"Mi dolor es...", un trabajo de Esther Berzal a caballo entre el teatro físico y la autoficción


Apenas han pasado unos meses desde que reseñamos, desde La última bambalina, la sugerente y arriesgada propuesta teatral de Esther Berzal (Segovia, 1998), joven autora con un estilo muy personal que combina la danza y el teatro físico con la palabra, en un justo equilibrio de alto valor estético donde la voz y el movimiento se erigen en manifestación artística de sus emocionas más íntimas y de una experiencia biográfica aún demasiado corta, aunque sin duda muy bien aprovechada. Con esta nueva entrega, que fue estrenada en abril, en el marco de la XLII Muestra de Teatro de Segovia, para presentarse posteriormente en la madrileña sala Tarambana y recalar a lo largo de este mes de julio en El Umbral de Primavera, Berzal apuntala su manera de hacer y entender el teatro, apostando de manera más clara aún si cabe por un teatro intimista y experimental, de elevada belleza plástica, que se adentra en el género de la autoficción para ofrecernos su peculiar forma de entender esta.

En Mi dolor es..., la autora, que también es una de las tres intérpretes de la obra, además de directora y escenógrafa del montaje, ahonda en la figura de su abuela materna para ofrecer, desde una prospección en el pasado y los más recónditos recuerdos de esta, del que se ha nutrido el pasado y presente de ambas, una experiencia emocional donde el inconsciente se manifiesta conscientemente -"y este es el modo en que me manifiesto", afirma Esther en una acertada oración que se repite como leitmotiv a lo largo de la obra-, buscando una liberación catárquica a partir del arte, capaz de diluir los dolores personales y ajenos.

Si bien el dolor es el eje temático que sostiene los conflictos internos de una acción construida a partir de retazos de recuerdos, este tiene su contrapartida y respuesta sanadora en el amor con que es tratado cuanto sucede en escena. Nada dramático se desprende de lo que percibimos sobre un escenario donde la realidad está presentada bajo la evanescente mirada del sueño y el simbolismo, en una atmósfera estilizada donde la delicadeza y la sensibilidad lo inundan todo. Y ese estilismo se manifiesta tanto en la belleza plástica de los movimientos corporales de las actrices -uno de los principales ingredientes escénicos del montaje- como en el tratamiento de una escenografía inexistente, reducida al empleo de unos mínimos objetos fáciles de manejar y disponer de diferentes formas, capaces de sugerir un daliniano tablero de formas geométricas con las que los personajes interactúan.

Junto a Esther Berzal, completan el reparto Alicia Calero, que asume la difícil tarea de personificar a su abuela, y Alicia de Pablo, encargada de dar vida a otros varios personajes, en un trabajo apreciable y resuelto con convicción. Especialmente destacable nos resulta el juego con que la autora incorpora a la acción el nombre de las actrices, que le permite crear una primera escena de gran calidad, y el suyo propio, con esa insistencia en destacar la "h" con que se escribe, quizá en un guiño al nombre de la compañía H El Arte que presenta la pieza.

Bella y sentida manifestación afectiva en forma de arte escénico, que constituye una nueva aportación -sin duda original y digna de ser tenida en cuenta- a ese género de la autoficción que con tanta rapidez se ha abierto camino en la dramaturgia actual. Merece la pena seguir los pasos de esta joven creadora segoviana -nosotros, a buen seguro, lo haremos-, cuyo talento apunta unas maneras que pueden ser ya apreciadas; como lo harán quienes se acerquen a ver su nuevo trabajo en El Umbral de Primavera, cualquier viernes de este mes de julio.

José Luis G. Subías

  

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