De heroicos actores, de multisalas y terapéuticas cartas "al padre" cargadas de resentimiento


Unir los nombres de KafkaJosé Sanchis Sinisterra (Valencia, 1940) en torno a una misma obra es un reclamo seguro para cualquier amante de la literatura y del teatro. Y mucho de literatura tiene este texto escrito por uno de los más distinguidos, singulares y veteranos dramaturgos de la escena española contemporánea, perteneciente a aquella generación de hombres y mujeres del teatro surgida en los años sesenta del siglo pasado, que dio el tono escénico a la Transición y los primeros años de nuestra entonces joven democracia.

Carta al padre. Tentativas de evasión de la esfera paterna es un largo monólogo (interrumpido por mínimas réplicas) inspirado en la carta que el novelista checo Franz Kafka (1883-1924) le escribió a su padre en 1919, en la que vuelca, en un acto de liberación que intenta romper con las cadenas que le atan a una niñez no superada, todos los sentimientos que alberga hacia su padre, marcados por el temor visceral que su figura le transmite: "Hace poco tiempo me preguntaste por qué te tengo tanto miedo. Como siempre, no supe qué contestar, en parte por ese miedo que me provocas, y en parte porque son demasiados los detalles que lo fundamentan". Así inicia su confesión este personaje, que, en la versión teatral del dramaturgo valenciano, se dirige a un público a quien se ha convertido en tribunal de un proceso acusatorio contra el padre del novelista, presente también en escena. Esta ruptura permanente de la cuarta pared ayuda a mantener vivo el interés del auditorio por un largo discurso (ya lo eran las ciento tres páginas manuscritas de la carta original) difícil de sostener teatralmente. Algo que, sin embargo, consigue Sinisterra, no solo con el recurso citado, sino incorporando a la "acción" la presencia permanente del padre y la madre de Kafka, tan importantes en esta indagación, este exhibicionismo purgatorio, que el escritor está ejerciendo sobre su propia psique

El papel de la madre (Milagros Morón), aunque silente, sirve de contrapunto triangular en este duelo a dos entre el padre y el hijo, aportando un tímido componente femenino, de ternura y calor familiar, a una relación y un conflicto decididamente masculinos; al tiempo que muestra la sumisa y sometida condición de la mujer, anulada frente al hombre, hace cien años. Hermann Kafka, desde una posición de autoridad y suficiencia marcadas tanto por su posición en la escena (de espaldas al público, arrellanado en un cómodo sillón que apenas deja ver nada de su figura, mientras degusta un cigarro con displicente seguridad) como por su actitud corporal y su profunda voz (perfecto Rafa Núñez en su papel), escuchará impasible las duras acusaciones de su hijo, para asumir, en los últimos momentos de la obra, el protagonismo de la acción y ofrecernos, actuando de abogado defensor de sí mismo, su versión de los hechos (de forma mucho más breve, pero infinitamente más efectiva), volcando sobre su hijo, a quien considera un parásito que ha construido una vida a partir de él, y contra él, la responsabilidad de esta.

Este es, en esencia, el contenido de un texto escrito inicialmente para ser leído en la intimidad y al calor de un sillón como el que aparece en escena, pero que una buena adaptación, como la de Sinisterra, puede transformar en un sugerente texto teatral; y una adecuada dirección artística, como la efectuada por Víctor Boira y el propio Jorge de las Heras (protagonista absoluto del montaje), que desnuda la escena, reduciendo esta a un efectivo minimalismo escenográfico, de gusto realista, para volcar el peso de la obra (como no podía ser de otro modo, siendo este un teatro íntimo, basado en la palabra) sobre los actores, puede hacer realmente atractivo. 

Y a esos actores queremos dedicar las últimas palabras de esta reseña, escrita tras haber asistido a una lamentable situación que estos sufrieron (junto con el público) y sobrellevaron con una profesionalidad encomiable. Palabras que quieren ser también una advertencia hacia esa moda de aprovechar los espacios escénicos al máximo, con la creación de multisalas que imitan aquellos impersonales multicines surgidos a finales del siglo pasado, que, si bien eran efectivos para ese medio, donde el elevado volumen del audio de las películas hacía imposible escuchar el sonido de las salas adyacentes, en el ámbito teatral, donde el silencio es tan necesario y significativo como la palabra, pueden provocar situaciones incómodas y molestias que hagan peligrar la magia escénica. Y eso es lo que ocurrió ayer tarde en los Teatros Luchana, donde se está representando la obra desde el pasado 3 de marzo. Ya hemos sufrido los incómodos ruidos de salas contiguas en otros teatros de la capital, no solo privados, pero hasta ahora nunca habíamos tenido que soportar la permanente distracción de un musical (al parecer, se trataba de un ensayo), en toda su intensidad, mientras tratábamos de concentrarnos en el denso contenido de las palabras de Kafka. Y el mismo Jorge de las Heras (no solo actor principal de este montaje, sino empresario del teatro donde se representa), desesperado ante tales interrupciones, hubo de despojarse por un momento de su personaje y abandonar la escena para hacer callar abruptamente tan incomprensible y bochornosa interferencia. La función siguió adelante con una incómoda tensión, tras haberse roto, por supuesto, toda la magia de una representación truncada que, a buen seguro, ninguno de quienes la vivimos olvidaremos. Agradecidos por el comportamiento intachable de los actores y su magnífico trabajo, a pesar de las interferencias, los asistentes a esta función aplaudimos y vitoreamos su entrega; y especialmente la de un Jorge de las Heras que ayer realizó dos enormes papeles, el de Kafka y el del actor que interpretaba a este (creando, sin pretenderlo, una escena que no habría dudado en firmar Sanchís Sinistierra), cuya calidad humana llegó a superar incluso la compleja y difícil tarea interpretativa que había realizado hasta ese momento, y nos cautivó definitivamente.

Volver a ver a este actor en escena junto con los dos magníficos intérpretes que lo acompañan, y escuchar de nuevo las acusaciones de Kafka contra su padre, es una experiencia sin duda recomendable para todos los amantes de la literatura y el teatro, que podrá disfrutarse aún durante todos los sábados de este mes de abril, en los citados teatros, donde, a buen seguro, no volverá a repetirse este anecdótico suceso.

José Luis G. Subías
     

    





    

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