"El hombre de mundo" posa la miel en los labios tras su fugaz visita al Teatro de la Comedia


Ayer, día 25 de febrero, el Teatro de la Comedia se vistió con sus mejores galas para acoger en su escenario nada menos que a la reina Isabel II, a la que acompañaron en sus veleidades dramáticas distinguidas personalidades de la alta sociedad madrileña y afamados representantes de nuestras letras, como Patricio de la Escosura y el académico Ventura de la Vega, autor asimismo de la nueva pieza, El hombre de mundo, cuya lectura dramatizada se mostró ante un selecto grupo de familiares, amigos y amantes de la literatura dramática decimonónica.

Así nos habríamos expresado, quizá, de hallarnos en 1845 y de haber asistido al espectáculo que aparentemente se ofreció ante nuestros ojos. Pero aquello no era más que teatro, puro teatro, ingenioso, divertido y elegante teatro... dentro del teatro. Inspirándose en la representación real que tuvo lugar en casa de la condesa de Montijo antes del estreno público de la obra, Mariano de Paco Serrano, adaptador del texto y director del montaje, planteó este como un ensayo realizado en un teatro casero o de palacio en el que un grupo de personajes "reales", entre los que se encuentra el autor de la obra, Ventura de la Vega, preparan la representación de su comedia El hombre de mundo. Este juego metateatral facilitó asistir a la lectura dramatizada del célebre texto con que irrumpe en la escena española la llamada "alta comedia", sin que la presencia de los apuntes escritos que los actores leen y sujetan en sus manos rompan la ilusión escénica. Un magnífico planteamiento de dirección que permitió asimismo a los actores sentirse más cómodos en sus respectivos papeles y desarrollar un doble juego distanciador que mitigaba la necesidad de "interpretar" unos personajes de imposible consistencia, debido a su muy limitada preparación, y jugar con más libertad a leer el texto que tenían delante, tratando de extraer de él la mayor intencionalidad posible.   

El hombre de mundo, comedia en cuatro actos estrenada en el Teatro del Príncipe, el 2 de octubre de 1845, recoge el estro cómico del mundo moratiniano heredado por Bretón de los Herreros, alimentados ambos en una comedia áurea barnizada por la contención neoclásica y la elegancia de la comedia francesa, para ofrecer una nueva línea teatral que, arraigada en una larga tradición escénica, abrió un mundo de posibilidades a la comedia realista de ambientes y gustos burgueses, que mantuvo su continuidad, con las mínimas variantes necesarias, durante más de cien años. El planteamiento de la pieza conecta con la figura del donjuán (Don Juan Tenorio se estrenó en marzo de 1844), desde un posicionamiento absolutamente alejado de la intencionalidad, la ambientación y el sentido dados por Zorrilla a su personaje, para presentarnos a don Luis (Daniel Alonso Piñero), un donjuán domesticado por el matrimonio (el amor doméstico y familiar) en el que un aprovechado amigo de este, de nombre don Juan (José Manuel Seda), que no ha perdido su condición de seductor empedernido, despertará en aquel la sombra de la duda y la sospecha con la finalidad de seducir a su bella esposa, doña Clara (Soraya Padrao); y si es menester, a su hermana doña Emilia (Nazareth Troya), que a su vez está enamorada del apocado Antoñito (Guillermo Calero). La confusión y el enredo de la obra, en los que participarán involuntariamente Benita (Julia Aguirre) y Ramón (David Zarzo), se fundamentará en la desconfianza recíproca tanto de Luis, maleado por un pasado que ha dejado huella en él (piensa el ladrón que todos son de su condición), y Clara, que, aun afirmando preferir un hombre experimentado como compañero de vida, llegado el momento, no tarda en dudar de su fidelidad (quien tuvo, retuvo).

Excelente entrega la de los siete actores que formaron el reparto, que realizaron un magnífico trabajo y fueron capaces de hacernos olvidar en muchos momentos los cuadernos que llevaban en las manos. Daniel Alonso Piñero se sintió cómodo en su papel de Ventura de la Vega y recreando con naturalidad a un don Luis al que en 1845 dio vida nada menos que Julián Romea (ahí es nada); Nazareth Troya y Soraya Padrao desbordaron elegancia y credibilidad en los suyos; como creíbles y divertidos se mostraron David Zarzo y Julia Aguirre en todo momento. Guillermo Calero nos hizo recordar una vieja escuela de actores cómicos del siglo pasado cuya singularidad los hacía inconfundibles; y el empaque y prodigiosa voz de José Manuel Seda, aun leyendo su papel, se impuso en cada una de sus intervenciones. Quisiéramos añadir un último elogio para la ambientación musical creada por Mariano Marín, cuyo piano acompasó el ritmo de numerosos momentos de la acción y nos hizo recordar en ocasiones el acompañamiento pianístico de las viejas proyecciones del cine mudo (otro acierto en la dirección de Mariano de Paco).

La dramatización de esta comedia de Ventura de la Vega cumplió con creces su finalidad y no solo sirvió para recordar y rendir un pequeño homenaje a una obra que no se subía a un escenario desde 1955, sino para mostrar los valores escénicos y literarios de un texto sumamente divertido, con chispa e intención, construido con versos de tal naturalidad que parecieran anunciar el futuro camino de la prosa en la escena. El público salió tan satisfecho que algunos nos preguntamos cómo es posible que una obra de estas características no sea llevada al escenario como realmente le corresponde a un texto teatral. Reducir su presencia sobre las tablas a una única función, leída, sin un verdadero montaje que la haga brillar como puede y merece, no deja de ser minimizar su valor y arrinconarla en el baúl de los recuerdos inservibles. Quien les habla no desespera y confía en que, quizá, algún día El hombre de mundo vuelva a convertirse en la obra de teatro que nunca dejó de ser.

José Luis G. Subías

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