Buero Vallejo regresa al María Guerrero con "El concierto de San Ovidio", de la mano de Mario Gas


Hasta ayer mismo (y posiblemente para siempre), El concierto de San Ovidio se hallaba almacenado en mi mente en imágenes en blanco y negro; aquellas que adquirí de niño, al presenciar en la televisión española de 1973 (la que reunía todas las noches a la familia en casa, "obligándola" a ver un mismo programa), en aquel Estudio 1 que formó mi gusto teatral en aquellos años en que se adquieren las aficiones y se forjan los sueños, la representación de una obra que me impresionó. Cuando algunos años más tarde supe que el autor de aquel texto era Antonio Buero Vallejo (1916-2000), el creador de Historia de una escalera y tantas otras célebres piezas (Un soñador para el pueblo, Las Meninas, El sueño de la razón, La fundación..), aplaudido como el más grande dramaturgo español de la segunda mitad del siglo XX, no me sorprendió tan categórica afirmación, en absoluto.

El concierto de San Ovidio había sido estrenado en 1962, en el Teatro Goya de Madrid, en un montaje dirigido por José Osuna que Mario Gas, director de la nueva puesta en escena de esta obra en el Teatro María Guerrero, confiesa haberle impactado cuando lo vio entonces, con solo quince años, en el viejo Teatro Calderón de Barcelona. Esta nueva recreación del texto, que desde su representación en 1986 en el Teatro Español, bajo la dirección de Miguel Narros, no había vuelto a llevarse a escena, supone todo un acontecimiento, al que se añade el hecho de volver a ver a Buero Vallejo en los escenarios tras quince años de ausencia (el último montaje de una de sus obras, Historia de una escalera, se remonta a 2003).

Mario Gas nos traslada al París de 1771 (donde se sitúa la acción de este drama de ambientación histórica dieciochesca), haciendo uso de un planteamiento escenográfico (obra de Jean-Guy Lecat) que conjuga la tradición de un realismo inherente a la obra del dramaturgo, y un estilismo vanguardista que busca la utilidad en escena al tiempo que realza la belleza plástica del conjunto. Realista es asimismo el vestuario ideado por Antonio Belart, que ayuda a situar la acción en un tiempo muy preciso; como lo es asimismo el lenguaje de un texto magistral, de alto valor literario, que otorga a la palabra todo su poder comunicativo y su capacidad para ahondar en los conflictos humanos y sociales; algo que Buero Vallejo sabe hacer, además, poniendo esta al servicio de intensos conflictos de fuerzas opuestas, en los que reside el elevado componente dramático y teatral de sus obras. Varios son los que se manifiestan en este caso, a partir de un planteamiento inicial en el que un hipócrita sin escrúpulos (Valindin) pretende hacer dinero creando una orquestina de ciegos con la intención de exhibirlos como payasos ridículos en las ferias; comenzando por la de San Ovidio, en cuya barraca asistiremos a la humillación pública de aquellos, convertidos en objeto de mofa por un público despreciable, en una escena que el director resuelve ingeniosamente con la incorporación de una proyección fílmica al montaje (obra de Álvaro Luna), que percibimos no solo como espectadores externos, sino partícipes de lo sucedido en esta, gracias a los efectos envolventes de un sonido que adquiere un importante valor en la función. Como ingenioso y efectivo es  el uso que se da a los dos largos telares sobre los que se proyecta dicha videoescena, utilizados asimismo como pantalla sobre la que se reflejan las sombras de Valindin y el ciego David, en uno de los muchos momentos memorables de la representación (todo un acierto de dirección, apoyado por un excelente trabajo de iluminación a cargo de Felipe Ramos), cuando este acude a la barraca para vengarse de las vejaciones de aquel y asesinarlo, apagando la única luz de la estancia y aprovechando la ventaja que le otorga su ceguera en la oscuridad.

Las desgracias y miserias de la vida, la condición humana en todos sus aspectos, los deseos, sueños, frustraciones y miedos se dan cita en un texto donde tienen cabida asimismo el amor y el altruismo. La tragedia de unos ciegos marginados, en un mundo de videntes sin escrúpulos, alcanza asimismo un importante componente social, pues marginados y explotados lo son también cuantos sirven a Valindin (el explotador); desde su concubina Adriana (sacada de las ferias y utilizada por este como objeto de su propiedad) hasta Bernier (el hombre del pueblo humillado y explotado por aquel) o, incluso (salvando las distancias), el músico Lefranc, cuyo arte no puede competir con la habilidad de Valindin para enriquecerse. También las fuerzas del orden, encarnadas en este caso en el comisario de policía Latouche, se hallan al servicio del déspota e hipócrita Valindin.

Muchos son los aspectos destacables de una obra representativa del mejor teatro español del siglo XX, así como de un montaje a la altura de su calidad, creación asimismo de uno de los grandes directores de nuestro tiempo, conocedor del medio escénico como pocos, tras una experiencia de cincuenta años. Pero no podemos ni queremos pasar por alto la labor de los catorce actores que dan vida a esta historia y a los personajes que la protagonizan (considerablemente reducidos respecto a los veintitrés del reparto original, gracias al empleo del doblete y a la inclusión de algunos de estos en la videoescena), cuyo trabajo es realmente notable. Resulta imposible señalar todos y cada uno de los aspectos destacables de un elenco tan nutrido de intérpretes; sin embargo, sería injusto no mencionar el muy creíble y despreciable Valindin creado por José Luis Alcobendas, en una excelente y personal interpretación del mismo, así como la responsabilidad de Alberto Iglesias al encarnar con solvencia y acierto un papel interpretado con anterioridad por Juan Gea y un José María Rodero difícil de olvidar; o Lucía Barrado, que borda el personaje de Adriana; así como el tierno "pajarito" Gilberto, al que Lander Iglesias dota de vida, siendo capaz de transmitir la inocencia histriónica de un retrasado lleno de humanidad y verdad; o un Javivi Gil Valle, a quien estamos acostumbrados a ver en la pantalla, pero cuyas dotes como actor de teatro, visibles en el ciego Nazario a quien representa, son impresionantes, y desearíamos seguir viendo en escena con más asiduidad. Intachable, en fin, el trabajo del resto del grupo de actores que interpreta a los seis ciegos, completado, junto con los ya citados, por Ricardo Moya (Lucas), Aleix Peña (Donato) y Agus Ruiz (Elías); así como José Hervás, en su papel de violinista contratado por Valindin para enseñar y escribir la música destinada a los ciegos, Jesús Berenguer (Ireneo Bernier), Germán Torres (comisario Latouche), Nuria García Ruiz, en el doble papel de Sor Lucía y Catalina, Pablo Duque (oficial de policía y violinista) y Mariana Cordero (priora).

El concierto de San Ovidio podrá seguir disfrutándose, hasta el próximo 20 de mayo, en el Teatro María Guerrero.

José Luis G. Subías

        Fotografías: marcosGpunto       

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