Una romántica y actual versión de "El caballero de Olmedo", por Eduardo Vasco


Que de noche le mataron 
al caballero, 
la gala de Medina, 
la flor de Olmedo. 

Estos versos de una conocida cancioncilla popular le inspiraron a Lope de Vega, hacia 1620, uno de los textos más conocidos y representados de su ingente repertorio teatral, que hemos tenido ocasión de contemplar en este siglo en repetidas ocasiones, puesto en escena por directores de la talla de Fernando Urdiales (2009), Mariano de Paco (2013) o Lluís Pascual (2014). Estrenada en el Teatro Calderón de Valladolid, en otoño de 2017, la versión que se está representando desde el pasado 15 de marzo en el madrileño Teatro de la Comedia, sede de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, es obra del director Eduardo Vasco, muy vinculado a esta casa, de la que estuvo al frente durante varios años (entre 2004 y 2011).

La compañía Noviembre, fundada en 1995 bajo la dirección del citado Eduardo Vasco, regresa al repertorio clásico español, tras años de atención a los autores contemporáneos y varios montajes dedicados a Shakespeare, cuya influencia creemos notar en el montaje de este singular Caballero de Olmedo que tanto nos ha llamado la atención. Y es que esta nueva versión del clásico de Lope ofrece una imagen estilizada y moderna, de enorme funcionalidad y belleza plástica a un tiempo, que desde el primer momento potencia el elemento trágico, misterioso y fatídico del acontecimiento que va a tener lugar. Con un ritmo pausado y una atmósfera densa, favorecida tanto por la reposada dicción del verso como por el dominio de los tonos oscuros, presentes en los bellos diseños del vestuario ideado por Lorenzo Caprile y en un espacio donde la luz juega con las sombras, creando una realidad paralela, onírica, que se refleja, en forma de románticos aguafuertes, en el gran panel central que domina la sugerente y artística escenografía de Carolina González, asistimos a la historia de amor entre don Alonso y doña Inés, y al funesto desenlace de la misma, que conducirá a la muerte del caballero, asesinado a traición por el cobarde y celoso don Rodrigo cuando regresaba de noche a Olmedo para llegar junto a sus padres. Una historia que se insinúa contada y cantada (haciendo honor a su procedencia) a partir de las notas surgidas de la guitarra de un músico (misterioso juglar que conecta la ficción con la realidad, en un gran hallazgo del director), presente en escena casi en todo momento, confidente anónimo de cuanto sucede y va a suceder, y que cobra vida en la excelente interpretación de un veterano elenco de actores que pisa el escenario con seguridad y maestría. 

La acción tiene lugar en la Castilla del siglo XV, en la localidad de Medina, adonde don Alonso (Daniel Albadalejo) ha acudido, junto a su criado Tello (Arturo Querejeta), a las fiestas de la Cruz de Mayo, cuya fama ha atraído también al rey don Juan (Antonio de Cos). Allí no solo tendrá oportunidad el caballero de adquirir más honra y prez, agasajado por el mismo monarca castellano, sino que se enamorará de una joven dama del lugar y será correspondido por esta, con la intercesión y ayuda de Fabia (Charo Amador), astuta y vieja alcahueta (con su punto de hechicera diabólica), digna heredera de Celestina. Prometida por su padre (José Vicente Ramos) a don Rodrigo (Fernando Sendino), noble del lugar a quien acompaña siempre su fiel amigo don Fernando (Rafael Ortiz), doña Inés (Isabel Rodes), con la connivencia de su hermana doña Leonor (Elena Rayos), tratará de evitar esa boda fingiendo un inesperado deseo de hacerse monja que dará lugar a algunos de los pocos momentos de comicidad que afloran en el texto, propiciados por el enredo y el engaño del disfraz con que Fabia y Tello se adentran en casa de don Pedro. Las intensas escenas de amor entre ambos jóvenes, plenas de sinceridad y pasión, se ven ensombrecidas por la presencia inasible de una premonición, una amenaza permanente que impregna las palabras y el semblante de don Alonso, y enturbia su felicidad.

Sombras le avisaron 
que no saliese,
y le aconsejaron
que no se fuese
el caballero,
la gala de medina,
la flor de Olmedo.

Movido por la envidia y los celos, el cobarde don Rodrigo, quien ha sido salvado incluso por don Alonso en la plaza, sintiéndose por ello aún más humillado, asesinará al caballero cegado por su rabia, mandando disparar sobre este a uno de sus hombres (su amigo don Fernando en esta versión, descargada de algunos personajes innecesarios) en el solitario camino que conduce de Medina a Olmedo. Cuando Tello, que ha salido tras su señor algo más tarde, lo encuentra herido de muerte, lo ayudará a llegar a casa de sus padres antes de morir y regresará inmediatamente a Medina para dar cuenta al Rey de lo sucedido y reclamar justicia.

Este montaje potencia el componente dramático de un texto que responde con propiedad al calificativo de "tragicomedia". No es esta la comedia distendida, humorística e ingeniosa, con final feliz, que predomina en el teatro lopesco; El caballero de Olmedo nos muestra un Lope distinto, capaz de ofrecer el lado más amargo y funesto de las pasiones humanas, y frustrar el amable y placentero rostro del amor con la presencia y el triunfo de la muerte. Una muerte ligada, por otra parte, a unas fuerzas sobrenaturales, muy presentes en el texto, que sitúan a este en una esfera distinta, de gusto prerromántico, que Eduardo Vasco ha sabido potenciar conscientemente, llegando a crear algunas escenas en las que más que a don Alonso, creemos reconocer al mismo don Juan Tenorio enfrentado a sus fantasmas.

Un cita obligada, en definitiva, este montaje, para los amantes del teatro clásico (y del buen teatro en general), que el próximo sábado 31 de marzo ofrecerá su última representación en el Teatro de la Comedia, para proseguir después su periplo por otras ciudades.

José Luis G. Subías

     Fotografías de Chicho y Gerardo Sanz











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