Lola Herrera: una gloria del arte escénico
Cinco horas con Mario, adaptación de la célebre novela homónima de Miguel Delibes (Valladolid, 1920-2010), realizada por el propio autor junto con Josefina Molina y José Sámano, directora y productor respectivamente del montaje, fue estrenada hace nada menos que la friolera de cuarenta años; exactamente el 26 de noviembre de 1979, en el Teatro Marquina de Madrid. Poco podían imaginar entonces ni su intérprete, Lola Herrera, ni quienes la acompañaron en esta arriesgada aventura -llevar al teatro nada menos que una novela experimental de veintisiete capítulos, más un prólogo y un epílogo, narrada en segunda persona, donde la acción ha sido sustituida por un permanente fluido de conciencia a lo largo de cinco horas de recuerdos y desahogo emocional-, que esta puesta en escena recorrería la historia del teatro español del último medio siglo, madurando junto con quienes la vieron nacer, que han vuelto a visitarla y darle vida en diferentes ocasiones. La última, tras el espectacular éxito obtenido por la obra en 2018, la que en estos días puede disfrutarse en el Teatro Bellas Artes, donde volvió a estrenarse el pasado 4 de julio y permanecerá en cartel hasta 1 de septiembre.

Esta afirmación es motivo más que suficiente para recoger el guante, acercarse al Teatro Bellas Artes y disfrutar del que sin duda es uno de los acontecimientos culturales de este verano en Madrid; una cita obligada para todos los amantes del teatro -con mayúsculas- y para quien aún no haya visto a Lola Herrera en este papel, o simplemente en directo sobre un escenario. Toda una lección interpretativa de una de nuestras joyas vivas del arte dramático, y de un siglo XX cuyos maestros no dejan de recordarnos el ilustre patrimonio que nos han legado. La actriz, a sus 84 años, es capaz de hacernos ver a la mujer madura que interpretó con cuarenta y cuatro, con la misma frescura y lozanía con que percibimos a una joven que vivió la guerra y sus secuelas o a esa mujer de provincias, aún de buen ver, capaz de alimentar las fantasías sexuales de Paco Álvarez o Eliseo San Juan. Porque es tal la fuerza de Lola Herrera sobre el escenario que todo cuanto hace, dice o calla recorre cada una de las filas de la platea y el anfiteatro, inundándolas de emoción y verdad. Dueña de todos los recursos de la escena, sus palabras fluyen con la sencillez y naturalidad de quien lleva toda la vida hablando desde un escenario; y su cuerpo acompaña a estas con esa misma naturalidad, propia de quien ha borrado los límites entre el actor y su personaje, para darle a este verdaderamente vida.
Elogiamos una adaptación que, habiendo suprimido gran parte del texto original de la novela, supo conservar de esta lo esencial y transmitir todo su sentido (no sorprende, siendo uno de los responsables de la adaptación el propio Delibes), aportándole al mismo tiempo un tono y un ritmo esencialmente dramático, concretado con acierto bajo la dirección de Josefina Molina. Excelente solución la de plasmar el prólogo de la novela en una grabación en off que reconstruye el velatorio previo al inicio de la acción y las conversaciones de los familiares y amigos presentes en este; como muy oportuna nos parece la eliminación de un epílogo que restaría eficacia al momento climático con que finaliza el largo monólogo de Carmen. Poco más podemos decir sobre un texto en el que la escenografía carece de importancia (el lugar donde nos hallamos se insinúa, eficazmente, con unas simples sillas en torno a lo que se supone el féretro de Mario, y una mesa de escritorio con una máquina de escribir y otros objetos personales del fallecido) y la palabra, junto con la magistral interpretación de Lola Herrera, lo son todo.
Recomendamos, a todo amante del teatro que se encuentre por Madrid en estos meses de intenso verano, que acuda a refrescar y renovar su afición por este noble oficio viendo sobre las tablas del Teatro Bellas Artes a una gloria viva del arte escénico: Lola Herrera. Estamos seguros de que nos lo agradecerán.
José Luis G. Subías
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Fotos: Daniel Dicenta |
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