El método Paso o La enseñanza tragicómica de que (quizá) la vida nunca fue en serio


"Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde", afirmaba Gil de Biedma en uno de sus más conocidos poemas, donde recordaba con nostalgia y acentuado desengaño "el único argumento de la obra", esto es, el inexorable paso del tiempo y la muerte. No se halla exento de esta desengañada certeza existencial el fondo sobre el que se construye el universo dramático de Ramón Paso (Madrid, 1976); pero el desengaño de este dramaturgo curtido en las distancias cortas, acostumbrado a diseccionar la realidad ahondando en los entresijos psicológicos, pasionales y caprichosos de las relaciones humanas, no se detiene en la naturaleza contemplativa de quien observa la vida desde una impotente e iluminada resignación, sino que, asumiendo las limitaciones del ser, trasciende estos retazos de realidad cotidiana, profundamente urbana y juvenil (de la que nace su obra), a través del humor y de un cinismo escéptico y a la vez sentimental, en un acto de comprensión, pleno de empatía hacia lo ajeno y aceptación de lo propio, que el autor ha convertido en expresión literaria y escénica. 

Ya hemos dado cuenta en otras ocasiones, en este pequeño rincón teatral, del trabajo realizado por Ramón Paso y la compañía PasoAzorín, que dirige, y de ese componente tragicómico arraigado en una larga tradición teatral española que Paso, haciendo honor a su apellido, ha sabido recoger y adaptar a la nueva realidad social (y escénica) de nuestro tiempo. Ese costumbrismo urbano, en ocasiones asainetado y a veces grotesco, que coquetea con la jerga juvenil más desinhibida y descarada, mientras nos presenta una realidad coloquialmente cotidiana en la que asoman personajes de carne y hueso, perfectamente reconocibles por un público que puede llegar a sentirse uno más entre ellos, es lo que encontramos en Las leyes de la relatividad aplicadas a las relaciones sexuales, una de las mejores piezas que hemos visto del autor, por la que recientemente ha sido nombrado finalista del XIII Premio Valle-Inclán, que ayer noche se reestrenó en la sala Lola Membrives del Teatro Lara.

Tras este sugerente título cargado de intencionalidad, tan provocador como muchos otros de su producción (La ramera de Babilonia, Perversión Medea, Papá es Peter Pan y lo tengo que matarBesarte, mimarte, follarte), Ramón Paso nos presenta una serie de historias paralelas e interconectadas (técnica habitual en el autor), en torno a siete personajes, mayoritariamente femeninos, a través de las cuales se nos muestra una historia de historias en la que el sexo convive con la muerte en un desorden caótico que parece mecido por una mano sospechosa y muy poco divina. La acumulación de disparatadas situaciones, percibidas como "normales" en el mundo casi televisivo donde se mueven unos personajes que resultan tan enternecedoramente patéticos como creíbles, da pie a una comicidad que alcanza con facilidad a un público que reconoce enseguida el juego distanciado, desinhibido, y liberador a un tiempo, del que se le hace partícipe. 

El humor se alza como protagonista indiscutible de un texto magníficamente interpretado por los siete actores de un reparto que, como señalábamos, tiene cuerpo, rostro y voz de mujer. La figura masculina solo está representada por Pablo (Jordi Millán), un joven impotente, anulado por una insatisfecha novia, Elena (Alejandra Lifante), tan lujuriosa como ese padre (invisible en escena, pero siempre presente) muerto en pleno acto sexual en brazos de una de sus amantes. Si la comicidad y la ironía asoman en cada una de las microescenas que componen este rítmico retablo lleno de movimiento, construido con un minimalismo escenográfico característico asimismo del teatro de Ramón Paso (increíbles las posibilidades escénicas de dos sillas -una roja y otra blanca- y un crucifijo al fondo del escenario, que se ilumina llegado el momento), esta comicidad adquiere nombre propio en la magnífica interpretación de Ángela Peirat, que encarna una deliciosa Natalia plena de recursos histriónicos, nunca forzados, y una Ana Azorín que rompe todos los moldes interpretando a Lucía, esa encantadora, lamentable, dulce, inteligente y... patética representante de pompas fúnebres, que hace creer a sus padres que ejerce su profesión de abogada y trata de llenar su soledad y frustración abrazando a todo el mundo, mientras se canta el "cumpleaños feliz" a sí misma. Su personaje nos hizo recordar a las grandes actrices cómicas del teatro español de un pasado que aún recordamos. Excelente personaje el recreado asimismo por Ainhoa Quintana en esa joven psicóloga (Fanny) entregada al deporte, a las palomitas y la televisión, que atiende como paciente a una desquiciada Gema (le corresponde a Inés Kerzan dar vida a este personaje, el menos propicio para el humor de cuantos completan la historia y el de más duras aristas) cuyo comportamiento está relacionado asimismo con la muerte de su padre y una traumática relación con este que nunca llegó a superar; de ahí su rebeldía y un odio contra todo, visible en su lenguaje y sus maneras. Completan el reparto los ya citados Jordi Millán, que encarna a un enternecedor Pablo que expresa como pocos el rostro de la tragicomedia, y Alejandra Lifante, llena de fuerza y convicción; junto con Berta Álvaro, quien da vida a Carmela, la amante "oficial" del muerto, que protagoniza también algunos de los muchos momentos cómicos de la obra.

Las leyes de la relatividad aplicadas a las relaciones sexuales es una comedia, en definitiva, representativa del teatro más característico de Ramón Paso, director asimismo de este montaje que podrá seguir disfrutándose hasta el próximo 30 de mayo (en escogidas funciones) en la sala Lola Membrives del Teatro Lara. La diversión, como poco, está garantizada.

José Luis G. Subías

Fotos: Lucía Lera

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