El ingenio con ingenio se ayuda o Moreto resucitado en el Teatro de la Comedia


Divertidísimo, atrevido, original, innovador, genuinamente extrovertido y rayano en la genialidad se nos antoja el nuevo montaje presentado en el Teatro de la Comedia de Madrid, por la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico, de un texto muy familiar para los aficionados y conocedores del teatro clásico: nada menos que El desdén con el desdén, de Agustín Moreto, una de las mejores comedias de la dramaturgia áurea española, que no había vuelto a ser llevada a escena en la sede de la CNTC desde la ya lejana versión de Francisco Nieva dirigida por Gerardo Malla en 1991. El reto adoptado por Iñaki Rikarte, director de esta, a buen seguro, inolvidable versión que lleva la firma de Carolina África (nos descubrimos ante su excelente adaptación), no podía haber alcanzado un resultado más satisfactorio. Un torbellino de afinada y, en todo momento, medida y calculada frescura se adueña del escenario desde el mismo instante en que se inicia la acción, trasladada por el director nada menos que a unos dorados años sesenta, reconocibles tanto en el vestuario como en la "banda sonora" de una comedia que es puro desenfado, ingenio (repartido a partes iguales entre Moreto y los encargados de dar vida a este engendro de la fantasía) y frescura.

Cuando asistimos a la representación de una joya de nuestra literatura dramática, solo pedimos que el espectáculo que se nos ofrece no desluzca y desmejore la belleza del original. Si la lectura de un texto presta a nuestra imaginación más altos vuelos que su puesta en escena, y las palabras selladas en el papel son capaces de divertirnos más que la conversación viva del escenario, no cabe duda de que nos hallamos ante un montaje fallido; pero cuando las palabras escritas siglos atrás cobran vida y surgen de los actores con la naturalidad de una verdad incuestionable y necesaria, hasta el punto de hacernos olvidar su origen literario y llevarnos hacia la realidad de una nueva ficción autónoma y poderosa, valiosa por sí misma, entonces algo maravilloso sucede sobre el escenario y se extiende al patio de butacas: la creación artística del presente se ha impuesto sobre la belleza literaria del pasado, ofreciéndonos un producto nuevo que, sin dejar de ser aquel del que nace, es otra cosa, capaz incluso de hacernos olvidar su origen. Adaptar un clásico a la escena contemporánea no es solo vestirlo con ropas nuevas, sino "rehacerlo" desde una lectura actual, descifrar, aclarar y extraer su potencialidad escénica para trasladarla al público de nuestro tiempo, cuyo ritmo como espectador (y vital) y códigos significativos son muy distintos a los existentes cuatrocientos años atrás. Esta modernización es un ejercicio plagado de dificultades, no siempre superables; sin embargo, Iñaki Rikarte ofrece en este montaje de El desdén con el desdén toda una lección de cómo extraer de una comedia antigua todos sus valores y convertirla en una comedia actual, puro entretenimiento, con guiños reconocibles y claros, empleando para ello la intuición de un auténtico comediógrafo de raza.

Siguiendo la máxima de que, en una comedia clásica, "el público se divierte cuando entiende", esta versión de El desdén, que habría hecho sonreír hasta al propio Moreto, no deja en el público caras circunspectas de doctos amantes de los conceptismos versificados, sino bocas abiertas, ojos brillantes y algunas lágrimas nacidas de unas carcajadas espontáneas y sinceras, que surgen de manera natural desde los primeros instantes de la acción, a la que el director no deja de incorporar sugerencias e intenciones que dan un permanente sentido a cada una de las palabras de los personajes. El tantas veces repetido asunto, en la historia del teatro, de una dama que rechaza el matrimonio y entregar su libertad a un hombre a cambio de un amor en el que no cree, es vencido en esta ocasión por un arma de poderosos efectos: el desdén. Así, Diana (Irene Serrano) acabará sucumbiendo a la estrategia utilizada por Carlos (Nicolás Illoro), animado y ayudado por su fiel criado Polilla (Mariano Estudillo), superando en la empresa a sus dos honestos rivales, el conde de Fox (Pau Quero) y el príncipe de Bearne (José Luis Verguizas), caballeros ambos tan principales como el propio Carlos, conde de Urgel, y el conde de Barcelona (Paco Rojas), padre de Diana, que trata de casar a su hija para tener un heredero de su título. Ni que decir tiene que el enredo acabará felizmente, con las inevitables bodas y emparejamientos de todos los personajes que han intervenido en la acción, en una escena final llevada paródicamente al exceso por el director. Junto con los ya citados, completan este excelente reparto de diez actores Antea Rodríguez (Cintia), Alba Recondo (Laura), Aisa Pérez (Fenisa) y Juan de Vera (periodista, presentador, Cupido). Respira uno tranquilo ante esta formidable cantera de grandes actores y actrices con toda una carrera por delante. Poseedores de ese difícil don del histrionismo natural o de la naturalidad histriónica, la excelente interpretación de todos ellos se centra y alcanza cotas de verdadera explosión cómica en la formidable pareja formada por Irene Serrano y Nicolás Illoro, que hicieron disfrutar al respetable y especialmente a quien les habla, que hacía tiempo no se reía tanto en el teatro.

Excelente el vestuario creado por Ikerne Giménez para recrear esa época de American Graffiti (magníficamente revivida en la ambientación musical creada por Luis Miguel Cobo) desde el glamur de unas clases altas dibujadas con trazos de cómic y caricatura, que encuentran su marco ideal en la escenografía práctica, elegante e ingeniosa de una inconfundible Mónica Boromello, potenciada por la acertada iluminación de Felipe Ramos.

Un trabajo, en fin, más que sobresaliente (de las mejores adaptaciones de un clásico que hemos visto en mucho tiempo), que recomendamos encarecidamente y podrá seguir disfrutándose en el Teatro de la Comedia hasta el próximo 7 de abril. No se lo pierdan.

José Luis G. Subías

Fotos y banner: CNTC

 

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