"Tirant", un vanguardista montaje para un caballero sin espuelas


Adaptar a la escena una novela de caballerías, y más la que Cervantes consideró, por su estilo, "el mejor libro del mundo", esto es, Tirant lo Blanc, supone tarea de tan alta dificultad y responsabilidad que merece el mayor de los respetos. Vaya, pues, por delante este elogio para la Compañía Nacional de Teatro Clásico y el Institut Valencià de Cultura, impulsores del montaje que estos días se representa en la Sala Tirso de Molina del Teatro de la Comedia, y muy especialmente para su responsable directa, la directora Eva Zapico.

Abandónese cualquier prejuicio estereotipado para asistir a un espectáculo cuya estética sorprende aun antes de que comience la acción y nos avisa de que cuanto vamos a ver se aleja de cualquier imagen preconcebida que pudiéramos tener del mundo caballeresco. Porque la estampa viva con que se presenta el preámbulo de la historia, con la imagen de Tirant yaciente frente a una doliente princesa Carmesina y un grupo de figuras masculinas y femeninas, con el torso desnudo, que semejan peones de un tablero de damas o ajedrez, nos traslada a un universo plástico de corte, decididamente, vanguardista; visible tanto en el planteamiento escenográfico como en el vestuario, el maquillaje, la iluminación o la ambientación sonora y musical, que, desde el primer momento, asume un destacado protagonismo en la figura y el espectacular trabajo de un beatbox (Kike Gasu) capaz de crear con su técnica vocal y un pequeño sintetizador toda una auténtica banda sonora.

Zapico arriesga, experimenta y propone, partiendo siempre de un texto (adaptado con acierto por Paula Llorens) que se adivina y no llega a perderse del todo en una historia que la directora valenciana ha reconducido por unos caminos que le ha interesado potenciar, en su mayoría presentes en la obra de Joanot Martorell. Esta versión dramatizada de Tirant hace visibles las frecuentes insinuaciones eróticas presentes en una obra medieval que asoma ya al incipiente humanismo renacentista, en la que abundan asimismo unas situaciones cómicas muy presentes en el montaje, que en frecuentes momentos coquetea descaradamente con la comedia de enredo. Mucho de la picardía erótico-pornográfica del Libro de buen amor, de los cuentos de Boccaccio y el mundo de Celestina adivinamos en esta historia donde el amor cortesano se ha vuelto palafrenero y las gestas militares (magníficamente representadas en unas imaginería corpórea de enorme fuerza, puro simbolismo) alternan con la galantería tragicómica del mundo palaciego de Gil Vicente y su Tragicomedia de don Duardos, que en algún momento nos vino a la memoria.

Las hazañas de Tirant (Raúl Ferrando), llamado por el emperador de Bizancio (Sergio Ibáñez) para combatir en su nombre a los turcos, caminan de forma paralela a sus ocultos (solo para el emperador) amores con la princesa Carmesina (Lucía Poveda), favorecidos por sus doncellas Plaerdemavida (Raquel Piera) y Estefanía (Mar Mandli), quien, como en las futuras comedias áureas, mantendrá una relación "amorosa" con Diafebus (Antonio Lafuente), uno de los más leales amigos y servidores de Tirant. La traición de la viuda Reposada (Maribel Bayona), nodriza de Carmesina, ansiosa por alcanzar los favores de Tirant, separará a los dos enamorados por un tiempo; pero, una vez descubierta esta, cuando los dos jóvenes van a reunirse definitivamente para casarse, una vez obtenido el beneplácito del emperador, la obra adquiere un giro trágico al sobrevenirle la muerte a Tirant en el camino, a causa de un repentino dolor en un costado. Una muerte tan poco heroica para tan esforzado caballero como la de Calisto al caer desde lo alto de la escala, saliendo de la habitación de Melibea, pero ajustada a quien, a lo largo de la acción, lejos del campo de batalla, ha dado muestra en diferentes ocasiones de una actitud en la que su imagen caballeresca queda bastante rebajada (se esconde bajo unas mantas o alfombras para no ser descubierto en la alcoba de su dama, y sus femeniles quejidos tras romperse una pierna hacen que Diafebus lo confunda con una mujer).

Cuanto acabamos de explicar hubiera dado suficiente juego como para ofrecer un montaje lleno de intenciones, matices, enredos y espectacularidad, sin necesidad de alejarse del espíritu de época y sin alterar los múltiples significados de un texto enormemente rico en posibilidades dramáticas. Sin embargo, Eva Zapico parte de un planteamiento que no compartimos, al ofrecer una relectura forzada en la que, tal y como afirma en el programa de mano, pretende dar a Carmesina "el lugar que le corresponde" (¿a qué lugar se refiere? ¿Al que le corresponde en su opinión y no al que le dio el autor?), debiendo, para ello, torcer y manipular una historia escrita hace más de quinientos años con la finalidad de ofrecer una imagen de la mujer y del hombre más acorde a nuestro tiempo. La premeditada intención de rebajar la "masculinidad hiperbólica" del héroe, a cambio de potenciar "la presencia de una mujer que se intuye guerrera, fuerte y en busca de su libertad individual" propicia la aparición de una ambigüedad forzada en los dos principales personajes de la historia que resta credibilidad e intensidad a esta, a nuestros ojos. Hay algo de hermafroditismo y transexualidad en ese cambio de identidad -innecesario- con que principia la acción, al intercambiarse sus diálogos Tirant y Carmesina, del mismo modo que en ese final donde se presenta a una mujer empoderada (usando un término de moda en nuestros días), asumiendo el rol de la virilidad guerrera y comandando las tropas del fallecido capitán de sus ejércitos, en un final que omite la muerte de la princesa a causa del dolor por la pérdida de su amado y la unión de las almas de ambos, que en la obra de Joanot Martorell impresa en 1490 son llevadas al cielo por unos ángeles, en un happy end remedado por Zorrilla en el Tenorio más de trescientos años después.

Si bien son muchos los aciertos que apreciamos en un montaje al que no falta originalidad, ingenio y talento, debemos confesar, no obstante, que nos costó reconocer a los dos personajes principales del texto de Martorell en esta versión teatralizada; especialmente al caballero Tirant, a quien vimos notablemente rebajado frente a los restantes personajes masculinos de la historia, a nuestros ojos mucho más creíbles. Excelente, en general, el trabajo corporal de todos los actores; en nuestra opinión, lo mejor del espectáculo junto con la estética vanguardista del conjunto, el juego escénico con unos bancos capaces de convertirse en puertas y paredes, la versatilidad de las telas, el uso de un micrófono permanente en escena para incorporar las partes narrativas al discurso y, por supuesto, el empleo de ese beatbox que llega a alcanzar un notable protagonismo, convirtiéndose en un elemento imprescindible de la representación.

Quizá no fuera esta la adaptación que hubiéramos imaginado para el Titant lo Blanc; pero la rememoración de este singular montaje dos días después, pasados los efectos de la sorpresa inmediata, nos ha permitido descubrir y valorar la muchas bellezas que encierra un espectáculo que, dada su singularidad y la importancia del texto dramatizado, merece sin duda ser visto. Este Tirant imaginado por Eva Zapico, adaptado para la escena por Paula Llorens, permanecerá en la sala Tirso de Molina del Teatro de la Comedia, hasta el próximo 31 de marzo.

José Luis G. Subías

Fotos: Marcos Bañó

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