El largo verano sin bicicletas recordado por Fernando Fernán Gómez


Hay vida en los escenarios mientras el sol golpea con fuerza las asfaltadas calles de un Madrid plagado de turistas, en este verano que aún está acostumbrándose a su imperio. Este paseante solitario, que gusta de adentrarse en la oscuridad de las salas para comentar después lo vivido en La última bambalina, se acercó ayer a uno de los muchos teatros que estos días permanecen abiertos para regocijo y deleite de los amigos de las plateas. En la sala Guirao del Centro Cultural de la Villa Fernán Gómez, representan Las bicicletas son para el verano, emblemático texto del mismo Fernando Fernán Gómez (1921-2007), estrenado en el Teatro Español en 1982, tras obtener el Premio Lope de Vega cinco años antes. La obra fue escogida para celebrar el cuadragésimo aniversario de la inauguración de este importante centro cultural de la capital española, poniéndose en escena, en abril de 2017, un montaje dirigido por César Oliva que, tras un largo periplo de más de un año, ha regresado de nuevo al teatro donde se vistiera de largo entonces. 

Mucho enseña este texto con el que se inicia en la escena española el cultivo temático de la Guerra Civil (que tantos frutos lleva dando desde hace cuarenta años) sobre el modo de abordar un asunto tan doloroso y dramático desde una perspectiva crítica, pero conciliadora, alejada de maniqueísmos y proclamas incendiarias, marcada por el espíritu de una Transición de la que podría servir como emblema. La acción de la pieza, que el dramaturgo estructuró en quince cuadros, enmarcados en un prólogo y un epílogo coincidentes con los días previos al estallido de la guerra y los inmediatamente posteriores a su final, se centra en los miembros de una familia de clase media y su entorno, que asisten impotentes al desarrollo de unos acontecimientos por los que se vieron arrastrados y que cambiaron para siempre sus vidas. La sinrazón de unos sucesos percibidos como algo impensable en el prólogo donde Luisito y Pablo juegan y hacen planes para ese verano (la ilusión de Luis es tener una bicicleta) se hará realidad, y asistiremos, en una sinopsis argumental perfectamente estructurada a lo largo de la serie de escenas concatenadas (algo reducidas en este montaje) que constituyen la obra, al desarrollo de la guerra y sus consecuencias, y al paso del tiempo; marcados por la permanente presencia en escena de un aparato de radio que va informando, tanto a los personajes como al público, de cuanto sucede fuera de las paredes de la casa donde se desarrolla el grueso de la acción.

Poco se puede decir en elogio de un texto ya clásico del teatro español contemporáneo, de excelente factura literaria, representativo de una dramaturgia de sesgo realista cercana al teatro comprometido que frecuentaron los autores que cultivaron el realismo social años atrás, pero donde prima, por encima de las ideas, el ser humano concreto y sus circunstancias. Más interesante es destacar, en este sucinto comentario reflexivo, el respetuoso y excelente planteamiento del montaje dirigido por César Oliva, en el se aprecia la mano del que sabe mucho, y bien, de la escena; la escenografía de Paco Leal, que responde al realismo escénico de la pieza, aunque reducido a un esencialismo práctico muy efectivo, al que se han añadido algunos sugerentes y quizá simbólicos detalles (como es la idea de cubrir los imprecisos objetos que se adivinan al fondo del escenario con esos plásticos o telas empleados para proteger muebles cuando se va a estar lejos de un lugar mucho tiempo); y la impecable interpretación naturalista de un elenco actoral en el que la maestría de la experiencia se une a la frescura de la juventud en las figuras de Rocío Muñoz-Cobo, Patxi Freytez, Diana Peñalver, Víctor Sevilla, Teresa Ases, Agustín Otón, María Beresaluce, Adrián Labrador, Ana Caso y Lola Escribano. Mención especial merece un soberbio Patxi Freytez, que supo incorporar a su personaje la involuntaria cojera que padece, y el bastón con que se ayuda al andar, de tal manera que nos resulta ahora difícil imaginar un don Luis sin tales y tan singulares atributos. Impresionante ejercicio de profesionalidad y de talento escénico.

Una magnífica ocasión es este primer mes de verano para acudir al Teatro Fernán Gómez, donde, hasta el próximo 26 de julio, quien no lo haya hecho aún, tendrá ocasión de escuchar la palabra y el mensaje de un gran hombre de teatro que nos dejó empieza a hacer ya demasiados años. Una cita muy recomendable.

José Luis G. Subías

Fotografías: Raquel Cortés
          

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