El universo dramático de David Mamet regresa al Teatro Bellas Artes con "La culpa"


Si algo no se le puede negar al teatro de David Mamet es su inconfundible sello personal. El dramaturgo estadounidense ha creado un estilo propio, reconocible en cada una de las nuevas entregas de su obra que se estrenan en España. Mamet es hoy, sin duda, el principal referente en nuestro país de una dramaturgia norteamericana que ha recuperado en este el tono de los grandes autores teatrales de su país en el pasado siglo (O'Neill, Willams, Miller, Albee), en ese realismo psicológico y el criticismo escéptico de una obra -sin descuidar por ello el componente emocional- dirigida esencialmente al intelecto.

Tras presentar en la pasada temporada teatral dos de sus últimos textos (Oleanna y Muñeca de porcelana), de los que en su momento dimos cuenta en La última bambalina, el Teatro Bellas Artes, bajo la dirección de Jesús Cimarro, vuelve a apostar por un nuevo texto del autor: La culpa; título correspondiente a la versión castellanizada de The penitent (2017), escrita por Bernabé Rico, autor asimismo de la versión de China Doll (Muñeca de porcelana) presentada el pasado año en la misma sala madrileña. En esta ocasión, Mamet nos presenta a un psiquiatra (Pepón Nieto) que se ve envuelto en un sucio asunto relacionado con uno de sus pacientes; un psicópata asesino que acaba de cometer una masacre y sobre el que se niega declarar en el juicio amparándose en un código deontológico que impide revelar datos confidenciales de sus pacientes. La homosexualidad del asesino es utilizada por los medios de comunicación para desviar el foco de culpabilidad desde este hacia el psiquiatra, a quien se acusa de homófobo por su negativa a ofrecer en el juicio una declaración que serviría para minimizar la culpa de aquel, que habría cometido su crimen en un estado de enajenación mental.

Charles, el psiquiatra, se convertirá en la víctima de una nueva caza de brujas propiciadas por colectivos hasta no hace mucho marginados socialmente, jaleados y dirigidos desde unos medios de comunicación que alientan la polémica y el populismo para enriquecerse a costa de una sociedad que encuentra en la existencia de víctimas y verdugos una fácil explicación a la complejidad de las relaciones humanas. Y en su hundimiento arrastrará asimismo a su esposa, Kate (Ana Fernández) cuyos valores morales no son tan inocentes y limpios como para incluirla en el paquete de las víctimas (aparte de tener una más que posible relación amorosa con Richard, el abogado amigo de su marido, no apoya en ningún momento a este, a quien, desde su propio interés personal, acusa de egoísta y abandona a un calvario y declive que debe sufrir solo), y dejará al descubierto la cuestionable honestidad de su amigo el abogado, cuyas palabras y comportamiento ponen en entredicho la propia fiabilidad moral del sistema judicial. Todo cuanto rodea a Charles, pero también este, la supuesta víctima, que no hizo nada ante la confesión del asesino, quien le ofreció su arma antes de cometer la masacre buscando quizá que le impidiera hacerlo, es cuestionado por el autor, que ofrece siempre en sus textos un saludable chorro de frescor intelectual (y humano) frente al dogmatismo y el maniqueísmo de una sociedad que ha invertido el (des)equilibrio de poderes imperante en el pasado para ofrecer a cambio uno nuevo, tan injusto como el anterior. No hay víctimas ni culpables en el universo de Mamet, pues, desde su escepticismo vital todos somos en alguna medida ambas cosas.

Si el sello de David Mamet está presente en este montaje, también lo está el de su director, Juan Carlos Rubio, quien ya asumiera la responsabilidad de poner en pie Muñeca de porcelana en la versión escrita asimismo por Bernabé Rico; acompañado entonces, como ahora, por el escenógrafo Curt Allen Wilmer, cuyos espacios escénicos, caracterizados por el buen gusto (inquietante y cálida imagen, cargada de intención, la de un escenario lleno de libros enmarcando la historia), nunca nos han dejado indiferentes. Mención aparte merecen los cuatro actores que conforman el reparto, encabezado por un Pepón Nieto presente en todo momento en escena. A este acompañan unos espléndidos Ana Fernández, Magüi Mira (la abogada defensora del criminal, en una intervención, si breve, no menos destacable que la de sus compañeros) y Miguel Hermoso, que, junto con Nieto, realizan un magnífico y difícil trabajo interpretativo de un texto donde la compleja psicología de los personajes brota exclusivamente de la palabra, adornada por los sutiles matices de las miradas y los silencios.

Excelente montaje, en fin, de un teatro complejo y difícil, que requiere del espectador la máxima atención y capacidad reflexiva (a este teatro se viene a pensar), y que podrá seguir disfrutándose en el Teatro Bellas Artes hasta el próximo 24 de marzo.

José Luis G. Subías

Fotos: Sergio Parra

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