Ver a Lorca sin verlo o la magia de un dramaturgo multiusos


Siempre es un placer acudir al teatro y sorprenderse con el descubrimiento de nuevas propuestas dramáticas, arriesgadas y atractivas, como la que tuvimos la oportunidad de conocer y disfrutar anoche en la sala Nave 73. Una propuesta, además, obra de un director a quien no conocíamos, el israelí Barak Ben-David, cuyo trabajo nos ha parecido, francamente, óptimo. No solo como director, sino también como creador de una adaptación que utiliza, unifica y reinterpreta (¡ahí es nada!) cuatro de los textos teatrales emblemáticos de Federico García Lorca: La casa de Bernarda Alba, Bodas de sangre, Yerma y Doña Rosita la soltera.

Andábamos ya algo cansados de Lorca, tras la racha de estrenos con su nombre que han inundado recientemente nuestros teatros, y el anuncio de un Lo(r)ca, presentado como "tragedia homosexual", nos hacía temer lo peor. No compartimos la utilización de la condición sexual de nuestro poeta granadino para hacer una campaña activista destinada a convertirlo en icono del orgullo gay; lo que parecía dar a entender ese juego de palabras que relaciona a Lorca con una "loca". Flaco favor se le hace a uno de los más grandes dramaturgos del pasado siglo, reduciendo su figura y su obra a tan escueta dimensión. Aun así, quien les habla sabe que, detrás de cualquier título, incluso de los planteamientos expuestos en los programas de mano, se esconden muchas sorpresas para el público dispuesto a ver más allá de ellos.

Y esto es lo que sucedió nada más iniciarse la representación. Con una estética absolutamente actual, cuatro trajeados personajes masculinos nos reciben e invitan a asistir a lo que sin duda está planteado como un juicio, donde el público es el jurado. El ritmo de una música trepidante, muy dinámica, que invita a la acción, acompasa los disciplinados movimientos de los cuatro actores-personajes que se enfrentan al público... y a sus propios fantasmas, al hacer suyas e interpretar las tragedias vividas por Adela, la novia, Yerma y Rosita. Uno a uno, Raúl Pulido (soberbio), Javier Prieto, Juan Caballero y Jorge Gonzalo, activos en todo momento y partícipes de las diferentes historias que se viven en escena, hilvanadas con maestría por el director de este espectáculo de gran fuerza plástica, van despojándose de sus trajes, al tiempo que desnudan su alma y sus más callados deseos.


Todo un ejercicio de entrega interpretativa se exige a unos actores que se dejan la piel en el escenario, envueltos en una historia donde deben cambiar permanentemente de registro y trasladarse (y con ellos nuestra imaginación) a los lugares y situaciones que el director les va planteando, en el marco de una narración que da unidad al conjunto, al tiempo que nos remite tanto a la sala de un tribunal como a una escena de confesión grabada en vídeo o una grabación fílmica que puede detenerse, rebobinarse o adelantarse, al gusto de un caprichoso y desconcertante observador que toma nota de cuanto sucede. No importa mucho que se pierda a veces el sentido y el hilo argumental de lo que estamos contemplando; pues lo que contemplamos, sin duda alguna, es bello. La transfiguración de las cuatro figuras, ahora ataviadas con los cuatro vestidos verdes que han ido asomando en diferentes ocasiones a lo largo de la representación, cierra definitivamente el ciclo de transformaciones que han ido produciéndose en estas, quienes, liberadas de sus ataduras y represiones, asumen por fin su verdadero rostro.

No vamos a ser puristas en esta ocasión. No diremos que el texto de Lorca y su sentido son manipulados y trasladados a un contexto radicalmente distinto al que este vivió en la España de hace más de ochenta años. Los textos clásicos lo son, entre otros motivos, por su validez intemporal y universal. Y a fe que las tragedias vividas por los personajes lorquianos pueden resistir el paso del tiempo y adaptarse, con leves modificaciones, a cualquier situación en la que el ser humano sea víctima de la represión y de sus propios deseos. Sin ser Lorca lo que vimos anoche, Lorca también estaba ahí, a través de los ojos de nuestro tiempo.

Solo lamentamos no haber podido disfrutar antes de este espectáculo, que recomendamos por la originalidad y los muchos aciertos de su puesta en escena, y el magnífico trabajo interpretativo de cuatro actores que lo dieron todo y dejaron momentos brillantes en su actuación. El próximo domingo, día 25 de febrero, quienes no hayan tenido ocasión de contemplar este montaje, no deberían perderse la última función de esta obra nueva, fresca, distinta y sorprendente. Merece la pena.

José Luis G. Subías


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