"Homo homini lupus"... tanto aquí como en Corea del Norte


La cruda realidad adquiere tintes surrealistas en la serie de historias paralelas y entrecruzadas que el dramaturgo y director Íñigo Guardamino alza ante nuestros ojos, para mostrarnos el lado más triste y grotesco de la condición humana, en la singular puesta en escena (tanto, como su desconcertante título) de Este es un país libre y si no te gusta vete a Corea del Norte, que estos días se está representando en la madrileña Sala Mirador. Estrenada hace un año, por estas mismas fechas, en Nave 73, otro conocido espacio del circuito teatral alternativo, la propuesta dramatúrgica de Guardamino, producida por La Caja Negra Teatro, responde al espíritu innovador y experimental que caracteriza a este vanguardista y joven proyecto, cuyos montajes (en su mayoría escritos y dirigidos por el autor y director bilbaíno) han cosechado reiteradas distinciones en los últimos años.

La obra plantea cinco historias; cuatro de ellas ambientadas en un mundo cercano al público que asiste al espectáculo, con el que puede sentirse identificado en muchos momentos, y que afectan, de algún modo, al ciclo vital del ser humano: la llegada de un nuevo ser a la vida, una niña que acaba de recibir su primera comunión, los preparativos y celebración de una boda, y el dolor por la muerte de la esposa. Pero todos estos decisivos momentos se presentan distorsionados y nos adentran en un surrealista universo donde lo absurdo y lo cómico tienen tanta cabida como una realidad que se torna sanguinaria, violenta y, en última instancia, se encuentra marcada por la depredación: el bebé que nace deforme, mitad humano y mitad dingo, es rechazado por el padre y finalmente sacrificado por este; la inocente niña que acaba de hacer la comunión acuchillará la sagrada forma (en un ritual que tiene mucho de vudú) para obtener sus deseos, y pedirá la muerte de su mejor amiga cuando se entere de que esta le ha robado una de las hostias que oculta; la boda que se va a celebrar está marcada por la frivolidad y el uso mercantil de una unión en la que el amor pasa desapercibido frente a la pose y el dinero invertido en este nuevo ritual; y la muerte del ser amado, enmarcada en otro rito, el del entierro, adquirirá el mismo aire frívolo, consumista y deshumanizado, representado en la empresa dedicada a inmortalizar ese momento en un montaje de vídeo en el que se busca plasmar las mejores imágenes del mismo, aunque para ello haya que masturbar al marido viudo en una serie de tomas aparte, con el fin de conseguir su rostro más expresivo frente a la cámara.

Una quinta historia, en principio muy alejada de las restantes, sirve de contrapunto y contraste con estas, para ofrecer la imagen de una vida marcada por la opresión del régimen comunista norcoreano, cuyas señas de identidad son la falta de libertad, el hambre y la miseria. También la muerte y la enajenación presiden este mundo, presentado como la terrible alternativa a una sociedad occidental regida por el capitalismo y el consumo. La imposibilidad de elegir entre ambas opciones justifica el título del texto: Este es un país libre y si no te gusta vete a Corea del Norte. ¿Acaso no hay más opciones? ¿Debe el hombre conformarse y resignarse a vivir en lo menos malo conocido? Quizá sea esa la gran pregunta que pretende formular una obra que, en cualquier caso, ofrece un retrato desolador de la condición humana y deja en el público, al finalizar la representación, un poso de amargura, una mueca con visos de sonrisa, de cómplice comprensión y rechazo hacia el reflejo de sí mismo que acaba de contemplar.


La escenografía de Alessio Meloni, cargada de simbolismo, presenta un lugar intemporal, lejos de un lugar concreto, donde la oscuridad y los tonos negros, grises y ocres (muy adecuados al sentido del texto) dominan un espacio presidido por varias filas de chaquetas americanas, colgadas de unas cuerdas que se pierden en el fondo, a través de las cuales aparecen y desaparecen normalmente los personajes que irrumpen en escena. En este marco espacial, potenciado por los juegos con la iluminación, la música (excelentes composiciones y arreglos de David Ordinas, así como los textos de Guardamino), que forma parte de la acción misma, al igual que la voz en off presente en varios momentos, y unos movimientos corporales que adquieren aires de danza y pantomima en algún instante, otorgan al conjunto un dinamismo y un ritmo que favorecen el conjunto y aportan a la representación un atractivo añadido, al servicio de cuanto sucede en escena, cuyo interés contribuye a potenciar.

Pero el peso de esta interesante puesta en escena recae, como no podía ser de otro modo, en los tres actores que dan vida a más de una docena de personajes, en un frenético intercambio de personalidades (y vestuario) que ponen a prueba sus aptitudes y dejan aflorar su talento interpretativo. Magnífica vis cómica y dramática la de Rodrigo Sáenz de Heredia, capaz de recrear los más extremos afectos y actitudes en sus personajes (sobresaliente el monólogo ofrecido por el viudo y, en general, la sensación que transmite en todo momento); excelente asimismo el trabajo de Sara Moraleda, cuya ductilidad interpretativa camina paralela a la de su compañero de reparto, con el que sostiene una muy divertida actuación en la historia de los novios, y brilla en su interpretación de la enfant terrible que en su malévola inocencia asesina el cuerpo de Cristo; y el de Natalia Díaz, imprescindible contrapunto de sobriedad en esta tríada actoral que, en conjunto, consideramos realiza un estupendo trabajo.

Es esta, en fin, una interesante propuesta teatral, arriesgada, fresca y desenfadada, que creemos merece la pena no perderse. Quien lo desee podrá disfrutarla de viernes a domingo, en la Sala Mirador, hasta el próximo 1 de abril.

José Luis G. Subías

Fotografías: Carmen Prieto

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