Alberto Conejero y García Lorca funden sus voces en "El sueño de la vida"


Nuestro fin de semana teatral ha concluido a lo grande, con una de esas piezas y montajes que te remueven en la butaca (no solo en sentido figurado) y dejan huella en el espectador. No creo que ninguno de cuantos asistimos anoche al Teatro Español para ver la última creación de Alberto Conejero (Vilches, 1978), una de las voces teatrales más literarias de la dramaturgia española de nuestros días, olvidemos fácilmente un espectáculo engendrado con la materia y la forma con que nacieron las obras hechas para ser recordadas.

No hay espacio para la banalidad en el universo imaginado por Conejero a partir de las palabras y el quejío de un Lorca redivivo y reinventado por el autor jienense. Escrito a partir de esa Comedia sin título que Lorca nunca llegaría a concluir, El sueño de la vida es un drama de intenso contenido poético, trágico y teatral; como lo fue el teatro lorquiano y lo es hoy el de un dramaturgo cuya musa transita por los mundos del drama poético y el realismo onírico con el mismo espíritu transgresor, y a un tiempo respetuoso con el lenguaje de la tradición teatral, con que aquel lo hiciera.

En un permanente juego metateatral, iniciado desde el instante mismo en que comienza la función, la acción transcurre en el interior de un teatro; podría ser el mismo en el que el público que asiste a la representación -convertido en parte de esta- se encuentra. Lorenzo (Nacho Sánchez), el autor-director de la obra que va a montarse en dicho teatro, presunto alter ego de un Lorca que vigila cuanto sucede en escena, observando, acompañando o aconsejando a un personaje que parece ser la otra cara de sí mismo, se enfrenta al público, su público, espetándole su concepción de una escena que debe ser transformada, del mismo modo y tan violentamente como la revolución que se extiende en las calles pretende hacer con la sociedad. Esa revolución es la que Lorenzo traslada simbólicamente al teatro, al abrir sus puertas a los obreros y estudiantes que luchan afuera, en un acto que desencadenará una serie de acontecimientos, marcados por la violencia y la angustia de quienes se han quedado encerrados en el teatro, con el telón de fondo de la Guerra Civil, vividos por el personaje en un agónico limbo lindante con el surrealismo en algunos momentos. Vida y sueño se entremezclan en este mundo pirandelliano donde la realidad y la ficción se confunden, y los personajes que pueblan el escenario son tan reales (o irreales) como los actores que los interpretan, del mismo modo que el público que contempla cuanto sucede, ya sea en 1936 o 2019. En este ensueño teatral, junto a las palabras de la Comedia sin título, creemos reconocer fragmentos de El público y otros textos del autor, no solo teatrales, al igual que evidentes alusiones metaliterarias a algunas de sus obras, como La zapatera prodigiosa, que Conejero ha sabido intercalar en un discurso escénico pleno de significado(s).

Lluís Pascual ha sido el encargado de poner en pie este montaje, donde el gris oscuro de la caja escénica es apenas salpicado por las leves nota de color de algunos de los personajes poéticos del universo lorquiano (entrañable ese leñador-luna personificado en Luis Perezagua) y los no menos poéticos silfos y hadas de El sueño de una noche de verano. Sobre un escenario casi vacío, dominado por un buen número de prácticas sillas plegables, un piano situado a un lado de este será el encargado de aportar, de la mano de un Miguel Huertas, acompañado a la percusión por Iván Mellén (excelentes en su cometido) la ambientación musical a una escena compartida nada menos que por dieciséis actores (además de los citados músicos). Sobresaliente actuación de todos ellos, cuyos nombres queremos fijar en esta reseña: Dafnis Balduz, Ester Bellver, María Isasi, Raúl Jiménez, Daniel Jumillas, Jaume Madaula, Juan Matute, Antonio Medina, Chema de Miguel, Koldo Olabarri, Sergio Otegui, Juan Paños, Luis Perezagua, César Sánchez, Nacho Sánchez, Emma Vilarasau. Permítasenos distinguir en cualquier caso, con un singular elogio, el trabajo de Nacho Sánchez en su papel de Autor, así como de una Emma Vilarasau que nos cautivó en su intenso y magnífico papel de actriz trágica (podríamos habernos dejado llevar por la imaginación y pensar que estábamos viendo a Margarita Xirgu representando a Lorca) y un veterano Antonio Medina, que ostenta en cada palabra y cada gesto la maestría de los grandes actores del pasado siglo (magnífico en todo momento, y especialmente en esa perfecta charla que sostiene por teléfono). Un elenco, en definitiva, de primera; completado por un equipo artístico al mismo nivel, con Alejandro Andújar como responsable de la escenografía y el vestuario, Pascual Merat en la iluminación, Dani Espasa a cargo de la dirección musical y Roc Mateu del espacio sonoro, o Bruno Praena en la videoescena, entre otros. 

Un magnífico trabajo escénico, digno del primer y más antiguo teatro de Madrid, donde El sueño de la vida seguirá representándose hasta el próximo 24 de febrero. Imprescindible ver esta obra.

José Luis G. Subías

Fotos: Sergio Parra
   

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