De egoísmo, amor, entrega y liberación... "Casa de muñecas", de Ibsen


Un cubo mágico dominado por un insistente color fucsia tan irreal como la vida misma, un juego de teatro en forma de caja de música (Nora es su bailarina linda y feliz), que observamos de cerca y nos invita casi a entrar en ella, desde las tres paredes abiertas a través de las cuales contemplamos toda la acción, es lo primero que llama la atención en la original y creativa adaptación que se está representando estos días, en el Teatro Fernán Gómez, de uno de los grandes clásicos de la dramaturgia europea: Casa de muñecas, del noruego Henrik Ibsen (1828-1906).

Bajo la dirección de un José Gómez-Friha siempre fresco, que mantiene en sus montajes, presididos por la elegancia, un justo equilibrio entre la innovación y la contención, esta versión que el dramaturgo rodense Pedro Víllora ha escrito para la compañía Venezia Teatro (con la que recientemente ha colaborado en un Tartufo del que tuvimos ocasión de dar cuenta asimismo en estas "bambalinas") es una verdadera actualización que mantiene vivo el sentido liberador de una obra que, en 1879, supuso un revulsivo para la sociedad burguesa de aquel tiempo, al presentar a una esposa modélica plantando cara a un marido (también modélico entonces) egoísta que antepone su propio interés, es decir, su carrera profesional y su honorabilidad, al amor hacia su mujer, a quien trata como un lujoso objeto de su posesión. Tras la fachada de esta bella, despreocupada, alocada y dicharachera princesa de "casa de muñecas" que es Nora (Mamen Camacho), se oculta una mujer inteligente y abnegada, que no solo sabe cumplir a la perfección el papel que le ha tocado representar en la sociedad en que vive (perfecta madre y esposa), sino que, por amor, ha sido capaz incluso de falsificar la firma de su padre para conseguir un préstamo con el que llegó a salvar la vida de Torvaldo (Oriol Tarrason), su marido. La violenta reacción de este al descubrir aquel piadoso engaño de su cónyuge abre definitivamente los ojos de Nora, que esta vez no lo abandona con su famoso portazo, sino que se enfrenta a él con una lección dialéctica que promete seguir cuando se apagan los focos.

Ubicada en un intemporal siglo XX, con tintes de los dorados años cincuenta y algunas trazas decimonónicas, la colorista y minimalista escenografía elegida por el propio Gómez-Friha (rasgos característicos de sus montajes), salpicada de grises y negros (excelente el vestuario diseñado por Paola de Diego) que se mueven como motas de realidad en la fantasmagoría de un color de irrealidad "rosa", es uno de los aspectos más destacables de esta singular y fluida puesta en escena, cuyo ritmo no languidece en ningún momento y se sigue con interés desde principio a fin, permitiéndose incluso la incorporación de un tema musical (el famoso "She" de Charles Aznavour, popularizado años más tarde en la versión de Elvis Costello para la película Notting Hill), interpretado en directo y al piano por Sergio Reques, muy efectivo y de gran belleza. Destacable es asimismo el trabajo actoral, en el que sobresale, como no podía ser de otro modo atendiendo a la dimensión de su papel, Mamen Camacho, que hace suyo e imprime un carácter propio al personaje de Nora. Completan el reparto de esta muy recomendable puesta en escena, de la que podrá seguir disfrutándose hasta el próximo 17 de diciembre, Oriol Tarrason (Torvaldo), Sergio Reques (doctor Rank), Andrés Requejo (Krogstad) y Elsa González (Cristina).

José Luis G. Subías

                  

           


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