La dramaturgia romántica se acerca al Teatro de la Comedia de la mano de Teatro Corsario y su "Traidor"


Ganas teníamos de ver en la sede de nuestra Compañía Nacional de Teatro Clásico uno de nuestros clásicos dramáticos decimonónicos. Digo mal; no solo en la sede de la CNTC, sino en cualquier otro espacio de la dilatada red de teatros públicos y privados que existen en España. Pero si este acontecimiento se produce en el Teatro de la Comedia (vuelvo a decir mal; en la Sala Tirso de Molina del edificio que ocupa dicho teatro), aunque solo sea durante los cuatro días dedicados, junto con esta pieza, a los varios "Clásicos en compañía" programados para este mes de abril, no podemos menos que felicitarnos. Desde el polémico estreno del Don Juan Tenorio dirigido por Blanca Portillo hace ya más de cuatro años (el único drama romántico español llevado a la escena por la Compañía Nacional de Teatro Clásico, bien que en varias ocasiones), el nombre de José Zorrilla no había vuelto a aparecer en ninguna programación de la CNTC (si exceptuamos su incorporación al espectáculo dramático La voz de nuestros clásicos). Este largo silencio ha sido roto con el estreno de uno de los dramas más conocidos e importantes del dramaturgo vallisoletano, aquel por el que Zorrilla sintió siempre mayor aprecio y del que se mostró más orgulloso: Traidor, inconfeso y mártir.

Con el título abreviado de Traidor, el drama presentando estos días en Madrid por la compañía Teatro Corsario fue estrenado el 7 de octubre de 2017 en el Teatro Calderón de Valladolid; y tras su exitoso paso, en 2018, por los festivales de teatro clásico de Cáceres y Olmedo, ha podido verse en la citada Sala Tirso de Molina del Teatro de la Comedia, del pasado 11 al 14 de abril.

Jesús Peña es el adaptador del texto y director de este montaje, caracterizado estéticamente por una sobriedad escenográfica (obra del mismo Peña) que hace recaer la atención sobre los actores y su palabra. Esta misma sobriedad se percibe en el empleo de un mínimo atrezo, apenas consistente en unas humildes sillas y una mesa de madera, en la primera parte de la acción (situada en una posada de Valladolid), y otras tales, en el último acto, de más vistoso aspecto, que nos sitúan en la sala de juicio de la cárcel de Madrigal, en Medina del Campo.

Este drama en tres actos y en verso, de 1849, nos traslada a finales del siglo XVI, en tiempos del rey Felipe II, monarca entonces también de Portugal, para recrear una ficticia y truculenta historia, de fuerte gusto romántico, construida a partir de la leyenda de Gabriel Espinosa, pastelero de Madrigal, quien, acusado de hacerse pasar por el fallecido rey Sebastián de Portugal y encabezar la rebelión contra el monarca español, fue sentenciado a morir por este. El conflicto político del texto y el permanente misterio que rodea a Espinosa, cuyas formas y altivez son más propias de un rey que de un pechero, avanzan de forma paralela a la contenida relación amorosa entre Gabriel y su ahijada, Aurora, cuya pasión entre ambos, sin llegar a ser incestuosa, resulta poco ortodoxa en aquel tiempo (incluso en esa época romántica en la que el director ambienta la obra, manifestada en el vestuario, en una elección bastante acertada en nuestra opinión que, a pesar de su anacronismo, no estorba al desarrollo del conflicto y aporta, en cambio, una estética y un tono al conjunto que nos resultan muy apropiados). Pero la acción se complica aún más al intervenir en esta el amor que siente por Aurora el capitán don César de Santillana (correspondido por un amor filial que solo más tarde comprenderemos), hijo de don Rodrigo de Santillana, el alcalde de casa y corte que persigue a Gabriel y lo conducirá finalmente al cadalso. Una anagnórisis fatídica, propia de la dramaturgia que este texto representa, añadirá un punto aún mayor de dramatismo a una historia construida como una truculenta trama policiaca que mantienen en todo momento el interés por cuanto sucede en escena y la resolución de los conflictos planteados.

Muy acertada nos pareció la ambientación musical de Juan Carlos Martín, que acompañó el decurso de la acción realzando las partes que así lo requerían, al igual que la iluminación, a cargo de Luis Perdiguero. Como señalábamos, toda la puesta en escena planteada por Jesús Peña tiende a enfatizar el valor de la historia misma y los sonoros versos de Zorrilla, centrando el interés escénico en la interpretación de los seis actores que componen el reparto: Carlos Pinedo (Gabriel), Luis Miguel García (Rodrigo), Blanca Izquierdo (Aurora), Víctor Cerezo (César), Teresa Lázaro (Burgoa) y Borja Semprún (Marqués). Permítasenos destacar especialmente el tándem formado por los dos protagonistas del drama, que encarnaron con absoluta propiedad al héroe y la heroína arquetípicos del drama romántico: la digna contención del personaje creado por Carlos Pinedo, que hizo un Gabriel Espinosa creíble y lleno de fuerza; y la dulzura de una Aurora interpretada por Blanca Izquierdo que, en una última escena de elevada intensidad dramática, vertió en sus palabras y su gesto el desgarro pasional, el profundo dolor y el tormento de quien contempla impotente la muerte de su amado.

Aplaudimos la iniciativa de Teatro Corsario al defender sobre las tablas el valor de la dramaturgia romántica, y animamos (también, y especialmente, a la Compañía Nacional de Teatro Clásico) a ahondar por esta senda tan poco hollada en la escena contemporánea. Digno homenaje de una compañía vallisoletana y de las instituciones que impulsaron tal proyecto a la figura y la obra de un autor que no solo ha dignificado con su legado la ciudad que lo vio nacer sino a la historia misma del teatro español.

José Luis G. Subías

Fotos: Gerardo Sanz Fotógrafos

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