La compañía de Paloma Mejía devuelve al escenario a "Don Mendo", en el Teatro Victoria de Madrid


Anoche acudimos al Teatro Victoria para disfrutar, una vez más, sobre el escenario de La venganza de don Mendo (1918), esa divertida comedia de Pedro Muñoz Seca (1879-1936) que forma parte del pasado de cualquier aficionado al teatro -con una cierta edad- de este país y que la Compañía de Paloma Mejía ha sabido ofrecernos en un formato y una puesta en escena muy atractivos.

Más de cien años lleva la obra cumbre de este prolífico dramaturgo gaditano -llegó a escribir más de 300 piezas- divirtiendo a las sucesivas generaciones de españoles que se han acercado a verla, atraídos por un título que ganó hace tiempo su fama y una merecida categoría de clásico de nuestra escena. Porque Muñoz Seca, el artífice de este gran texto que parodia -desde el profundo conocimiento de un tipo de teatro al que, de algún modo, también honra- la tradición escénica del drama romántico, no por trasnochado menos conocido y recordado a comienzos del pasado siglo, supo verter en él, desde la genialidad de quien conocía su oficio como pocos, los ingredientes de que están hechas las obras maestras.

Creador de una fórmula cómica -el astracán- que, en las primeras décadas del siglo XX, elevó el teatro de humor a sus cotas más altas hasta ese momento -con permiso de Arniches y otros autores de su época-, su legado influyó en la obra de los comediógrafos de la generación del 27 por esa inclinación a una comicidad ligada al absurdo, engendrada en la vanguardia española, de algún modo también presente en esta disparatada "caricatura de tragedia en cuatro jornadas, original, escrita en verso, con algún ripio", como la denominó su autor.

La historia de don Mendo nace de la traición cometida con este por su amada Magdalena, hija del conde don Nuño Manso, quien ha orquestado su matrimonio con don Pero de Toro, privado del rey Alfonso VII. Sorprendidos en uno de sus encuentros amorosos, el caballero salvará el honor de la dama fingiéndose un ladrón que ha entrado para robar, y esta no solo secundará la mentira, sino que no dudará en condenarlo a una cruel muerte para ocultar su relación y poder casarse con el noble elegido por su padre, a quien no tardará en engañar con otros amantes, entre ellos el propio rey. Con la ayuda de su amigo el marqués de Moncada, don Mendo logrará escapar y trazará desde ese momento una venganza que lo llevará a adoptar, pasado el tiempo, la identidad de un seductor trovador que enamora a cuantas mujeres se acercan a él; entre ellas, la propia reina doña Berenguela. Amor, celos, engaños, citas secretas, muertes... todas las situaciones a que puede dar lugar este planteamiento, multiplicadas, amontonadas y exageradamente caricaturizadas se dan cita en esta hilarante comedia donde lo ingenioso de las situaciones se ve desbordado por el ingenio de una palabra en la que reside el principal valor de la pieza. Una joya del ripio y de la destreza verbal es lo que encontramos en uno de los textos más divertidos -y, con justa razón, más representados- de nuestra historia teatral, suficiente para otorgar un puesto de honor a su creador en el parnaso de nuestras letras.

Pero una obra de estas características, que juega permanentemente con la caricatura, la parodia y las insinuaciones chistosas hacia un público que debe entregarse con complicidad a este registro, requiere de una controlada y medida puesta en escena, del mismo modo que una contenida interpretación, para que sus grandes valores brillen de manera natural, sin caer en lo ridículo y la bufonada. Hay que encontrar el justo equilibrio entre la necesaria exageración y la contención, y eso es algo que Paloma Mejía, directora de este excelente montaje, consigue; al igual que el extenso reparto que da vida a los numerosos personajes que intervienen en escena. Encomiable resulta la tarea de montar este tipo de obras, con tan elevado número de actores -algo habitual en el repertorio de esta compañía, donde encontramos ambiciosos textos como Los miserables, El conde de Montecristo o Cyrano de Bergerac-, especialmente para compañías que no disponen de los recursos de las grandes producciones. Aun así, con un vestuario muy digno y adecuado, que responde al sentido tradicional de la pieza y le aporta el necesario aire de cómic o dibujo animado -de irrealidad, en definitiva-, y una escenografía inexistente, reducida a algunos ocurrentes accesorios, como la magnífica celda que desciende de lo alto para sugerir el cautiverio de don Mendo, así como la incorporación de unos acertados y medidos números musicales y de baile, Mejía consigue crear una puesta en escena muy inteligente, llena de ritmo, en la que reside en buena medida el éxito de esta producción. Pero qué duda cabe de que el mérito de este resultado es obra, en tanto o mayor grado, de un elenco de actores dignos de elogio, cuyos nombres recordamos a continuación: Víctor Antona (don Mendo), Helena Gómez (Magdalena), Juanjo Herbe (don Nuño, Clodulfo y bailarina mora), Esther Fernández (doña Ramírez), Nacho León (don Pero de Toro y Manfredo), David Rubio (Marqués de Moncada y Abad), Yolanda Boyano (Azofaifa), Lola Catalá (doña Berenguela y bailarina mora), David Cebolla (Alfonso VII), Marta Serna (bailarina danza tribal) y Manoli Sierra (bailarina mora).

Una buena ocasión, en definitiva, para recordar un texto emblemático de nuestra historia teatral, que nos ayudará a sonreír en estos rigurosos días estivales. La venganza de don Mendo seguirá en escena los próximos vienes de julio y agosto, en el Teatro Victoria de Madrid.

José Luis G. Subías

Fotos: Carlos Arévalo

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