El destino sonríe a la tragedia en el "Nerón" de Eduardo Galán


Una nueva oportunidad hemos tenido estos días para presenciar, por fin, la representación del Nerón escrito por Eduardo Galán, que fue estrenado en la pasada edición del Festival Internacional del Teatro Clásico de Mérida, en julio de 2018. Anoche, tras ser presentado en el Teatro Bellas Artes de Madrid durante cinco días consecutivos, volvía a despedirse del público en una función en la que, esta vez sí, estuvimos allí para dar cuenta de ello en La última bambalina.

Anhelábamos conocer el tratamiento que el dramaturgo madrileño había dado a un personaje sin duda teatral, y apropiado para la tragedia, que había sido llevado ya en alguna otra ocasión a la escena española. A principios de este siglo lo hizo Alfonso Vallejo con su Ébola-Nerón (2001) y, hace cincuenta años, otro dramaturgo madrileño, Alfonso Paso, ofreció en Nerón-Paso (1969), interpretada por él mismo, una de sus más arriesgadas y vanguardistas creaciones escénicas. Conociendo la trayectoria de Eduardo Galán, su concepción de una literatura dramática que lleva cultivando desde hace más de treinta años y su respeto irreverente (irreverencia respetuosa) por una tradición teatral que conoce muy bien y ha sabido defender y perpetuar haciendo gala de un tono entre cínico y cómico, dominante en sus textos, debíamos haber supuesto que este drama de ambientación romana distaría mucho de ser la sobria tragedia que parece anunciar su título. Y, en efecto, así fue; porque este Nerón, sin dejar de seguir fielmente el retrato que la historia (confusa en lo que se refiere a su figura) nos ha legado de este déspota caprichoso, tan sanguinario y cruel como amante de unas artes que él mismo cultivó, al parecer con escasas aptitudes, se acerca al personaje desde un posicionamiento distanciado, que adopta la forma de la comicidad y un tono paródico que convierte a este en ridículo en numerosos momentos.

El hilo argumental de la acción no ofrece sorpresa alguna: las veleidades poéticas del emperador, inseparable de su lira, su promiscuidad sexual tanto con mujeres como con hombres; incluso el incesto con su madre, Agripina, a la que no dudó en mandar asesinar, como hizo asimismo con su hermanastro Británico y hará con su libidinosa esposa Popea; la locura de dejar arder Roma para construir una nueva ciudad renacida sobre sus cenizas; su persecución a los cristianos; el suicidio de Petronio, descubierta su intervención en la conjura que finalmente acabará con Nerón, no sin antes enviarle al enajenado emperador una carta donde le expresa su verdadera opinión sobre sus dotes poéticas; y la muerte de este, obligado a quitarse la vida tras otorgar el senado su favor a Galba y haberse vuelto contra él la Guardia Pretoriana, comandada por Tigelino.

Una historia tan turbulenta como esta puede adaptar tantas formas en escena como autores deseen ofrecer su personal versión literaria y directores estén dispuestos a interpretarla estéticamente. En este caso, los personajes y la trama ideados por Galán cobran vida y forma en las manos de un experto director, Alberto Castrillo-Ferrer, cuyo sentido tradicional de la puesta en escena, al que ya aludimos en estas páginas con motivo del montaje de Cyrano de Bergerac, se adecua perfectamente al planteamiento dramático inherente a la obra de Eduardo Galán. La bella escenografía diseñada por Arturo Martín Burgos, presidida por unos monumentales fragmentos de escultura humana (probablemente alusiva al emperador Nerón y a ese encargo que le hace al legado Marco Vinicio, convertido ahora en escultor), en la que domina el rojo intenso (pasión y muerte) de las telas que adornan el escenario, así como el vestuario de Marie-Laure Bénard, la iluminación de Nicolás Fischtel o la ambientación musical de un David Angulo a quien suponemos creador de las divertidas melodías interpretadas por Nerón en escena (especialmente por el modo en que un inspirado Dani Muriel las ejecuta), que constituyen algunos de los momentos más divertidos de la representación.

Y ya que hemos mencionado a Dani Muriel, es el momento de elogiar su magnífico trabajo como actor. Con una larga y fructífera carrera sobre los escenarios y en televisión, Muriel posee un innegable talento artístico y la capacidad interpretativa de un gran actor, de amplios registros, que pudimos apreciar ayer mismo en ese Nerón capaz de atemorizar con su amenazante gesto y su mirada lunática o de hacer reír con sus trinos líricos y sus afectadas y seductoras maneras. Junto a este, han completado el reparto del montaje siete actores de amplios matices, capaces de conformar un heterogéneo conjunto, bien orquestado, donde la docta veteranía empasta armónicamente con la acentuada juventud: Chiqui Fernández (Agripina), Carlota García (Ligia), Javier Lago (Tigelino), Daniel Migueláñez (San Pablo/Esporo), Diana Palazón (Popea), José Manuel Seda (Marco Vinicio) y Francisco Vidal (Petronio).
     
No podemos finalizar, como es habitual en nuestras reseñas, anunciando las futuras representaciones de un montaje que ayer mismo ofreció su última función. Nos limitaremos a destacar el mensaje que subyace tras esta trágica historia con tintes paródicos, en la que el divertimento camina al unísono con la seriedad del discurso; un mensaje destinado a denunciar la aquiescencia cómplice de quienes, por temor o adulación interesada, permanecen en silencio ante la tiranía y la injusticia. Tema, por otra parte, tan tradicional (es fácil encontrarlo en los dramas de conjuras contra tiranos, habituales en la historia del teatro), sin que este calificativo sirva en absoluto de desdoro alguno, sino todo lo contrario, como el planteamiento mismo de la obra escrita por Eduardo Galán y la puesta en escena de Alberto Castrillo-Ferrer.

José Luis G. Subías

    

Comentarios

  1. Lo que más me gustó de la obra fué precisamente que por la forma de planteársela lo que tenía que ser un drama, se parece más a una comedia. Entiendo que a los puristas no les convenza pero yo me apunto al respeto irreverente. De lo tradiccional ya tenemos muchas cosas. Sencillamente me divertí mucho.

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    1. Yo también aprecio mucho el tono distanciado y cómico que suele dar a sus textos Eduardo Galán, quien en esta ocasión contó además con la complicidad de un director que se ajusta a su estilo como un guante y un Dani Muriel que bordó su papel.

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