en que el color (presente en unas máscaras utilizadas por única vez en la obra) asoma en escena. Más arriesgada se nos antoja la ocurrencia, bastante extendida en nuestros días (tan lejos de aquellos tiempos en que los actores ingleses debían interpretar forzosamente los papeles femeninos creados por Shakespeare), de presentar a Creonte en el cuerpo y la voz de una actriz, otorgando al masculino personaje un carácter híbrido, andrógino, que conducirá a la transformación de este en madre. Ocurrencia a la que, sin embargo, debemos agradecer la oportunidad de ver sobre las tablas a una gigante de la escena para la que no existen géneros. Si la actuación de todos los personajes es impecable, y Manuela Paso crea una Antígona fuerte y creíble, sin duda excepcional, Carmen Machi arrolla con su presencia en el escenario. Su brillante y poderosa interpretación atrapa al espectador desde el primer momento, convertido en un pequeño dictador de esperpénticos ademanes autoritarios, para llenar inmediatamente todos los rincones de la sala con su perfecta dicción, su dominio de la escena y un magnetismo personal capaz de crear y transmitir cualquier emoción.



Si añadimos a esto el empleo de una compleja sencillez escenográfica, cuyo elemento central reside en esa esfera que comentábamos al principio, capaz de moverse a lo largo y ancho del escenario, de variable aspecto en virtud de las luces proyectadas sobre él; unos adecuados efectos de luz y sonido, tan sobrios y selectos como todos los recursos técnicos empleados en el montaje; un vestuario asimismo acorde con la sobriedad citada, que contribuye a transmitir la sensación de estar asistiendo a un espectáculo intemporal y moderno; o magistrales detalles de dirección, como el momento en que Antígona, sostenida por un arnés y en brazos del coro, es mostrada ante el público en una imagen de crucifixión de enorme belleza plástica, antes de ser introducida en la burbuja esférica donde perderá la vida; comprendemos la razón del éxito absoluto de esta producción, la mejor de una tragedia clásica que hemos contemplado sobre un escenario desde hace mucho tiempo.

José Luis G. Subías       


Comentarios

Entradas populares de este blog

Una "paradoja del comediante" tan necesaria y actual como hace doscientos años

"Romeo y Julieta despiertan..." para seguir durmiendo

"La ilusión conyugal", un comedia de enredo donde la verdad y la mentira se miran a los ojos