Un homenaje a los cómicos de hoy y de siempre, en "La cueva de Salamanca" de Emilio Gutiérrez Caba


No puede llevarse a engaño quien acude a ver estos días, al Teatro de la ComediaLa cueva de Salamanca. Cierto es que el hecho de que una pieza con este título se represente en la sede de la Compañía Nacional de Teatro Clásico puede confundir inicialmente al aficionado, que con bastante probabilidad pensará en el célebre entremés cervantino; o, si es más avezado en nuestros clásicos, llegará incluso a recordar un homónimo texto de uno de los dramaturgos más singulares e interesantes de nuestra escena áurea, Juan Ruiz de Alarcón.

Precisamente sobre la comedia escrita por este en torno a 1621, más algunas escenas de La fénix de Salamanca, de Mira de Amescua, y Obligados y ofendidos y Gorrón de Salamanca, de Rojas Zorrilla, construye Emilio Gutiérrez Caba este divertido enredo metateatral que debe ser valorado como lo que es: una ingeniosa y entretenida pieza original, ambientada en nuestros días, en la que los personajes son actores (también dentro de la ficción) que ensayan diferentes pasajes de las citadas comedias, con las continuas y pertinentes interrupciones del director del montaje, que hará también las veces de actor en la comedia finalmente elegida para ser representada por el grupo: La cueva de Salamanca de Ruiz de Alarcón, cuya escenificación tendrá valor por sí misma y ocupará buena parte de la segunda mitad del espectáculo.

Este magnífico e ingenioso juego teatral parte, en principio, de un hecho verídico; el encargo a Gutiérrez Caba, por parte del productor Salvador Collado (Euroscena), de crear un espectáculo con motivo del VIII Centenario de la Universidad de Salamanca, coproductora asimismo del montaje, junto con la CNTC. Y el veterano actor, que no es la primera vez que se enfrenta a empresas semejantes (ya hizo lo propio en 2016, con Escrito en las estrellas, texto escrito y dirigido a partir de El amante liberal de Cervantes, con ocasión del IV Centenario de su muerte) recurrió a un recurso que ha mostrado su eficacia reiteradamente en la escena; el teatro dentro del teatro, actores que hacen de actores en un juego metaficcional donde la realidad y la ficción desdibujan sus contornos y se funden.

Anda sobrado en humildad quien ha sido y es merecedor de tantos aplausos, por todo cuanto le ha dado a la escena española, al afirmar que "todo el mérito que en este montaje se halle corresponderá a quienes escribieron las escenas que incluyo en esta versión". Sin duda dichas escenas tienen valor en sí mismas, y son una excelente muestra del valioso tesoro que constituye nuestro teatro clásico. Y no es menos cierto que La cueva de Salamanca de Alarcón, que acapara el peso de esos textos ajenos de los que se "apropia" nuestro discreto dramaturgo, merecería ser llevada a la escena íntegramente; quizá en una futura producción de la CNTC. Pero juzgar el montaje de La cueva de Salamanca firmado por Emilio Gutiérrez Caba como una mera versión basada en el texto del dramaturgo mexicano, a la que se han añadido algunas escenas de un par de piezas de la época, que no tienen nada que ver con aquel, resulta simple, injusto e inapropiado. Esta cueva de Salamanca es otra cosa; la gracia y originalidad de esta comedia reside precisamente en las partes menos "clásicas" de la misma, aquellas en las que el dramaturgo deja oír su verdadera voz (plenamente actual y en prosa), ocupando el primer plano de la ficción; el destinado a plasmar la vida de los actores, sus ensayos, y los desvelos de unos seres de carne y hueso que, despojados de sus personajes, se afanan por subsistir, día a día, en un oficio, un arte, que aman, pero sin duda duro y plagado de dificultades. 

Como en tantas otras obras del pasado, que convirtieron a los cómicos mismos en protagonistas de la acción, Gutiérrez Caba hace en su cueva de Salamanca un homenaje a la vida y la profesión a la que, tanto él como su familia, llevan entregados desde hace más de un siglo; y lo hará desde el distanciamiento cómico y un humor irónico y comprensivo desde el que se lanzarán diferentes pullas a la nueva realidad con que los actores (como el público) de hoy deben convivir: la locura del tráfico, los móviles e Internet; las benefactoras series de TV, salvaguardas económicas de nuestros actuales comediantes, al igual que los festivales y conmemoraciones como las que han propiciado la creación de este montaje.

Emilio Gutiérrez Caba se muestra en La cueva de Salamanca buen dramaturgo y un excelente director, que sabe orquestar tan arriesgada y difícil apuesta con mano diestra, dando el conveniente lugar a una escenografía variada e ingeniosa, que busca el efecto del tapiz, el dibujo y el cartón-piedra voluntariamente; contribuyendo a ese clima de representación "convencionalmente clásica", el vestuario y la elección de los efectos musicales y escénicos (la paródica recreación de las tradicionales comedias de magia es todo un acierto). Pero, como no podía ser de otro modo, el dramaturgo y director vierte el peso del montaje en los actores, que realizan un trabajo impecable. Eva Marciel, María BesantDaniel OrtizJuan Carlos Castillejo, Chema Pizarro y José Manuel Seda vierten sobre el escenario, gracias a los diferentes planos de ficción en que deben trabajar, y los rápidos saltos de uno a otro, todo un ejercicio de saber hacer interpretativo y de estar en escena, en el que sus capacidades histriónicas y cómicas deben combinarse con momentos más íntimos y realistas, en un continuo juego que es siempre puro teatro.

Afirma Gutiérrez Caba que "la labor de un director no es fundamental en muchos casos y que una buena dosis de humildad es siempre conveniente cuando se trata de acercar el talento de otros a estos tiempos inciertos en que vivimos". Estamos con él en que la labor de un director no siempre es fundamental (suscribimos lo de "tiempos inciertos"); pero afirmamos que no es este su caso, como sí lo es cuanto afecta a su humildad. Con humildad y reconocimiento agradecemos también nosotros su talento, del que podrá seguir disfrutándose, hasta el próximo 17 de junio, en el Teatro de la Comedia.

José Luis G. Subías

Fotografías de Nieves Ferrer

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